Aprobó la oposición en solo dos años y tiene un currículo envidiable. Su nota más baja en la carrera fue un notable. Logró ser jueza en tiempo récord y ahora disfruta de su plaza fija en Medina del Campo
14 jun 2024 . Actualizado a las 18:18 h.Marta Campo es el ejemplo de cómo se pueden sacar buenas notas sin morir en el intento. Eso sí, nada es regalado. Y todo se consigue con esfuerzo y constancia. Al menos, esa es la receta que le ha permitido a esta joven de Palencia salir más que airosa. Porque sus logros son para enmarcar. Tan solo tiene 27 años y lleva ya tres, desde los 24, siendo jueza. Aprobó la oposición en apenas dos años, cuando la media es de cinco. Incluso fue una de las cinco juezas más jóvenes de España en el 2021: «Fuimos tres chicas de Palencia, otra de Málaga y otra de Santander. Pero hay convocatorias todos los años, e imagino que en el 2022 también habría gente que sacó plaza en dos años. Y al año siguiente. De hecho, hay un chico de la Universidad de Valladolid que también lo consiguió».
Antes de eso, durante la carrera, Marta ya destacaba. Logró obtener 27 matrículas, tres sobresalientes y un notable. Ese es su expediente académico. Incluso le da rubor reconocer que nunca ha suspendido una asignatura. Ella explica que la clave de su éxito siempre ha sido la disciplina: «En la ESO decidí que iba a estudiar todos los días. Fue así como fui cogiendo hábito. Poquito a poquito, para no tener que pegarme la panzada de estudiar el día antes. Y el hecho de ir sacando buenas notas, me permitió decidirme a opositar».
Eso sí, reconoce que al principio le tuvo mucho respeto a la oposición, porque tiene fama de ser muy dura. «Los resultados académicos siempre me han avalado, pero yo empecé con miedo, como empiezan todos los opositores. Me preguntaba si valdría para esto, porque, aunque es verdad que tenía buenas notas, siempre se ha dicho que esta oposición es una tumba de matrículas de honor. Un buen expediente académico no te garantiza sacarla. Ya no digo en dos años, sino en los que sean. Hay gente que tiene que abandonar, a pesar de haber tenido siempre muy buenos resultados», comenta. También le asustaba el tipo de examen. «Al ser oral y tener que cantar los temas en el Supremo, pues tienes dudas. Piensas que, a lo mejor, sacas muy buenas notas en un examen escrito de desarrollo, pero que me podía poner nerviosa delante de un tribunal. Siempre tienes miedo a quedarte en blanco», dice.
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Ocho horas diarias
Para combatir esa aprensión, hizo algo que recomienda a todos los opositores: «Un consejo que siempre doy es ir al Supremo a ver los exámenes orales. Eso ayuda mucho a conocer el escenario, porque el Supremo impone mucho con esas pinturas y esos techos. Entonces, verlo da mucha tranquilidad. Cuando te toca examinarte, ya sabes cómo es el edificio, cómo se accede, dónde te tienes que sentar y cómo es el tribunal mientras estás cantando los temas».
La organización también fue clave para conseguir el hito de convertirse en jueza, tan solo dos años después de licenciarse. «Yo le dedicaba una media de ocho horas diarias al estudio de concentración absoluta. Y solo para el último oral, que fui un poco más apurada, subí a nueve o diez horas. Pero eso solo fue el mes antes de examinarme», confiesa. También reconoce que ella tenía una manera peculiar de organizarse: «Cada maestrillo tiene su librillo, y normalmente la gente empieza y termina pronto de estudiar. A eso de las siete u ocho de la tarde, para luego ir al gimnasio o lo que sea. Pero yo prefería empezar un poquito más tarde, a eso de las nueve de la mañana. Y luego, después de comer me echaba una siesta. Hacía descansos a lo largo del día, y en vez de terminar a las ocho de la tarde, lo hacía a las diez de la noche. Me lo tomaba con más tranquilidad». Luego, también tocaba relajarse durante el fin de semana: «Descansaba día y medio. Desde el sábado después de comer hasta el lunes por la mañana. Hay otros opositores que descansaban un día, normalmente el sábado o el domingo. Pero yo prefería hacerlo así».
