El refugio climático de Iberia permitió a los europeos sobrevivir al Último Máximo Glacial
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El análisis de ADN antiguo de más de cien individuos desvela que fue decisivo para la continuidad genética de las poblaciones
02 mar 2023 . Actualizado a las 11:58 h.Toda Europa era un manto de hielo. El mar había retrocedido 150 metros con respecto a la época actual y el clima gélido hacía muy complicada la supervivencia de las poblaciones de cazadores-recolectores. Fue un escenario adverso que se prolongó durante miles de años y que se convirtió en más extremo aún durante el Último Máximo Glacial, hace entre 25.000 y 18.000 años. La única salvación era buscar un refugio climático. Y la península Ibérica fue el destino de buena parte de los europeos durante la Edad de Hielo que se vivió en parte del Paleolítico.
Hacía mucho frío, pero menos que en el resto del continente, lo que no solo permitió la supervivencia de las poblaciones, sino que fue también lo que contribuyó de forma decisiva a la continuidad genética en Europa, especialmente en la zona Oeste, al menos entre 35.000 y 5.000 años atrás.
Es lo que se acaba de desvelar en dos estudios que se acaban de publicar en Nature y en Nature Ecology and Evolution en los que han participado investigadores del Instituto de Biología Evolutiva (CSIC-UPF) de Barcelona.
El primer estudio incluye datos genómicos de un individuo del sur de Iberia de hace 23.000 años, uno de los momentos más fríos de la Edad de Hielo, localizado en la Cueva del Malalmuerzo, en Granada. También se aportan datos de individuos del Neolítico de entre 7.000 y 5.000 años procedentes de yacimientos arqueológicos de Andalucía, como la Cueva de Ardales.
Para el segundo estudio se analizó el ADN de más de 100 individuos de antes y después de la Edad de Hielo en Eurasia e incluye también cazadores-recolectores de la Península, como individuos de 27.000 años de antigüedad de los yacimientos de Mollet III y Reclau Viver (Girona) anteriores al Último Máximo Glacial.
Ambas publicaciones llenan el vacío temporal existente en regiones inexploradas hasta el momento. Y, de esta forma, demuestran el papel clave jugado por la Península en la reconstrucción de las poblaciones humanas debido a su localización en el suroeste de Europa, lo que convirtió a este territorio en un callejón sin salida de Eurasia.
«Las condiciones climáticas eran mucho mejores en Iberia, aunque el interior también estaba congelado, por lo que suponemos que las poblaciones se fueron distribuyendo de manera periférica siguiendo la línea de la costa», explica Vanessa Villalba-Mouco, primera autora del estudio en Nature Ecology and Evolución y coautora del de Nature, que ahora trabaja en el Instituto Max Planck de Antropología Evolutiva de Alemania tras realizar el posdoctorado en el Instituto de Biología Evolutiva.
Ambos trabajos describen una conexión genética directa entre un individuo de Bélgica de hace 35.000 años con los cazadores-recolectores anteriores o contemporáneos al Último Máximo Glacial.
Esta continuidad genética a lo largo de varias decenas de miles de años sustenta el papel de la península Ibérica como refugio de poblaciones durante la Edad de Hielo. O, lo que es lo mismo, actuó como una región climáticamente protegida donde los grupos humanos sobrevivieron antes de volver a expandirse por Europa. Y este hecho fue, precisamente, lo que facilitó la continuidad genética de las poblaciones durante miles de años.
«Además —según Vanessa Villalba— no solo es posible trazar una conexión genética con individuos que datan de un período próximo a la Edad de Hielo, sino incluso con las primeras poblaciones del Paleolítico superior que habitaron Eurasia hace más de 45.000 años».
Iberia, sin embargo, no fue el único refugio climático. También lo fue la península italiana, donde probablemente buscaron refugio las poblaciones del centro y este de Europa. Pero, a diferencia de lo que ocurrió en Iberia, no existió una continuidad genética. «Las poblaciones refugiadas en Italia no sobrevivieron y fueron reemplazadas por otras que, se supone, vinieron de los Balcanes», corrobora la investigadora.
El legado genético de la Edad de Hielo caracteriza, a su vez, a los grupos que se expandieron posteriormente desde el refugio peninsular hacia Europa occidental y central, donde formaron un occidente cultural conocido como magdaleniense, de entre 17.000 y 12.000 años de antigüedad. «Esta continuidad genética tan prolongada en el tiempo es excepcional, especialmente porque el linaje genético que estaba presente antes y durante la Edad de Hielo en la península ibérica ya había sido reemplazado en otras partes de Europa en ese momento», destaca Wolfram Haak, del Instituto Max Planck de Antropología Evolutiva y autor principal de ambos estudios.
Aunque pudiera sospecharse, los autores de los dos trabajos no encontraron conexiones genéticas con el norte de África a través del Estrecho de Gibraltar, que divide ambos continentes por tan solo 13 kilómetros de distancia.
«A pesar de que durante el Último Máximo Glacial el nivel del mar llegó a bajar 150 metros, no detectamos influencias genéticas del norte de África, lo cual demuestra que el Estrecho de Gibraltar seguía siendo una barrera climática formidable para los movimientos de las poblaciones humanos», explica Carles Lalueza Fox, investigador principal del Instituto de Biología Evolutiva y actual director del Museo de Ciencias Naturales de Barcelona.
El estudio publicado en Nature Ecology and Evolution también incluye individuos mucho más recientes que datan del Neolítico, época en la que se desarrolla la agricultura y la ganadería en Europa. Los individuos neolíticos de Andalucía tienen la ascendencia característica de los grupos neolíticos de Anatolia, lo que indica que estos primeros grupos agrícolas se expandieron a lo largo de grandes distancias geográficas.
«Sin embargo, los individuos del Neolítico del Sur de iberia tienen una mayor ascendencia de tipo cazador-recolector, lo que sugiere una interacción mucho más estrecha entre los últimos cazadores-recolectores y los primeros agricultores en el Sur de Iberia que en otras regiones», apunta José Ramos-Muñoz, de la Universidad de Cádiz y otro de los autores del trabajo.
Y en esta idea abunda a modo de conclusión Gerd C. Weninger, de la Universidad de Colonia y coautor también de la investigación: «Sorprendentemente, todavía es posible rastrear el legado genético del Paleolítico en los primeros agricultores del Sur de Iberia, lo que sugiere una mezcla local entre dos grupos de población con diferentes estilos de vida».