Juan Carlos Carrasco, coach personal: «No nos damos cuenta de que a veces los tóxicos somos nosotros»

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«Al menos deberíamos pararnos 20 minutos al día para no hacer nada», explica el autor de «La persona tóxica eres tú», que asegura: «Nunca ha habido tantas herramientas para absolutamente todo y más infelicidad, gente que lo pasa mal»

06 nov 2024 . Actualizado a las 09:17 h.

El maltrato parece que siempre llega de fuera, son los otros quienes lo ejercen. Pero, muchas veces, está en nuestro interior. Cómo nos hablamos, la falta de autoestima, los pensamientos que nos invaden... hay muchos aspectos que juegan en nuestra contra y que ejercen la violencia emocional contra nosotros mismos. Por eso, Juan Carlos Carrasco ha escrito Cuando la persona tóxica eres tú. Le quita la careta a los pensamientos negativos basándose en su propia experiencia personal y en la de sus clientes como coach. Nos embarcamos en el viaje de aprender a querernos bien.

—¿Cómo detectas que el problema lo tienes tú y no los demás?

—En un principio no lo pensamos. No creemos que podemos ser tóxicos para los demás, ni tampoco para nosotros mismos. No somos conscientes de ello. Siempre lo vamos a externalizar y a fijarnos en las personas que nos causan agravio, que nos molestan, que nos resultan desagradables. Pero hay veces que somos nosotros los tóxicos, y lo somos para nosotros mismos sin darnos cuenta.

—¿Y cómo nos damos cuenta?

—Hay síntomas, que tengamos la autoestima baja, que siempre dudemos a la hora de emprender proyectos, que busquemos la validación en los demás, que siempre tengamos miedos... Pero todo eso está presente en mayor o menor medida en todos nosotros. Así que basándome en mi propia experiencia, en mi propio viaje personal, y en la de mis clientes, he creado el método Vega, que navega sobre cuatro pilares. El primero de ellos es la voz crítica, que es ese pepito grillo que todos tenemos dentro y que te está diciendo que no puedes, que te vas a equivocar, que no le vas a gustar... toda esa serie de cosas que nos decimos muchas veces y que no coincide con la realidad, pero que nos lo creemos. Eso nos limita, nos afecta a la toma de decisiones y a nuestra autoestima. Y hay que ser consciente de ello.

—¿Hay más claves para combatir esa toxicidad?

—Sí, otro de los pilares es el descanso activo. Focalizarnos en un descanso real. Cuando a mis clientes les pregunto si descansan, siempre me dicen si duermen bien o mal. Pero yo me refiero durante el día. Si tienen tiempo para pararse y reflexionar. Yo soy asturiano y ahora vivo a caballo entre Gijón y Xinzo de Limia, pero mi abuela era agricultora y ganadera, y cuando estaba agotada de hacer sus labores, de repente, la veías sentada en el pozo de la finca. Y yo le preguntaba: «Abuela, ¿qué haces?». Ella siempre respondía: «Nada». Y estaba ahí, tranquilamente, sin pensar, observando una higuera que tenía encima. Recuperar eso es fundamental. Porque hoy en día no hacer nada es revolucionario, ¿quién no siente culpa por no hacer nada? Por sentarnos en una silla y no hacer nada, sin coger el móvil. Casi nadie es capaz. La idea es recuperar eso para observar esa voz crítica, ese diálogo interno, y tomar conciencia.

—¿De cuánto tiempo sin hacer nada estamos hablando?

—No hay una dosis exacta. Lo importante es la constancia, pero hay que hacerlo tratándose bien. Y si un día no lo haces, pues no pasa nada, no es una catástrofe. Pero al menos deberíamos encontrar 20 minutos al día para no hacer nada. Estar a solas contigo y escucharte.

—¿Cuál es el tercer pilar para querernos bien?

—La gratitud. Muchas personas son incapaces de practicarla. Todo el mundo dice que hay que pensar en positivo y que hay que agradecer lo que nos pasa, pero casi nadie es capaz. Y nos pasamos todo el día solucionando problemas, arreglando cosas negativas. Y eso fomenta ese diálogo interno negativo. Pero en el día a día también pasan cosas buenas desde que te levantas por la mañana. Tienes la suerte de estar vivo, que no es poco. Y alguien te ha dicho algo positivo que ignoras, has comido una comida sabrosa que ni te has enterado, y un montón de cosas que verías si te pararas a observarlas. Ayuda a no pensar con tanta negatividad y a ser más realista. De algún modo, hay que ser más conscientes de que la realidad es modificable e interpretable y que la podemos cambiar.

