Berlín se reinventa pese a las cicatrices

Patricia Baelo BERLÍN / E. LA VOZ

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Ciudadanos alemanes depositaron rosas en el Memorial al Muro
Ciudadanos alemanes depositaron rosas en el Memorial al Muro FABRIZIO BENSCH | Reuters

Los cambios la han convertido en una ciudad mucho más joven, progresista y cosmopolita que el resto de Alemania

10 nov 2019 . Actualizado a las 10:15 h.

En Berlín la gente anda descalza por la calle, transporta todo tipo de animales en el metro y hace cola durante cinco horas para convencer al caprichoso portero del club Berghain de que le deje entrar. Millones de turistas, jóvenes y no tanto, visitan cada año la ciudad de la libertad y el libertinaje, en la que todo es posible, con el fin de festejar día y noche. Pero también para contemplar la East Side Gallery, que con algo más de un kilómetro, supone el trozo del muro de Berlín más largo que queda en pie. El 13 de agosto de 1961 el régimen comunista de la RDA erigió el símbolo de la Guerra Fría por antonomasia, para evitar un éxodo a la mitad occidental y próspera del país. 160 kilómetros de muro de hormigón, reforzado por alarmas, un alambre de espinas y una valla metálica, así como 302 torres de vigilancia flanqueadas por 200.000 soldados, perros policía y barreras antivehículo y antitanque.

Por entonces el Ministerio de Seguridad del Estado, la Stasi, se había constituido como una potente herramienta de espionaje que empleaba a más de 270.000 informantes, entre ellos ciudadanos infiltrados. «Décadas después supe que mi tío me vigiló durante años», cuenta Frank, que no quiere desvelar su apellido y pasó un lustro en una cárcel. No contento con las torturas y vejaciones sistemáticas, el régimen de la RDA traficó con prisioneros para conseguir divisas: 95.847 marcos por cada uno que vendía al Oeste.

«La ciudad dividida era una isla en medio de la nada. La recuerdo oscura y fría, pero con noches salvajemente divertidas. Siempre gris, con inviernos interminables y olor a hollín en el aire. Los controles fronterizos formaban parte de la vida diaria», relata Carmen en entrevista con La Voz. Esta madrileña de 54 años estudiaba Publicidad en 1986, durante la Movida, cuando decidió marcharse a Berlín para aprender alemán con 10.000 pesetas en el bolsillo.

Jamás imaginó que todo cambiaría el 9 de noviembre de 1989. A las 23.30 horas se abrió el primer paso en el mismo muro en el que más de 600 personas habían muerto abatidas por soldados cuando intentaban huir, y una horda de gente comenzó a cruzarlo. La mayoría se quedaban atónitos con las luces de neón de los escaparates y los elevados precios del Oeste, pero no eran conscientes de lo que estaba sucediendo. 

«Es una broma»

También Angela Merkel, que tenía 35 años y era física en la Academia de Ciencias. Como cada jueves por la noche, fue a una sauna de Berlín oriental con una amiga. «Es una broma», le respondió su familia cuando, antes de salir, llamó por teléfono y les dijo que circulaba el rumor de que los ciudadanos del Este eran libres de viajar. Precisamente de regreso a casa, la actual canciller se topó con una avalancha de personas. «Nunca lo olvidaré. Estaba sola pero seguí a la multitud. Y de repente estábamos en el lado oeste», asegura Merkel, que se bebió su primera cerveza de Alemania occidental en el apartamento de unos desconocidos.

Poco después de medianoche se abrieron el resto de los puestos fronterizos, y mientras la Stasi destruía sus archivos a contrarreloj, la población estallaba de júbilo. «Muchas escenas de reencuentros entre familiares, abrazos entre desconocidos, multitudes saliendo a las calles, llantos, alegría... De alguna manera sentí que estaba viviendo un hecho histórico», describe Carmen.

Hoy, cuando se cumplen treinta años de aquella noche, Berlín sigue siendo una ciudad con cicatrices, llena de contrastes y en permanente transformación. Los cambios hacia un nuevo orden político se iniciaron con el Tratado de Unidad, que formalizó la extinción de la RDA y la reunificación del país en 1990, así como con la decisión parlamentaria de trasladar la capital de Bonn a Berlín, sin olvidar el principio del federalismo y la descentralización. Para realizar la mudanza de la maquinaria gubernamental hicieron falta ocho años y 10.000 millones de euros.

