La elección de Ebrahim Raisí como presidente de Irán no fue una sorpresa. Todos los que podían haber supuesto una amenaza fueron descalificados. Raisí era el candidato del líder supremo, Alí Jamenéi, y no es de extrañar: pocas personas encarnan mejor que él la ideología de la república islámica. No abrirá a Irán al mundo exterior y, ciertamente, no buscará complacer a Estados Unidos. En cuanto a su comportamiento en Oriente Medio, ha dejado en claro que «no es negociable». El conflicto entre Israel y Hamás el mes pasado fue un recordatorio de que casi todo está conectado.
Entendemos por qué Joe Biden busca volver al acuerdo nuclear, conocido oficialmente como Plan de Acción Integral Conjunto (PAIC). Washington debe hacer retroceder el programa atómico de Irán, y utilizar el tiempo que queda para llegar a un tratado más completo, o mejorar su disuasión para que Teherán entienda que EE.UU. evitará que se convierta en un Estado nuclear Pero eso no es suficiente. La Administración también deberá contrarrestar lo que casi con certeza será una escalada de Irán en la región: con el alivio en las sanciones derivadas del PAIC, los recursos de Teherán para generar conflictos se verán incrementados. La campaña de máxima presión de Donald Trump limitó los recursos que Irán podría poner a disposición de milicias como Hezbolá, Hamás o la Yihad Islámica, pero nunca detuvo la provisión de entrenamiento, armamento y de otros materiales.
Después del reciente conflicto con Israel, los líderes de Hamás elogiaron a Teherán por lo que les había proporcionado. Y sabemos por el audio filtrado que el propio ministro de Exteriores de Irán, Mohamad Yavad Zarif, se sintió frustrado porque la fuerza de élite Quds de la Guardia Revolucionaria iraní socavaba constantemente lo que él esperaba lograr con la diplomacia. Además, Jamenéi querrá mostrar que el retorno al PAIC no significa que renuncie a su ideología de resistencia, por lo que podemos esperar más expansión iraní en Yemen, Irak, Siria y el Líbano, así como amenazas a los Estados vecinos.
El temor por esta agenda regional de Irán explica gran parte de la oposición al PAIC, tanto en el momento del acuerdo como en la actualidad. Entonces, muchos integrantes del Congreso de EE.UU., así como los líderes de los países de Oriente Medio mostraron su preocupación -y lo hacen también ahora- porque la Administración Biden y sus aliados europeos darían erróneamente como «cerrado» al expediente de Irán, dado que ven la amenaza que representa de una manera demasiado limitada, y solo en términos nucleares. Los críticos en la región advierten que Irán se volvió mucho más activo y agresivo en Oriente Medio después de que se acordó el PAIC, por lo que esperan un incremento de las amenazas si Estados Unidos e Irán vuelven a cumplir el acuerdo. De manera justa o no, gran parte de la región sigue convencida de que la Administración Obama ignoró las agresiones de Irán debido a su preocupación por poner en peligro la implementación del acuerdo.
La perspectiva regional sobre Irán está impulsada por la experiencia de estos líderes con la república islámica. Para ellos, la cuestión central con Irán, como aseguró una vez Henry Kissinger, es si se trata de un país o de una causa. Este último caso está profundamente arraigado: el Irán revolucionario utiliza la retórica islámica chií y anticolonialista para justificar una agenda nacionalista expansionista. Poco antes de la revolución, la ejecución de miles de oponentes del régimen, reales o imaginarios, el apoyo a grupos terroristas a lo largo de la región, las amenazas implacables a la existencia de Israel, la peligrosa contraofensiva contra Irak en la década de los 80, el atentado contra cuarteles de EE.UU. en el Líbano en el 1983 y la guerra de los petroleros dejaron claro la naturaleza y la amenaza de Irán.
Cuando en el 2005 se hizo evidente el desarrollo de un programa de armamento nuclear por parte de Irán, se lo vio por primera vez como otra herramienta, aunque particularmente peligrosa. Por lo tanto, los Gobiernos de Bush y Obama declararon que Estados Unidos usaría la fuerza para evitar que Irán desarrollara armas, una amenaza que no se aplica contra Sudáfrica, Libia, India o Pakistán.
A la Administración Obama le preocupaba que si el programa nuclear iraní no podía detenerse diplomáticamente, desencadenaría un conflicto más amplio, ya sea porque Israel, sintiéndose existencialmente amenazado, o Estados Unidos, consciente del peligro de una carrera de armamento nuclear en Oriente Medio, actuaría. Seguir la diplomacia como medio para alterar el comportamiento de Irán fue, por muchas razones, no solo el camino lógico sino también el políticamente necesario. Inevitablemente, implicaba que Irán no era ahora una causa sino un país que podría ser domesticado por la diplomacia tradicional del palo y la zanahoria.
Algunos miembros de la Administración Obama llegaron a creer que el PAIC podría provocar un «cambio de régimen» diplomático: al presenciar el respeto y la confianza de Occidente, Irán abrazaría el mundo globalizado hecho en Estados Unidos.
Si esa fue la apuesta, no valió la pena. Desde el 2013, cuando comenzaron las negociaciones serias con el Gobierno iraní, hasta el 2018, cuando Trump se retiró del acuerdo, Irán no moderó su comportamiento. En cambio, aceleró sus intervenciones en la región. Para muchos, la lección fue obvia: no hay forma de generar confianza con Irán, porque Irán tiene una agenda propia para dominar Oriente Medio.
Washington debe conjugar diplomacia y contundencia
Independientemente de cómo israelíes, saudíes y emiratíes vieron la Administración de Obama, el enfoque de Biden hacia Irán es diferente. Hay varias señales que indican que EE.UU. no será pasivo frente a las amenazas directas o indirectas de Irán: bombardeos aéreos en respuesta a ataques de la milicia chiíes contra bases iraquíes donde están fuerzas estadounidenses, apoyo incondicional al derecho de Israel a la autodefensa contra los cohetes de Hamás. Al mismo tiempo, los estadounidenses alientan conversaciones privadas con sus aliados en la región para restaurar el PAIC. La ironía es que para que la diplomacia funcione, Teherán debe saber que hay fuerza detrás de ella.
Ya que Israel está ahora en el área de responsabilidad del Comando Central de EE.UU., Biden debería reunirse con sus socios árabes para desarrollar opciones y llevar a cabo planes de contingencia para hacer frente a las amenazas de las milicias chiíes. También debe alentar a los estados del Golfo para que den un mejor apoyo al Gobierno iraquí, suprimir más la capacidad de Irán de exportar armas y apoyar los ataques israelíes contra la infraestructura militar iraní y una mejor defensa contra los misiles sirios y de Hezbolá.
© 2021 The Atlantic. Distribuido por Tribune Content Agency. Traducido por Lorena Maya.
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