Él nos quita la venda de los ojos sobre las miles de personas que navegan en la desesperanza. Y cuenta su historia para que, de una vez por todas, se pongan todos los medios necesarios para curar esta pandemia silenciosa
18 dic 2021 . Actualizado a las 13:14 h.La vida es bella. El significado de este maravilloso título que Roberto Benigni convirtió en obra maestra está muy alejado de aquellos que viven en las antípodas de la felicidad. Para ellos, su malestar es tal que ya no encuentran ningún motivo por el que seguir luchando. Y son más de los que nos imaginamos. La muerte de Verónica Forqué ha puesto el foco en esta situación y en esta pandemia silenciosa que, en nuestro país se cobra la muerte de casi 4.000 personas al año (3.941 en el 2020, según el INE), once al día. Pero detrás de ella hay un batallón de personas que navegan en la desesperanza y a las que tanto la sociedad como el sistema les ha dado la espalda.
Ese fue el caso de Isabel, la madre del actor y director Román Reyes. Ella se suicidó el 4 de noviembre del 2019, con apenas 58 años y tras haberlo intentado ya en tres ocasiones anteriores. Sufría depresión desde hacía más de 20 años. La impotencia que sintió Román al ver que no había conseguido evitar su muerte y que el sistema no la ayudó, lo llevó a crear la plataforma Stop Suicidios y la petición en Change.org para que se pongan los medios suficientes para evitar estas muertes, una iniciativa que se hizo viral apenas unas horas después. «Vivo en una pesadilla diaria de la que no puedo salir desde que mi madre decidió acabar con su vida tirándose desde la sexta planta del piso en el que vivía. Su marcha es injusta y su muerte era perfectamente evitable. Como la de las 10 personas que hoy, estadísticamente, se van a quitar la vida. ¿Cuánta gente más tiene que suicidarse para que se tomen medidas?», dice en el escrito en el que pide que la gente firme para que se revierta esta situación: «Que tu madre te diga llorando que se quiere morir y que necesita que la ingresen es muy duro. Pero más duro aún es llevarla al hospital, rogar que la ingresen y que te digan que no, que cambie de medicación y vuelva a casa. Vives durante años con miedo constante por si algún día pasa lo que ha terminado pasando», relata. Porque ese ha sido su día a día, el miedo, y luego, cuando se fue, el desamparo y la culpa.
De pequeño
«De pequeño, al principio, sentía extrañeza porque confías en tu madre, pero ya te suenan raras algunas cosas, ves algún compartimiento raro. Y luego ya tuvo el primer intento y el primer ingreso», relata este actor que participó en Servir y Proteger y que dirigió un videoclip de Blas Cantó, que visibilizó el problema de la salud mental.
«Luego, de adulto, yo me iba a rodar con miedo. Y de hecho, el segundo intento fue justo al volver de un rodaje que yo tenía grabación nocturna de un montón de horas. Llegué a casa y estaba la puerta cerrada. Lo que pasa es que ahí la pillamos a tiempo», aclara. Y luego ya llegó el último ingreso: «A mi madre se le dio de alta y a los dos meses se suicidó. Es un negligencia en toda regla. El problema es que no es un caso concreto. Pasa constantemente», dice porque, según cuenta, el tiempo máximo que este tipo de pacientes están ingresados es de poco más de un mes: «No van mucho más allá. Es un tema puramente presupuestario y te obligan a vaciar la cama, estés como estés. En los dos casos, yo dije en el hospital que mi madre no estaba bien para que le dieran el alta y me contestaron bastante mal. No le echo la culpa a los profesionales. Te das cuenta que ellos están presionados y que es un tema puramente político. No se ponen los presupuestos a la altura del problema», explica, mientras considera que «si hay casi el triple de suicidios que de víctimas mortales de tráfico, no se entiende por qué no se ponen medios a la altura».
«Hay que decirlo claro, es un crimen de Estado y se nos están muriendo compatriotas constantemente. Once al día. Prácticamente los están empujando a hacerlo. Porque solución por la vía pública no hay, a no ser que estés forrado y vayas a un psiquiátrico privado. Pero ahí estamos hablando de 3.000, 4.000, 5.000 o 6.000 euros al mes. A ver quién se puede permitir estar 6 o 7 meses o el tiempo que necesite», denuncia. También explica que la inversión en este campo «es de 25 millones de euros al año». «Si lo comparas con otros temas, por ejemplo, el bono cultural son 250 millones de euros. Y no es una crítica a algo concreto, pero hay que contextualizar. Es una vergüenza. Y lo mismo con el Ministerio de Igualdad o con el tema de la DGT. No se trata de hacer de menos otras luchas, se trata de comparar las cifras», dice.