Pese a ser una ciudad-región sin industria ni banca, muy endeudada con el Estado central, y acostumbrada a aceptar solo pagos en efectivo en muchos establecimientos, Berlín sí se ha rendido al capitalismo. En sus calles los edificios prusianos que quedaron en pie tras la Segunda Guerra Mundial conviven con algunos del Tercer Reich, los comunistas de la RDA y los erigidos desde la reunificación en los cientos de terrenos que quedaron vacíos en pleno centro urbano tras la caída del Muro.

Berlín cuenta con 175 museos, tres óperas nacionales y obras de aclamados arquitectos como Norman Foster y Santiago Calatrava. Sin embargo, aún carece de un aeropuerto internacional digno de una capital europea y mantiene los de Tegel y Schönefeld, pequeños y obsoletos, mientras las autoridades trabajan en su relevo, BER, cuya inauguración acumula nueve años de retraso debido a problemas técnicos. Aunque sin duda el mayor reto urbanístico consiste en abastecer y alojar a una población que ha crecido en un 12 % en la última década. 

Especulación inmobiliaria

Ello ha provocado una gentrificación desmedida, por la cual las antiguas zonas comunistas se han convertido en barrios de moda a merced de especuladores inmobiliarios, mientras al ciudadano de a pie le han ido desplazando de una periferia a otra. «Antes este era un barrio de fábricas. Aquí venían los obreros a comer cuando entraban o salían del trabajo. Ahora son sobre todo turistas», explica Heike Buchholz, vendedora del puesto de salchichas currywurst Konnopke, que lleva 90 años en el mismo rincón de Prenzlauerberg. 

El precio de los alquileres se ha duplicado en los últimos diez años, y se sitúa ya en los 6,75 euros de media por metro cuadrado. Algo que choca con la mentalidad tradicionalmente inconformista de los berlineses, un pueblo de estilo directo y seco, herencia de la extinta RDA, que ha sabido canalizar sus heridas a través del arte y la cultura. El resultado es una ciudad mucho más joven, progresista y cosmopolita que el resto de Alemania.

No obstante, muchos hoy se preguntan si el eslogan «pobre pero sexi», con el que el exalcalde Klaus Wowereit la bautizó en el 2003, continúa siendo vigente. Algunos creen que la pérdida de autenticidad es el precio que ha tenido que pagar la ciudad a cambio de su libertad. Una libertad en la que quizás no piensen los millones de turistas que vienen cada año atraídos por las últimas tendencias, pero sí los berlineses. «Cuando voy de una parte a otra sigo viajando mentalmente de la mitad oriental a la occidental», resume el fotógrafo Gerd Danigel.

  

Angela Merkel llama a no olvidar los valores europeos 

P. Baelo

El 30 aniversario no contó ayer con un gran acto ni la presencia de los más importantes líderes mundiales como hace diez años. El presidente alemán, Frank-Walter Steinmeier, y la canciller Angela Merkel participaron en un acto central ante el Memorial al Muro, acompañados por los dirigentes de Eslovaquia, la República Checa, Polonia y Hungría. «Sin las revoluciones pacíficas en el Este, la unidad alemana no habrían sido posible», subrayó Steinmeier.

Bajo la lluvia y tras depositar unas flores, Merkel aprovechó la fecha para hacer una llamada a la lucha contra el odio, el racismo y el antisemitismo, en momentos en que Alemania vive un repunte de la ultraderecha. «De nosotros depende la democracia, la libertad, los derechos humanos, la tolerancia; no podemos bajar la guardia, hay que luchar por los valores europeos», sentenció. «Ningún muro es tan alto o tan ancho que no se pueda atravesar», dijo antes de recordar a los muertos por el régimen comunista.

Una retahíla de tiras de colores ante la Puerta de Brandemburgo con mensajes de esperanza escritos por ciudadanos alemanes se inauguró el pasado lunes como parte del ambicioso programa del Gobierno alemán para conmemorar el treinta aniversario. Un gran despliegue con más de 200 eventos entre proyecciones, exposiciones, conferencias, debates, visitas guiadas, y talleres. Los actos centrales culminaron ayer con un gran concierto en la Puerta de Brandemburgo. Sin embargo, hasta el 3 de octubre del 2020 el espíritu de la revolución pacífica iluminará la capital europea.