Las dos mociones de Abascal cosechan los peores resultados de las seis censuras desde 1978
22 mar 2023 . Actualizado a las 21:26 h.Vox regaló este miércoles a Pedro Sánchez la segunda mayoría más holgada de una legislatura en la que el presidente del Gobierno se ha visto obligado a hacer auténticos juegos malabares para sacar adelante su agenda legislativa. El triunfo más amplio de este mandato también se lo había entregado Santiago Abascal al líder socialista en octubre del 2020, cuando su fallida moción agasajó a Sánchez con una abrumadora mayoría de 298 diputados contra la censura (incluidos, entonces, los del PP de Pablo Casado).
La contrarreforma laboral vio la luz solo porque el ahora exdiputado del PP Alberto Casero confundió el rojo con el verde en su teclado y bendijo con su voto la ley estrella de Yolanda Díaz. Sánchez se impuso en su investidura por un exiguo margen de 167 votos a favor, 165 en contra y 18 abstenciones. Pero Santiago Abascal y Ramón Tamames salieron esta semana al rescate de un Gobierno de coalición zarandeado por el escándalo del Tito Berni y por las crecientes grietas entre el PSOE y Unidas Podemos y plantaron a los pies del jefe del Ejecutivo una victoria aplastante en una moción de censura que Sánchez ya había ganado antes incluso de bajarse el coche oficial en la carrera de San Jerónimo.
El aspirante Tamames, que debutaba como candidato a la presidencia del Gobierno a los 89 años, y su telonero Abascal, que por segunda vez orquestaba una intentona de desalojar al socialista de la Moncloa, obsequiaron al presidente con un triunfo apabullante: 201 diputados respaldaron la gestión de Sánchez con su rechazo a la moción de censura de Vox, 91 se pusieron de perfil con una abstención de fina equidistancia (los 88 del PP, los dos tránsfugas huidos de UPN y el diputado solitario de Foro Asturias) y únicamente 53 síes (los 52 de Abascal y el ex de Ciudadanos Pablo Cambronero) arroparon al antiguo comunista en su melancólico intento de resucitar la Transición de la mano de quienes Sánchez definió como «los herederos de Blas Piñar».
Peor que Iglesias y Mancha
De las seis mociones de censura ventiladas en el Congreso desde 1978, Vox ostenta el récord de los dos peores resultados: 52 votos a favor en octubre del 2020 y 53 este miércoles. Pablo Iglesias se apuntó 82 síes en el 2017 en su censura a Mariano Rajoy y hasta el anónimo Antonio Hernández Mancha cosechó 67 apoyos en 1987 contra el entonces inexpugnable Felipe González.
Antes de que Vox consumase su propia hecatombe y de que Pedro Sánchez saliese a hombros del hemiciclo —según la atinada descripción de Isabel Díaz Ayuso—, subieron a la tribuna los portavoces de PP y PSOE para perpetrar una faena de aliño. Patxi López porque su jefe ya había hablado —y mucho— y Cuca Gamarra porque su jefe no había hablado ni lo iba a hacer. Ni López ni Gamarra estaban por hacer sombra a sus mandamases.
A la portavoz parlamentaria y secretaria general del PP le tocó en suerte defender la equidistancia. «No vamos a votar a favor por respeto a los españoles, y no vamos a votar en contra por respeto a usted, señor Tamames», arguyó Gamarra, aunque, en realidad, los populares ya habían anunciado su abstención antes de que se supiese que el añoso economista iba a ser el candidato de Vox.
«Un regalo inexplicable»
Frente a los ataques de Sánchez y Abascal al ausente Feijoo, la portavoz del PP subrayó que esta moción solo fue un espectáculo «extemporáneo e inútil». Y atizó a Vox por el oxígeno a un Gobierno que ya se estaba cocinando en su propia sangre. «Este es un regalo inexplicable al Ejecutivo de Sánchez cuando los propios ministros ya se bastan solos para censurarse entre sí», abroncó Gamarra a los de Abascal.
