De Cameron a Truss: los doce años «tories» que han arrastrado al Reino Unido al borde del abismo
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Las élites conservadoras británicas persisten en su pugna interna mientras la economía se desploma y fuerzan la salida del cuarto inquilino de Downing Street desde el referendo del «brexit»
20 oct 2022 . Actualizado a las 23:21 h.Cuando el conservador Winston Churchill, después de vencer a los nazis en la Segunda Guerra Mundial, perdió las elecciones en 1945, despedazó al líder laborista que lo sucedió como primer ministro británico de un solo tajo: «Frente al 10 de Downing Street se detiene un taxi vacío. Se abre la puerta y de él sale Clement Attlee». De ese mismo taxi sin pasajero se han bajado los cuatro tories que desde el 2010 han ocupado el despacho de Downing Street: David Cameron, Theresa May, Boris Johnson y Liz Truss. Hasta su correligionario Churchill admitiría que, al lado de estos cuatro espectrales jefes de Gobierno, Attlee era un estadista de talla universal.
La carrera de relevos en el liderazgo conservador que los tabloides británicos han definido en sus vivarachas portadas como The Never Ending Tory (juego de palabras en inglés entre «el conservador de nunca acabar» y «la historia interminable»), arrancó durante el mandato del superficial David Cameron (2010-2016), el icónico representante de las élites conservadoras —Eton, Oxford y todos los extras de serie— que entró por la puerta grande en la historia de Gran Bretaña por impulsar el referendo del 2016 que desembocó en la salida del país de la Unión Europea. Cameron también estuvo a punto de lograr que Escocia abandonase el Reino Unido al convocar en el 2014 una consulta sobre la independencia en la que, con un margen muy escueto, se impuso el no a la secesión gracias a la intensa campaña a favor de la permanencia que lideraron los laboristas (con especial protagonismo del ex primer ministro Gordon Brown).
Cameron, el pionero del caos
David Cameron, que a día de hoy todavía saca pecho por su ocurrencia de organizar estos dos referendos que han abocado al Reino Unido a una crisis económica y política sin final a la vista, tuvo que abandonar Downing Street por la puerta trasera después de la victoria del sí al brexit en la noche de San Juan del 2016. Su obsesión por dejar sin argumentos y sin votos al extremista y xenófobo UKIP de Nigel Farage —que abogaba por una salida a las bravas de la UE— acabó por infectar del peor populismo antieuropeo al venerable Partido Conservador.
Se puso así en marcha la trituradora de líderes tories que todavía hoy continúa descuartizando a quien se atreve a tomar el mando del partido y, de rebote, del país. Theresa May (2016-2019) llegó al cargo de primera ministra con el mandato único de ejecutar el divorcio de Londres y Bruselas. Pero la complejidad del pacto y la postura inflexible del sector ultraconservador y eurófobo de su propio partido en el Parlamento, hicieron que fracasara una y otra vez en sus intentos de que la Cámara de los Comunes diese luz verde a los sucesivos borradores de su acuerdo con Bruselas. Incapaz de cumplir con la promesa de dar portazo a la UE, maniatada en Westminster y acorralada por los suyos, dimitió en mayo del 2019 para dar paso en Downing Street al favorito de los votantes conservadores: Boris Johnson (2019-2022).
Pero, como pudo experimentar en sus propias carnes el exalcalde de Londres, una cosa es tener el beneplácito de los votantes (que vendrían a ser los aficionados de un equipo de fútbol), otra muy diferente que te aplaudan los militantes (los socios del club, que abonan su cuota) y otra totalmente distinta tener el plácet del Comité 1922 del partido (una especie de hooligans, atrincherados en el fondo sur de Westminster). Tras cosechar en diciembre del 2019 la mayor victoria de los tories desde los tiempos de Thatcher, la errática gestión de la pandemia y, sobre todo, el escándalo por las fiestas en Downing Street durante los confinamientos (el llamado Partygate) forzaron a Boris Johnson a dimitir el pasado verano.
Aguardaba tras la cortina Liz Truss (2022), a la que en menos de 50 días como primera ministra le ha dado tiempo a arrastrar la economía británica al borde del abismo con un plan de recortes fiscales —ya retirado, al igual que el efímero ministro que lo firmó— que disparaba la deuda pública y comprometía gravemente su capacidad de financiación. Lo que le faltaba a un país que, en manos de la versión más frívola de los tories, ha visto cómo su PIB per cápita caía de los 40.620 euros del 2015 —antes del referendo del brexit— a 40.183 en el 2021. El de Alemania, mientras tanto, subía en ese mismo período de 37.050 a 43.290 euros. Goleada de +6.240 a -437 para Berlín, delantero centro de la UE.
Con estas cifras sobre la mesa, la gran preocupación de los británicos no es ya quién se bajará del próximo taxi que se pare frente al 10 de Downing Street, sino quién pagará la carrera.