El desastre anunciado del barranco del Poyo: «Hay factores de riesgo claves, se podría haber minimizado la catástrofe humana»
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«El caudal punta fue el de seis ríos Ebro en una rambla muy torrencial», señala un experto, que advierte que sí hay planes, hidrológicos, de estudio de la vulnerabilidad ante riadas y de emergencia, pero no se conocen o no se aplican
17 nov 2024 . Actualizado a las 16:48 h.La ola de barro que azota una parte del costado mediterráneo del país a raíz de la dana que afecta a Levante desde hace ya una semana tiene más reflejo en lo que anticipa Blasco Ibáñez en su célebre novela que en la lectura y aplicación de planes (como el Patricova, del 2003) que, según diversos expertos, podrían haber mitigado la calamidad gigante, y aún incalculable, en que ha sumido Valencia esta riada.
¿Es la catástrofe una venganza del barranco del Poyo, la naturaleza que recupera su dominio? «Más que de una venganza de la naturaleza, que sería llevar el asunto a un punto que distorsiona el problema, podemos hablar de una factura enorme, de un préstamo que hemos ido dejando de pagar hace mucho tiempo», sopesa el ingeniero de Montes Rafael Delgado, profesor de la Universitat Politècnica de València y presidente de la Plataforma Forestal Valenciana, que apunta tres detonantes claves de la tragedia. «El principal, el calentamiento global. En el Mediterráneo, la temperatura del mar ha subido, y es la cocina de choques de frentes tan violentos como este. Esto es impepinable», explica, para abordar un problema recurrente en la zona «que requiere una solución integral que pasa por la realización de obras de ingeniería hidráulica», añade Víctor Yepes, ingeniero y catedrático de esta misma universidad. «El evento climatológico no se puede evitar, pero sí se pueden mitigar sus consecuencias. Planificación, ordenación territorial, ingeniería hidráulica, protocolos de emergencia, comunicación eficaz son algunos de los aspectos» que aliviarían el impacto de la gota fría o un suceso atmosférico extremo, amplía Yepes.
Hay quienes aún niegan el cambio climático. «Los científicos no. Está claro que existe, que es causa de las emisiones humanas, discutir sobre esto es absurdo», afirma el bioquímico y divulgador científico Pere Estupinyà, que señala al cambio climático como potenciador del efecto destructivo de una dana. «Con el cambio climático, no hay duda de que los fenómenos atmosféricos son más extremos. La atmósfera está más cargada energéticamente, se evapora más agua de los océanos y de los ríos», indica. «Han existido otras danas sin el cambio climático, pero con él su dimensión es mayor -explica quien insta a tomar decisiones políticas que pueden ser impopulares, pero necesarias-. Está demostrado con estudios que cada vez serán más frecuentes los fenómenos extremos, más intensos y algunos en sitios donde antes no había. Debe haber planes de adaptación al cambio climático. Cada región debe estudiar a qué riesgos se expone y hacer planes de adaptación para enfrentarse a esos riesgos, cada vez más frecuentes». Él vivió un gran apagón en Nueva York y las nevadas de Washington, «y allí lo cierran todo».
Intervención territorial y desarrollo industrial y urbanístico en zonas inundables
Para prevenir otra «calamidad relámpago» como la que azotó Valencia una noche de 1957, causando más de ochenta muertes y reduciendo a ruinas dos mil viviendas, en la dictadura de Franco se aprobó, para salvar el centro de Valencia de otra riada de similar virulencia, el Plan Sur. Con él se desvió, con una obra faraónica que hoy sería impracticable e inasumible por sus costes, el caudal del Turia a Horta Sud, la «zona cero» de la catástrofe provocada por la última dana.
Valencia, juega, por su ubicación y orografía, «a la ruleta rusa con la gota fría», con períodos de retorno que son variables, recoge un informe del 2014 que actualiza el Plan Sur advirtiendo la vulnerabilidad de los municipios que han crecido a orillas de la nueva cuenca del Turia que alejó del riesgo las zonas centro y norte. «Así como tenemos un clima singular, tenemos un territorio adaptado geológicamente a él —explica Rafael Delgado—. La Albufera es un gran hoyo formado a base de riadas». Lo que ocurre es que, desde los 90, la comunidad ha tenido en el sur, junto a la rambla del Poyo, un crecimiento urbanístico e industrial «desaforado en las planas litorales», lo que colisiona violentamente con su pasado de huerta mediterránea y de uso agrícola de su suelo, expone asimismo un trabajo de María Dolores Pitarch, catedrática de Geografía Humana.
«Si hubiéramos querido hacerlo más contra la naturaleza, difícilmente podríamos haberlo hecho», sostiene en resumen Delgado, que denuncia el modelo social de desarrollo que sucedió al Plan Sur y destaca otro segundo factor de riesgo que podía anticipar el desenlace fatal de esta dana: «El 90 % de la población valenciana vive en el 10% del territorio, lo que hace que la gente quede tremendamente expuesta en una zona poco sostenible, con cascos urbanos que se han fundido entre sí. Hay una desvertebración urbanística galopante» que convierte en ratoneras decenas de municipios valencianos, como Paiporta, Chiva, Aldaia, Sedaví, Benetússer o Alfafar.
Si se suma el peso de las infraestructuras viarias, eso hace que la zona sur sea, al final, «mucho más vulnerable» a la gota fría y los eventos climáticos extremos que en los años 50, justo por ese urbanismo y esas infraestructuras que no se avienen a las características naturales y el pasado eminentemente agrícola de la zona. «En este caso, el caudal punta fue el de seis ríos Ebro en una rambla muy torrencial —concluye Delgado—. Y hay planes de emergencia, pero no son conocidos por la población», y que se suman a los que advierten de la vulnerabilidad ante el riesgo de inundaciones en la zona, como el Patricova, guardado en un cajón.
Tercer factor mortal en «esta catástrofe humana que se podía haber minimizado», según Delgado: no haber informado a tiempo subestimando el peligro, y contar con planes de emergencia sí, pero no debidamente comunicados y conocidos, para que la gente sepa, como sucede en Japón ante un tsunami, «lo que tiene que hacer y lo que no tiene que hacer».