Patxi López salió con todo al ruedo. Tanto que Ramón Tamames expresó su temor a que sufriese un ataque cardíaco con tanta intensidad y le ofreció su pastillero. «Le recomiendo mayor calma. No me ponga usted en el brete de tener que acompañarle a por una cápsula de cafinitrina para evitar el infarto», aconsejó el antiguo comunista desde su escaño.
Antes de la pausa farmacológica, López había afeado a Tamames sus nuevas compañías. «Usted ya no representa a la Transición», le espetó, para apuntalar luego su tesis del retorno al universo preconstitucional. «El triunfo de Vox supondría volver a los tiempos en los que a usted lo encarcelaron», remachó el portavoz socialista, a quien el aspirante se dirigió con tono paternalista como «Patxi» a secas.
El «regalo inexplicable» que, según Gamarra, Vox hizo esta semana al Gobierno consistió en realidad en dos obsequios. El primero, esa holgada mayoría que rechazó la moción. Y el segundo, el tiempo ilimitado del que disponía el Ejecutivo para intervenir durante estas dos jornadas. Lo exprimieron sin complejos Sánchez y Díaz para lanzar el martes los primeros mítines de una precampaña eterna. Y el presidente volvió a sacarle partido este miércoles con una parrafada final dedicada a los populares y sus afinidades con Vox. Sánchez reprochó a Feijoo su ausencia y la «indecente abstención» del PP. «No puede haber equidistancia entre la legitimidad democrática con origen en las urnas y el vacío y el fraude constitucional de una moción de este calibre», zanjó eufórico desde lo alto de sus 201 votos.
Tamames reivindica a Isabel la Católica como modelo de mujer frente a «esta oleada feminista»
Ramón Tamames vino al Congreso a hablar de lo suyo —amenaza con escribir un libro sobre las peripecias de la moción— y se pasó dos días hablando de sí mismo. Por momentos, el economista evocaba esos vídeos nostálgicos de Maradona dibujando acrobacias con una pelota de tenis en un entrenamiento. Solo que, en lugar de una pelota, con lo que jugaba Tamames en el hemiciclo era con su propio ego (más del tamaño del globo terráqueo de Charles Chaplin que de una humilde bola de tenis). Era como un Sigmund Freud del barrio de Chamartín a los mandos de la PlayStation de su yo y su superyó.
Tras la sobredosis de parlamentarismo del martes, el aspirante a presidente amaneció este miércoles ya algo desfondado en su escaño. Y, para apurar el trago, dedicó apenas 25 minutos a contestar de una tacada a todos los portavoces. La mayor parte, para quejarse del tono mitinero y la agresividad del debate.
Recuerdos de Beiras
En su perenne revival de los buenos viejos tiempos, el aspirante también se acordó de Xosé Manuel Beiras al responder brevemente a la intervención del diputado del BNG, Néstor Rego. No dio réplica a las duras palabras del nacionalista, sino que se limitó a elogiar al antiguo tótem del Bloque: «Yo tuve relación con el fundador del BNG, catedrático de Estructura económica en mis tiempos. Coincidíamos en muchas cosas, pero hoy el separatismo en Galicia no tiene sentido».
Como un gladiador que se presenta voluntario para ir al Coliseo y luego se queja al César de que tiene pupa, deploró Tamames el brío con el que algunos de sus contrincantes se emplearon en la tribuna. A Patxi López le recetó sosiego para no infartar y a Joan Baldoví le pidió que bajase el volumen. «No por hablar alto se tiene más razón, porque a veces se llega al grito. El grito estaba bien para la independencia de Cuba, pero esto no es una casa para dar gritos, es una casa para hablar, es el Parlamento».
En dos ocasiones alertó de un retorno a la España de 1936 —«estamos en una situación de volver a las rutinas del año 36», auguró— y se fue todavía más lejos para buscar referencias femeninas. «Ahora tenemos más violaciones que antes de esta oleada feminista. Para mujeres, ahí tenemos una, Isabel la Católica», coronó su discurso.
Desde sus 89 años se permitió concluir que las catorce horas y media de debate no habían sido en vano. «No hemos perdido el tiempo», despachó.