Tan mal resultado no le dio. Porque además de aprobar, la nota que obtuvo le permitió ser la cuarta en elegir la plaza fija, de entre las que se ofertaban. «Estoy muy contenta en Medina del Campo. Nunca pensé que iba a obtener plaza en Castilla y León, porque como mucho sale una en Soria y otra en León. Y cuando vi que había una en Medina del Campo, no me lo podía creer. Estoy muy contenta de estar tan cerca de casa», dice. Marta explica que las plazas a las que pueden optar son las que quedan libres después de que elijan los 5.000 jueces que están por encima de ellos. «Y luego vas cogiendo por orden de nota», una vez que han superado el período de juez en prácticas durante casi dos años y medio.
Ella siempre tuvo claro que quería ser jueza, incluso mucho antes de iniciar la carrera: «Cuando estaba en la ESO me llamaba ya el mundo del derecho. Veía los telediarios y había por aquel entonces casos importantes de corrupción. La jueza Alaya salía todos los días en las noticias. Y tomé la decisión de ser jueza, antes incluso de hacer Derecho», explicó para YES, justo cuando acababa de aprobar la oposición: «Mis padres se pusieron muy contentos. Fue un orgullo para ellos y para toda mi familia, para mi abuela, mis tíos... Mi padre es minero y está jubilado, y mi madre, ama de casa. No hay nadie que haya estudiado Derecho en mi familia. Soy la primera que tengo estudios superiores», explicó entonces, para que nos hagamos idea de la alegría que supuso entre los suyos que hubiera logrado este hito. En todo este proceso, Marta también reconoce que sus padres lo pasaron mal al verla «encerrada, estudiando tanto», pero ella no lo vivió así porque «estaba trabajando por un sueño. «No sientes ni hambre, ni frío, ni calor, ni sueño, ni cansancio. Pero luego, cuando apruebas y pasa toda esa tensión, sí que te da el bajón de cansancio. Aunque tarda en aparecer unos días», relató meses después de recibir la mayor alegría de su vida.
Marta ya no es la misma joven de entonces. Ha ganado en seguridad. Se la ve mucho más serena y consciente de la relevancia de su trabajo. Y no le tiembla el pulso a la hora de dictaminar sentencia: «Te pueden aparecer dudas al principio o cuando terminas el juicio. Pero es verdad que cuando pongo la sentencia, me quedo siempre muy tranquila con mi conciencia, porque es adonde me han llevado los hechos, las pruebas y la jurisprudencia. Aunque, a lo mejor, luego me haya equivocado, y para eso está la Audiencia Provincial, que lo puede valorar de otro modo. Pero es verdad que, a veces, estás en un juicio y crees que las dos partes tienen razón».
Primera instancia
Marta está al frente de un juzgado de primera instancia, por lo que recibe casos de todo tipo. Incluso de violencia machista. «Por suerte no hay muchos casos en este partido judicial. Pensé que iba a haber más. Pero me han dicho que esto va por rachas. A lo mejor, estás dos semanas y no tienes ningún caso, y luego en una semana se te acumulan cuatro».
Lo que nadie puede negar es que esta joven jueza va a estudiar con minuciosidad todos los que caigan en sus manos. «Hay algunos que son más fáciles, porque se repiten y cambian pocas cosas. Y esos, pues no tardas mucho en resolverlos. Pero hay otras sentencias para las que necesitas toda una mañana y, para eso, te tienes que planificar, elegir un día en el que no tengas ningún señalamiento y estar solo con la sentencia. Por ejemplo, recientemente, he tenido un caso de deslinde de fincas, que no había visto en mi vida, y me tuve que concentrar, sin ninguna interrupción, para revisar bien el catastro y todo lo demás», dice.
Va a tener que pedir traslado a Galicia para entrenarse con estos casos: «Sí, eso me han dicho. Porque tengo familia en A Coruña y me dijeron que ahí hay muchos». Es que el marquiño es el marquiño.