El trasfondo del golpe en Bolivia

Miguel-Anxo Murado
Miguel-Anxo Murado EL MUNDO ENTRE LÍNEAS

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Militares durante la toma el miércoles de la sede del Gobierno de Bolivia.
Militares durante la toma el miércoles de la sede del Gobierno de Bolivia. LUIS GANDARILLAS | EFE

01 jul 2024 . Actualizado a las 22:09 h.

No está claro si lo que ocurrió el miércoles en Bolivia fue un golpe de Estado. Algunas cosas no encajan con la lógica de la asonada. De hecho, los seguidores de Evo Morales están convencidos de que fue un autogolpe de su enemigo mortal, el presidente Luis Arce. Pero tampoco esto explica bien los hechos. Lo más razonable es pensar que se trató de un malentendido entre el jefe del Ejército y el presidente. El general Juan José Zúñiga habría sido «más arcista que Arce» en sus críticas a Evo Morales, el presidente Arce se habría visto obligado a destituirle, y de ahí la «protesta armada» del militar. Que ahora el general diga que Arce estaba al tanto de todo puede ser verdad o puede ser un intento de exculparse. En todo caso, lo que realmente importa es lo que este golpe, o vice golpe, revela de la crisis política en Bolivia y sus posibles consecuencias.

Por decirlo pronto y claro, esa crisis es la consecuencia del hambre de poder de Evo Morales. Luis Arce pertenece a su mismo partido, el Movimiento al Socialismo (MAS), de modo que no se trata de una rivalidad ideológica. Evo, simplemente, quiere volver a ser presidente a toda costa, a pesar de que la Constitución no le permite más mandatos. En el 2016 ya intentó cambiar esto en un referendo, que perdió. Luego manipuló al Tribunal Constitucional para que emitiese un extravagante fallo según el cual presentarse a las elecciones, a despecho de lo que diga la Constitución, es un «derecho humano». Y cuando los bolivianos rechazaron esta maniobra de Evo en las urnas, recurrió al fraude electoral, por lo que fue depuesto en una protesta popular (y no un golpe, como sigue insistiendo él). Lo que ocurre es que los bolivianos rechazaban la ambición de Evo, no sus ideas, que siguen siendo populares, y por eso restablecieron al poco tiempo al MAS en el poder. Solo que no con Evo sino con Arce (quien, por otra parte, como ministro de Economía, fue el artífice de las mejores políticas de los primeros mandatos del MAS). Desde entonces, Evo no ha cejado en su empeño de hundirle. Es una lucha que se libra no en el Parlamento sino en el interior de los sindicatos (que controla Arce) y del MAS (que controla Evo), mientras que la oposición asiste a la pugna casi como espectador; dividida, desprestigiada y sin influencia (entre otras cosas, porque sus principales líderes fueron en su día encarcelados por Arce).

Ahora está por ver si este episodio del golpe beneficia o perjudica a Arce. Ha obligado a la oposición a alinearse con él en defensa de la democracia, pero las dudas respecto a su participación en el asunto pueden volverse en su contra. El año que viene son las elecciones, en las que Evo insiste en participar. Los «arcistas» temen su tirón, sobre todo entre los cocaleros y los indigenistas, mientras que los «evistas» temen que Arce se presente bajo otras siglas, e incluso que ilegalice el MAS, que, por otra parte, ya no es un partido sino un campo de batalla. Si Evo gana, todo el mundo espera una oleada de represalias contra sus rivales. Si gana Arce, una oleada de protestas y caos.