Gisèle Pelicot, de víctima a símbolo de la lucha contra la violencia sexual
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El caso ha abierto el debate sobre el consentimiento, tal y como sucedió en España con el juicio a la Manada, y la sumisión química a las víctimas de abusos
22 sep 2024 . Actualizado a las 14:24 h.«Me sacrificaron en el altar del vicio». Cada palabra de Gisèle Pelicot resuena en la conciencia de la sociedad francesa. Con la cabeza alta y la cara desnuda esta mujer de 72 años ha renunciado a su anonimato para poner a sus verdugos en la diana en uno de los juicios más mediáticos en Francia de los últimos tiempos y que ha acaparado la atención en todo el mundo. En el banquillo se sienta su marido, Dominique Pelicot, el monstruo de Mazan, acusado de drogarla y ofrecerla a otros hombres durante más de una década para que abusaran sexualmente de ella mientras estaba inconsciente. Cincuenta de ellos fueron identificados y comparecen también en una causa que se inició el pasado 2 de septiembre y que se prolongará hasta diciembre.
Pero el juicio supone también una herida abierta en la sociedad francesa, un examen de conciencia sobre una supuesta permisividad ante las violaciones, una reflexión sobre el consentimiento y un debate abierto sobre la sumisión química. Al igual que ha ocurrido en España con el caso de la Manada, en el que existen diferencias evidentes, pero también similitudes, el proceso abierto por Gisèle Pelicot podría provocar un cambio en la legislación. Macron toma nota.
En el derecho francés, la violación es una penetración sexual obtenida mediante coacción, violencia o sorpresa. Gisèle fue sedada, por lo que no fue forzada, pero tampoco dio su consentimiento. Ahí, como sucedió en España con el caso de la Manada que derivó en la ley del sí es sí, radica la clave. Sus abogados argumentan que el término «sorpresa» cubre el caso de una mujer sedada e inconsciente.
«El juicio está demostrando lo atrasados que estamos a todos los niveles», explicó Sandrine Josso, una diputada que fue víctima de un intento de violación con drogas por parte de un senador en el 2023. Gracias a Gisèle Pelicot, dijo, «levantamos el velo y descubrimos muchas cosas», tras lamentar que «estamos en un país donde solo el 1 % de los violadores son castigados y donde el 91 % de las víctimas conoce a su violador y, aún así, no se hace nada».
Esta es también ahora la lucha de la septuagenaria francesa, que se negó a que el juicio fuera a puerta cerrada para avergonzar a sus verdugos y que se ha convertido en un símbolo de la lucha contra la violencia sexual. Tampoco tiene miedo a que se exhiban centenares de vídeos filmados por su exmarido y que recogen las presuntas violaciones. Es más, ha pedido que se hicieran públicos. «Mi vida ya está arruinada, ahora que valga la pena hacerlo público», llegó a decir.
Su mensaje ha calado en la sociedad francesa, que la ha arropado en el juicio y que se ha movilizado en las calles en su apoyo y en contra de la violencia sexual. Su historia ha conmocionado al país y a medio planeta. «Ella se ha convertido en un símbolo de valentía y coraje», señaló Anna Toumazoff, una de las organizadoras de las multitudinarias protestas de solidaridad.
Pelicot ha sido valiente al renunciar al anonimato y a exponer su caso con crudeza, pero los primeros días de la causa abierta también han revelado que su fortaleza tiene un límite. Existía el riesgo de que la acusadora sufriera un proceso de revictimización al exponer su situación, de que la víctima se convirtiese en la culpable. Y así parece estar sucediendo. Un proceso doloroso que hasta ahora afronta con entereza y que ha puesto en evidencia el sesgo machista de los argumentos utilizados por los abogados de los acusados y que se reflejaron también en el propio juez. «¿No tiene usted inclinaciones con las que no se siente cómoda? ¿No tendrá inclinaciones exhibicionistas no asumidas». Fueron algunas de las preguntas que uno de los abogados de la defensa, Guillaume de Palma, formuló durante el interrogatorio.
Falta de empatía
Otra abogada de la defensa se dirigió a ella a gritos mientras le hacía preguntas insistentes sobre su consentimiento y tampoco faltaron alusiones a sus hábitos con el alcohol. La falta de empatía ante el drama sufrido por esta mujer también se advirtió en el magistrado que lleva el juicio, que al inicio de las sesiones habló de «actos sexuales» en general, una expresión contra la que la propia Gisele se revolvió.
«Me siento humillada desde que he entrado en esta sala, se me trata de alcohólica, cómplice del señor Pelicot... hace falta tener mucha paciencia para escuchar lo que escucho», declaró la propia Gisèle.
Pero resiste y su entereza y convicción ha calado en la sociedad francesa ante un juicio que puede suponer un antes y un después. Hay comportamientos y actitudes que ya no son presentables. «Todavía sigue existiendo un patrón de mujer violada basado en el estereotipo y se sigue dudando de las mujeres que se apartan de él», señala desde España la jueza Cira García. Gisèle ha encendido la mecha para que esta situación cambie.
En el debate de fondo se sitúa el consentimiento, tal y como sucedió en España con el juicio a la Manada y su posterior repercusión, pero también la sumisión química. Y la legislación francesa aún no está lo suficientemente adaptada para afrontar esta situación. «Necesitamos un cambio y el caso de Gisele puede ser este motor de cambio. Las víctimas suelen dudar sobre si presentar denuncias judiciales porque conocen al agresor, pueden sentirse avergonzadas o tienen recuerdos vagos de lo que ha ocurrido. Y las reclamaciones también deben presentarse antes de que las sustancias desaparezcan del organismo, lo que no siempre es posible», declaró a la prensa francesa Leila Chaouachi, del Centro de Observación de Adicciones de París y experta en violaciones relacionadas con las drogas.
El juicio pone en evidencia la falta de conciencia sobre lo que es una violación
La falta de conciencia sobre lo que es una violación también ha quedado de manifiesto en el juicio. Al menos dos de los acusados afirmaron durante la causa que no sentían que hubieran violado a Gisèle porque su propio marido se la había ofrecido. Uno de ellos incluso afirmó que no consideraba que sus acciones fueran una violación porque «para mi violación es cuando agarras a alguien en la calle. No tengo corazón de violador». Son comportamientos sobre los que se pregunta la sociedad francesa, que de aquí hasta diciembre se enfrenta a un examen de conciencia. Gisèle sigue con su lucha. Pero no está sola. «Queremos que todos se unan a la lucha y griten `Nunca más'», sentencia la activista Anna Toumazoff.