El asalto al Capitolio finiquita la carrera del magnate, que calcina un caudal de 74 millones de votos y deja a sus herederos sin opciones para el 2024
10 ene 2021 . Actualizado a las 05:00 h.Hasta el miércoles, y a pesar de algunos desencuentros con destacados correligionarios, como el líder republicano en el Senado, Mitch McConell, por su empeño en negarse a aceptar la victoria de Joe Biden en las urnas, Donald Trump mantenía el control del partido. Con el aval de los 74 millones de votos cosechados el 3 de noviembre y con las legislativas del 2022 a la vista —en las que se renuevan los 435 escaños de la Cámara de Representantes y 34 de los 100 senadores—, eran contados los dirigentes republicanos que se atrevían a desmarcarse abiertamente del plutócrata para no poner en riesgo su reelección y no despertar las iras de unas bases en las que el trumpismo ha calado hondo durante los últimos cuatro años. Pero el 6 de enero, con la confirmación de que los republicanos habían perdido la mayoría en el Senado y, sobre todo, con el bochornoso asalto al Capitolio instigado por el presidente saliente, Trump hizo volar por los aires su carrera política y cualquier opción de perpetuar su legado más allá del 20 de enero.
la marca
El trumpismo antes de Trump. El trumpismo ya existía antes de Trump. El magnate se ha limitado a convertir su apellido en la marca que aglutina a un movimiento ultraconservador que tuvo antecedentes como el Tea Party y rostros visibles como la exgobernadora de Alaska Sarah Pallin. Donald Trump recogió en el 2016 los frutos cultivados por una creciente corriente de la derecha radical que tiene en la cadena Fox News su principal fábrica de argumentos. Esta ideología explota la desafección de una capa de la sociedad norteamericana respecto a su clase política por las consecuencias de la globalización y la crisis económica. Es una derecha sin complejos, ultranacionalista, populista, proteccionista en lo económico, contraria a la emigración, con toques supremacistas y religiosos y que odia todo lo que representan Washington, la CNN, el New York Times o las élites universitarias. A pesar de esa extraña mezcolanza y sus patentes contradicciones, el éxito del discurso se ha basado en despertar los instintos primarios que provoca la dicotomía ellos y nosotros y que se resume en su lema: America First.
el horizonte del 2024
El trumpismo sin Trump. Más allá de que se puedan aplicar medidas drásticas como la 25.ª enmienda —que le impediría legalmente presentarse de nuevo a los comicios—, tras cruzar la línea roja de profanar la sede de la democracia estadounidense, Donald Trump ha calcinado cualquier opción de concurrir a las presidenciales del 2024. El temor en el seno del Partido Republicano es que el empresario plantee un pulso interno que derive en una escisión y reduzca aún más su capacidad para disputar la Casa Blanca a los demócratas.
los herederos
¿Quién puede tomar el testigo? Está por ver qué entidad tendrá el trumpismo como corriente ideológica dentro del Partido Republicano, sobre todo después de la colisión final entre el presidente y su mano derecha, Mike Pence, por la decisión del vicepresidente de certificar en el Capitolio la victoria de Biden. Un sector importante de la formación quiere recuperar la esencia perdida durante el mandato de Trump, es decir, volver a un partido conservador clásico y respetuoso con las instituciones. La relevancia que adquiera el trumpismo dependerá de quién tome el testigo del presidente saliente. El senador por Texas Ted Cruz, que se ha mantenido fiel a la línea dura al negarse a reconocer la derrota electoral, ya fue precandidato en el 2016 y es uno de los mejor posicionados para sucederle. No parece que tengan mucho recorrido las sugerencias del líder del clan de que sea Ivanka Trump u otro de sus hijos quien herede la franquicia.
icono conspiranoico
De QAnon a Proud Boys. Si los dirigentes republicanos retoman las riendas del partido, logran resituar la ideología en el lugar que ahora ocupa el culto a la personalidad y no cuaja la escisión, Trump corre el riesgo de convertirse en pocos más que el icono friki de esa nebulosa en la que pululan milicianos, conspiranoicos y supremacistas. El trumpismo acabaría entonces por diluirse con movimientos como QAnon, Proud Boys, Bogaloo Boys o Pizzagaters, a los que el republicano nunca ha tenido reparos en mostrar su simpatía.
Los estrategas del presidente no sobreviven a su mandato
Esta peculiar amalgama ideológica llamada trumpismo —en la que conviven la defensa del libre comercio con la aplicación de elevados aranceles o la reivindicación de la Biblia como guía espiritual de EE.UU. con el odio declarado a los inmigrantes— se convirtió en exitosa marca electoral en los comicios de noviembre del 2016 de la mano de un grupo de estrategas que conocían como pocos las entrañas de la televisión y de las redes sociales. Ninguno de ellos ha logrado sobrevivir a Trump, que durante su mandato ha sido una auténtica trituradora de asesores.
En el 2017 falleció Roger Ailes, uno de los primeros en apoyar su salto a la escena política. El director ejecutivo de Fox News, que había sido consejero de otros tres presidentes republicanos, abandonó la dirección de la cadena de Rupert Murdoch en el 2016, en medio de acusaciones de acoso sexual de 23 mujeres. Tras pactar con Murdoch un finiquito millonario, asesoró a Trump en los debates de la campaña que lo llevó a la Casa Blanca.
Desde Breitbart News y Cambridge Analytica, Steve Bannon fue uno de los cerebros de la elección de Trump, para quien movió con tenebroso acierto los hilos de las redes sociales y de las fake news. El magnate lo recompensó con un puesto de consejero presidencial y estratega jefe de la Casa Blanca, pero apenas duró siete meses en el cargo. La Fiscalía de Nueva York lo investiga ahora por el desvío de un millón de dólares de la campaña para construir el muro fronterizo entre Estados Unidos y México.
Al igual que Ailes, el gurú Roger Stone era un viejo conocido en las campañas republicanas, en las que colaboraba desde la época de Nixon. Se convirtió en el consultor de cabecera de Trump en el 2015 y tras verse envuelto en varios asuntos turbios, fue condenado por mentir al Congreso y obstruir la investigación sobre la injerencia rusa. El presidente lo indultó en diciembre, al igual que a Paul Manafort, director de la campaña del 2016, que también había sido sentenciado por la trama rusa y delitos fiscales.