Dolores Vázquez, cómo defender a una inocente de la opinión pública

b. pallas REDACCIÓN / LA VOZ

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Laura Peris García

«Nunca he vuelto a ser la misma y nunca lo seré. Pero ha llegado el momento de enfrentarme a tantas sombras y contar por primera vez mi historia», afirma la mujer condenada injustamente por el caso Wanninkhof en el documental que estrena HBO Max

27 oct 2021 . Actualizado a las 22:44 h.

«Hace veinte años lo perdí todo, mi libertad, mi vida, mi voz e incluso mi nombre. Nunca he vuelto a ser la misma y nunca lo seré. Pero ha llegado el momento de enfrentarme a tantas sombras y contar por primera vez mi historia». Caminando sobre la arena en marea baja de una playa de Galicia, empieza Dolores Vázquez el relato en primera persona de la «pesadilla» que, veinte años después, sigue rondado en su cabeza cada día. El mismo relato en torno a la muerte de la joven Rocío Wanninkhof, de 19 años, que nadie creyó entonces y que dio lugar al mayor error judicial cometido en España: una acusación apoyada en conjeturas y en un oleaje mediático que hicieron que su posible inocencia nunca entrase en la ecuación. Por ello pasó injustamente 519 días en prisión sin que nadie le haya pedido siquiera perdón.

Dolores. La verdad sobre el caso Wanninkhof es el gran título que HBO Max estrenó ayer con motivo de su debut en España como plataforma de streaming. Reproduce la cadena de errores y coincidencias que hicieron de esta mujer, nacida en Betanzos (A Coruña), el chivo expiatorio idóneo de un crimen complejo cuyo auténtico culpable pudo seguir oculto unos años más, hasta que volvió a matar. El documental, producido por Toñi Moreno, dedica su primer capítulo a recapitular información sobre la desaparición y asesinato de Rocío Wanninkhof en octubre de 1999 en Mijas, Málaga.

Después se centra en reparar poco a poco la figura de Dolores Vázquez enfrentando su propia versión al relato público elaborado en su día. «He nacido en Betanzos, soy la menor de tres hermanas. Mis padres emigraron a Inglaterra siendo yo muy jovencita y mi educación es totalmente anglosajona. Mi vida transcurre allí hasta los 21 o 22 años». Se dedicaba al turismo y acabó en la Costa del Sol coincidiendo con su despegue entre los británicos en los años setenta. Le gustó y se quedó a vivir. Conoció a Alicia Hornos mucho después, cuando se compró una casa cerca de la suya. La gallega mantenía la tradición británica del té de las cinco y ahí, tacita a tacita, las vecinas empezaron a hacerse íntimas. Cuando el matrimonio Wanninkhof se separó, Dolores se convirtió en el gran apoyo de una casa con tres hijos. Ella era quien se encargaba de recogerlos, bañarlos o darles la cena cuando el trabajo retenía a la madre más allá de la hora. «Muy cariñosa con los niños y conmigo también», recuerda Alicia Hornos, madre de Rocío.

Las memorias de las dos se contraponen. «Alicia era una persona tremendamente celosa y posesiva, pero a mí no me afectaba esa parte de ella. Los niños lo eran todo para mí, así que compensaba una cosa con otra », afirma Dolores. La relación que entablaron -«extraña», según Dolores Vázquez; el gran amor de su vida para Alicia Hornos- fue el elemento de alimentaba el supuesto móvil del crimen cuando Vázquez fue detenida. Una relación sentimental que, en los medios de la época, había que leer entre eufemismos y que daba sentido al suceso según la teoría construida: la niña se interponía entre la pareja y por eso ella la habría matado.

Sin pruebas concluyentes, algunos indicios apuntaban en su contra. La Guardia Civil previno a la madre de que sospechaban de Vázquez. «Y yo voy atando cabos y digo, claro, sí es ella. Porque ella no quería a Rocío últimamente y Rocío no la quería a ella. Ella fue al entierro, pero no se mezcló con la familia», recuerda Hornos. Cada uno de sus gestos y movimientos fue escrutado.

El documental, con una cuidada puesta en escena, muestra a Dolores Vázquez mientras revisa junto al espectador las imágenes hoy bochornosas de cómo se analizaba la noticia de su detención en el matinal que María Teresa Campos presentaba por entonces. Se la tachaba de fría y calculadora, se señalaba su aplomo como prueba en contra. «Mentira todo», va diciendo Dolores a cada intervención. Pero el mensaje caló. Para cuando el jurado popular que iba a juzgarla se constituyó, no quedaba nadie en España que no conociera ya su historia y no tuviera su idea preconcebida. «No creo que estuviéramos preparados para ser jurado», afirma una de sus miembros.

En la cárcel descubrió que la cárcel «es como en las películas» y al cerrarse la puerta de la celda sintió que se asfixiaba. El sonido de los cerrojos le creaba pesadillas, que intentaba aplacar llenándose los oídos de papel higiénico para no escucharlo. Las horas y los días no pasaban. Su mente llegó a tener momentos en los que la seguridad absoluta en su inocencia se diluía y llegó a plantearle a su abogado si podría haber cometido el crimen y haberlo borrado de su mente como mecanismo de defensa.