Maduro usa a España para frenar la condena de la UE

Miguel-Anxo Murado
Miguel-Anxo Murado EL MUNDO ENTRE LÍNEAS

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Nicolás Maduro, en una imagen de archivo.
Nicolás Maduro, en una imagen de archivo. Leonardo Fernandez Viloria | REUTERS

14 sep 2024 . Actualizado a las 12:53 h.

Maduro juega fuerte al provocar esta crisis diplomática con España. La ha desatado a sabiendas de que le está echando un pulso precisamente al gobierno europeo, que se ha mostrado más tibio con su fraude electoral; un gobierno que, de aceptar su envite y romper relaciones, infligiría más perjuicio económico a la propia Venezuela que a España. El daño político sería aún mayor, puesto que una ruptura con Madrid abriría la puerta a otras en cascada en la Unión Europea. Podría ser un error de cálculo, un ataque de orgullo herido de Maduro al verse llamado «dictador» por la ministra Margarita Robles, pero parece algo más táctico. Poco antes, el Congreso español había votado el reconocimiento de Edmundo González como presidente legítimo de Venezuela, un hecho más significativo que la frase de una ministra en la presentación de una novela. Sin embargo, es esto último lo que ha hecho saltar de verdad al régimen venezolano. La impresión es que, por las razones que sean, Maduro cree tener una gran capacidad de influencia sobre el Ejecutivo de Pedro Sánchez y piensa que puede obligarlo a hacer rectificar a sus ministros. De ser así, su jugada está bien pensada, porque si lo logra no solo habrá domesticado la reacción española a su fraude, sino que además podría frenar en la UE el impulso hacia el reconocimiento de González Urrutia como presidente. La semana que viene, el Parlamento Europeo, casi con toda seguridad, votará ese reconocimiento. Pero los gobiernos de la UE consideran a España (un tanto exageradamente) un país muy influyente en Latinoamérica y si ven que el Gobierno español recula es posible que no se atrevan a ir más allá.

Aunque resulte extraño decir esto, es más impredecible lo que hará el Gobierno español que el venezolano, dado el misterio que rodea la relación entre ambos, y que se resume en el ambiguo papel que juega en ella el expresidente José Luis Rodríguez Zapatero. Por lo pronto, España ya ha empezado a ceder. Lo ha hecho al rebajar a un paseo botánico el encuentro entre Edmundo González y Pedro Sánchez, en el que, por prescindir de formalidades, hasta se prescindió de la corbata. Lo ha hecho con las palabras del ministro Albares, que suponen una desautorización indirecta de las de Margarita Robles. España ha cedido, sobre todo, al no aplicar el principio de reciprocidad, que obligaría a llamar también a consultas al embajador de España ante Maduro. Si en Caracas notaban debilidad en la posición española es posible que esto no haga más que acrecentar su apetito. Lo siguiente en la lista de Maduro seguramente sea forzar una rectificación de la propia Margarita Robles y, como un triunfo total, su marcha «por razones personales» o por un oportuno nombramiento para un cargo importante. Es improbable que Maduro consiga tanto (y, si lo consigue, será para preocuparse mucho), pero incluso si solo consigue que el Gobierno español le garantice que seguirá ralentizando la respuesta europea al fraude electoral, la crisis habrá cumplido sus objetivos.