Tratamiento adecuado
Román tiene muy claro que si su madre hubiera recibido el tratamiento adecuado y los cuidados que necesitaba, hoy estaría viva: «Cien por cien. Se le dio el alta y a los dos meses se suicidó. Es como si estás con cáncer, necesitas un ingreso del tiempo que sea, y te dan el alta antes de tiempo. Al final, te están matando. Y esto fue cuando conseguí ingresarla, que la mayoría de las veces, le cambiaban la medicación y para casa. Una vergüenza», dice.
Incluso relata que desde Madrid tuvo que casi amenazar a los servicios de urgencias para que la llevaran al hospital: «Yo vivía con ella en Madrid, pero en el 2018 se fue a Almería. Tenía allí a familiares. E iluso de mí, creí que el tema del mar, porque a ella le encantaba, le iba a hacer bien, y le iba a ayudar con la depresión aunque estuviéramos lejos. Hablaba con ella todos los días. Por eso, cuando me dijeron que estaba mal, llamé al 112 desde Madrid y se puso en duda mi palabra cuando conocía perfectamente los síntomas de mi madre y ya constaban ingresos. Tuve que insistir, incluso amenazar, para que la llevaran a un hospital y la valoraran. Y, efectivamente, la ingresaron porque corría mucho peligro de suicidarse. Ese fue su último ingreso», comenta.
Román también cayó en una depresión tras la muerte de Isabel y necesitó ayuda psicológica: «Sí, claro, estaba fatal. Tuve que ir al privado y tuve mucha suerte con la psicóloga que tengo. La vida dejó de tener sentido para mí porque era una lucha de años y sentí que la había perdido. No me daba la felicidad ni mi trabajo ni el deporte, que es a lo que estoy ahora agarrado. Y además, el mismo día que se suicidó mi madre, daban el debate electoral. Imagínate el sentimiento de desprotección e hipocresía porque hablaban mucho, pero ni una sola palabra de salud mental, pese a que se mueren mucha más gente que con otros problemas de los que hablan porque les dan votos. Es una desfachatez. Si ves los problemas con las cifras en la mano, no hay nada más urgente que esto. Es la primera causa de muerte no natural en España», explica.
Román sabe que la lucha es larga y lamenta mucho que se haya tenido que morir Verónica Forqué para que se ponga la atención en esta situación, aunque recuerda que «gente famosa hace muchos años que se suicida». El problema es que antes no se decía abiertamente y ahora se empieza a llamar a las cosas por su nombre: «Y esto no es que lo diga yo, es que la OMS dice que hay que hablar de suicidio para prevenirlo». Mientras su lucha continúa para que se doten de medios y de profesionales a las unidades de psiquiatría, su batalla más urgente es lograr que se ponga un teléfono de atención gratuito las 24 horas: «Igual que está el 016, pues uno análogo. LLevamos pidiéndolo desde hace tiempo y Pedro Sánchez lo anunció. Han pasado ya dos meses y aquí no se sabe nada. No sé a qué esperan. Cuando hay asociaciones que podrían poner rápidamente eso, por ejemplo, La Barandilla», comenta. Esta asociación tiene el 911.385.385, «y está atendido por psicólogos voluntarios de 9 a 21 horas, pero están desbordados». «Colau también ha puesto un teléfono de atención en Barcelona, y luego está el de La Esperanza, lo que pasa que este no sirve en todos los casos porque son voluntarios y, a veces, no son psicólogos. Y si estás muy muy mal, necesitas ayuda profesional», explica. «Imagínate que llama alguien que está a punto de cometer un suicidio, tiene que atenderle una persona que esté formada en el tema, incluso psicólogos especializados. No vale cualquiera», comenta mientras cruza los dedos para que, de una vez por todas, se traten los problemas de salud mental del mismo modo que el resto de enfermedades. Nada más que eso. Quizás, si eso se consigue, la muerte de Isabel y de muchísimos otros, habrá tenido sentido.