«Es mi mejor día de los últimos cinco meses», confesó el líder opositor que fue arrestado mientras intentaba cruzar el control de pasaportes
17 ene 2021 . Actualizado a las 21:11 h.Tan pronto como aterrizó en Moscú, mientras intentaba cruzar el control de pasaportes en el aeropuerto Sheremétievo, el líder opositor ruso, Alexéi Navalni fue detenido por las autoridades rusas, que ya habían anunciado su intención de arrestarlo en cuanto pisara el país. El Servicio Federal Penitenciario lo acusa de incumplir las condiciones de una pena de cárcel suspendida de 3,5 años dictada contra él en el 2014 y ha pedido a la Justicia que ordene su ingreso en prisión. Según señala Efe, en el momento de la detención, —que confirmó su portavoz, la activista, Kira Yarmysh, en un tuit— varios policías le pidieron que les acompañara, tras lo cual Navalni solicitó ser acompañado por su abogado, una petición que le fue denegada. Antes de ser detenido, se dirigió a la prensa: «Puedo decirles que estoy completamente feliz de haber regresado y que es mi mejor día en los últimos cinco meses», señaló Navalni, que se despidió con un beso de su mujer Yulia.
El líder opositor ruso partió ayer de regreso a Moscú desde Alemania, tal como había anunciado unos días atrás, cinco meses después del intento de envenenamiento del que acusa al presidente ruso, Vladimir Putin. A primera hora de la tarde se subió al vuelo DP936 de la compañía aérea Pobeda, arrastrando una pequeña maleta y acompañado de su esposa y su portavoz. Cuando un periodista que viajaba en el mismo avión, le preguntó si temía regresar a su país, respondió: «¿Por qué iba a tener miedo en Rusia». «Volamos a casa», escribió a continuación en su cuenta en Twitter. «Tengo la fila de la suerte, la 13», dijo el activista de 44 años una vez que logró sentarse en su asiento tras sortear a una gran nube de periodistas. «Tengo todo el derecho a regresar a casa», esto último, en relación a la orden de busca y captura que pesa sobre él.
Cinco meses en Alemania
Navalni se mostró tranquilo en todo momento, a diferencia de su mujer que reveló que se encontraba nerviosa por lo que pudiera pasar en cuanto aterrizaran. «Niño, tráenos un poco de vodka. Volamos a casa», dijo Yulia con una sonrisa tensa, recurriendo a una frase de una película de culto rusa, Brat 2 (Hermano 2) de Alekséi Balábanov.
La expectación era enorme, después de anunciara a mediados de esta semana su intención de regresar a su país, ya restablecido del intento de envenenamiento, que le provocó un colapso durante un vuelo por Siberia el pasado mes de agosto. Unos días después, se autorizó su traslado a Alemania e ingresó en coma en la clínica berlinesa de La Charité. Tras restablecerse y abandonar la clínica, siguió bajo observación médica en la capital alemana y luego se alojó, hasta diciembre, en un chalé de la pequeña localidad de Ibach (en la Selva Negra, en el sur de Alemania).
En octubre, la Unión Europea impuso sanciones contra varios altos funcionarios próximos al presidente ruso, Vladimir Putin, después de que laboratorios de Alemania, Francia y Suecia determinaran que Navalni había sido envenenado con un agente químico nervioso desarrollado por los soviéticos conocido como Novichok. Navalni denunció que el Servicio Federal de Seguridad (FSB) de Rusia, la principal agencia sucesora de la KGB soviética, fue directamente responsable de su intento de asesinato. Sin embargo, el presidente ruso desestimó las acusaciones en numerosas ocasiones.