—¿Y el último pilar?

—La autoindagación a través de la escritura. Buscar dentro de nosotros para ver lo que nos estamos creyendo y en qué nos estamos equivocando. Si realmente queremos algo o nos lo han impuesto. Es aumentar el autoconocimiento.

—También hablas de autonáufragos...

—Es cuando nos creemos ese diálogo interno que nos sabotea y que crees que es cierto. Nuestra voz crítica te dice que no vales, que no sirves para algo, y tú te lo crees. Entonces, estás naufragando sin ser consciente, estás cayendo en la trampa de creerte tus propios pensamientos negativos, que no tienen por qué coincidir con la realidad.

—¿Y cómo consigues alejar a ese pepito grillo de tu cabeza?

—Simplemente el hecho de localizarlo ya cambia la dinámica. Ser consciente de las mentiras que te estás contando y que te estás creyendo. Eso ya provoca pequeños cambios. Y luego desvincularte de ellos. Imagínate que tienes un amigo y que te está diciendo constantemente que todo lo haces mal, ¿qué harías? Alejarlo y que salga de nuestra vida. Pues aquí también deberíamos crear un avatar para poder expulsarlo de nuestra vida.

—Hablabas antes de la falta de autoestima, pero la autoexigencia también puede jugar en nuestra contra...

—Sí, claro, y va unido a tener unas expectativas muy altas que no siempre se cumplen. Es fabricar una realidad para el futuro que no existe. Y si no se cumple, puedes sentir que tu vida no vale o que tú no vales. Y eso también te afecta a la autoestima.

—Pero muchas veces es la sociedad la que te arrastra a esa autoexigencia.

—Cuántas personas estudian una carrera y se dan cuenta de que no es lo que querían, o son abogados y, en realidad, lo que querían es hacer Bellas Artes... Algunas exigencias son más sutiles y casi imperceptibles, nos arrastra la sociedad hacia ellas. Pero te diría que todo esto se trabaja con la autoindagación y observándose a uno mismo.

—Propones un ejercicio hacia dentro cuando vivimos en un momento de gran exposición pública.

—Sí, no se pueden mostrar fisuras ni debilidad. Para ser aceptado, no tienes que ser un ser humano. Tienes que ser un superhombre, una supermujer, un superhijo, un superpadre, un superabuelo, un superjefe, un superempleado... Es como una especie de exposición invisible, y no somos conscientes de ello. Hará unos diez años me di cuenta de que estaba subido a una especie de rueda de hámster en el que daba vueltas sin saber adónde iba. Bajarme de ahí y pararme a observar me dio ya mucha información.

—¿Entonces también has vivido ese maltrato propio en primera persona?

—Claro, no voy a proponer algo que no haya testado en mí ni en los clientes que me llegan. Es un poco un despertar, abrirte los ojos y decirte: «Espérate, párate un momento y observa quién eres y qué estás haciendo».

—¿Todos vivimos en una rueda de hámster?

—Sí, la mayoría de la gente dice que se siente mal, pero no sabe qué le pasa ni por qué. Y es porque estamos en una especie de cárcel invisible, que no podemos ver, oler ni tocar. Estamos a oscuras y hay que encender la luz y ser consciente de ello para salir y tratarte bien. Para darte lo que realmente necesitas y volver a ser un ser humano. Porque las redes sociales y el mundo laboral, que es tan exigente, nos enferman. Nunca ha habido tantas herramientas para absolutamente todo y más infelicidad y gente que lo pasa mal. Algo está pasando que no está bien.

—¿Las ciudades también nos enferman?

—Es necesario tomar contacto con la naturaleza, pero no desde el ángulo del urbanita. La gente dice que va al campo a desconectar. En cambio, yo veo que es en la ciudad donde estamos desconectados. Son pequeñas jaulas. Y cuando acudimos al campo, a un bosque, es cuando nos conectamos, nos sentimos mucho mejor. Somos como ciervos encerrados en un zoo, que cuando nos sueltan en nuestro medio, ocurre la magia. Estamos enjaulados tanto física como mentalmente en este mundo moderno. Por suerte, hay gente que tiene un contacto más cercano con la naturaleza.

—¿Y tú ahora cómo estás?

—Ahora bastante bien. Antes estaba perdido en un desierto, y ahora estoy en mí.

—¿Has encontrado el equilibrio?

—Me ha costado muchos años, porque siempre he sido una persona introspectiva, pero desde la agresión. Y ahora sigo siendo introspectivo, pero desde el equilibrio y desde la sensatez.