Chile se queja ante la lentitud del Gobierno: «El Estado quemó mi casa»

Andrés Rey REDACCIÓN / LA VOZ

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Algunos voluntarios limpian los escombros que pueden, el lunes en Viña del Mar, Chile.
Algunos voluntarios limpian los escombros que pueden, el lunes en Viña del Mar, Chile. Cristobal Basaure | EFE

Los afectados reclaman camiones y ayuda para retirar los escombros

07 feb 2024 . Actualizado a las 05:00 h.

El viernes 2 de febrero fue inusualmente caluroso en Viña del Mar y Quilpué. Los dos municipios chilenos suelen tener un clima suave, regulado por el océano y las frecuentes nubes, pero aquella mañana el sol brillaba intensamente entre el humo de un incendio forestal lejano.

Empezó en la reserva nacional Lago Peñuelas. Luego se extendió rápidamente por las poblaciones más cercanas al bosque y después se adentró en la ciudad. Ardieron El Olivar, El Salto, Achupallas, Villa Independencia y Paso Hondo (en Viña del Mar), y Pompeya Norte y Sur (en Quilpué).

Eran las seis de la tarde en Pompeya del Sur cuando el fuego llegó a las casas de Pedro y Daniel del Pino. «Lo único que pensé fue en escapar. Mi perrita murió quemada —cuenta Daniel a El Mercurio, abatido—. El fuego estaba para allá [señala hacia el sur] y en cinco minutos llegó y dejó todo quemado. El viento era de cien kilómetros por hora, remolinos por todas partes... Barrió con todo». El hombre, de 64 años, llegó a Quilpué cuando era joven, junto a sus padres. Ahora solo le quedan cenizas.

Caminar por Pompeya del Sur, cuatro días después de la tragedia, es complicado. Las calles están llenas de escombros y las pocas casas que se salvaron sirven como almacén y refugio para algunos afectados que se niegan a abandonar su barrio. Quieren proteger sus terrenos.

«No ha venido nadie del ayuntamiento para ayudar a limpiar el desastre», se queja Jenny Fuentes, dueña de una calcinada tienda de ultramarinos. Junto a sus escombros están las neveras y congeladores en las que guardaba los productos que vendía. Ella pide con urgencia un camión que retire los cascotes, para así poder edificar de nuevo su hogar y su lugar de trabajo. «El Estado quemó mi casa —lamenta—. Me dejaron sola, cortaron el agua. Si hubiera habido agua yo me quedo defendiendo mi casa». En medio de la confusión, Jenny intentó salvar a sus mascotas (13 gatos y dos perros), pero el humo era demasiado denso y no pudo encontrarlas.

Cuando las llamas se marcharon, dejaron rostros de recelo y desconfianza. «Esto es puro fierro [chatarra]», asegura Jenny, apuntando hacia los restos de su hogar. «No es mucha plata venderlo, pero a nosotros nos va a servir para comer todos los días nuevamente. Muchas personas se están viniendo a aprovechar».

Los vecinos de El Olivar ya han empezado a vender escombros. «La basura de unos es tesoro para otros», comenta Roberto Azueta. La carretera aún está llena de desechos, bloques de cemento y ladrillos, también a la espera de camiones que los retiren.

«Lo prioritario es que venga algún experto y empiecen las demoliciones», añade Azueta, que lamenta profundamente todos los recuerdos consumidos por el fuego, como fotografías y objetos importantes. «Eso es lo que nunca más podré recuperar».