El mandarín del BCE hace las maletas tras ocho años de intenso trabajo para salvar al euro
01 nov 2019 . Actualizado a las 11:39 h.Mario Draghi ya es historia. El italiano de 72 años que salvó al euro de su demolición en el 2012 con la magia de tres palabras («Whatever it takes»), alza el vuelo. Cedió ayer los mandos del Banco Central Europeo a su sucesora, Christine Lagarde. Deja tras de sí un legado con muchas luces y pequeñas sombras. Cumplió con el deber de mantener a la moneda única incorruptible, pero lo hizo pagando un precio muy alto: se ganó la enemistad de Berlín.
Al rescate del euro
Aterrizó el 1 de noviembre del 2011 en Fráncfort, en un momento de creciente pesimismo y desconfianza. Nadie se fiaba de sus artes para controlar las fuerzas de la naturaleza que amenazaban con derrumbar los cimientos del euro.
Llegó de rebote y con un una enorme losa a su espalda: el maquillaje de las cuentas griegas que facilitaron la adhesión del país a la moneda única. Aquella trampa de ingeniería contable perpetrada por Goldman Sachs -donde ocupó el cargo de vicepresidente-, fue el germen de un problema mayor que pudo haber destruido el proyecto. Draghi no solo enmendó el error, sino que lo hizo con la agudeza y la agilidad que le faltaron a su predecesor, Jean-Claude Trichet.
Lo demostró a los tres días de tomar las riendas del BCE. Su primera medida fue un recorte de los tipos de interés hasta el 1,5 % para suavizar la recesión que acechaba a la zona euro y que se materializó en el 2012. A la larga se acabaría convirtiendo en su sello personal y el principal motivo de disputa al este y norte del Rin.
El momento más decisivo llegó en el verano del 2012: su bautizo de fuego. Grecia agonizaba. La especulación se cebaba con España e Italia. Al borde del abismo, el italiano tuvo que dar un paso adelante y pronunciar la célebre frase que hizo enmudecer a los mercados: «El BCE hará lo que sea necesario para sostener el euro y, créanme, será suficiente». Sus palabras funcionaron como un bálsamo y el miedo a un contagio se disipó. La magia de Súper Mario había comenzado a surtir efecto. Las primas de riesgo bajaron a niveles terrenales, aliviando la asfixia de las economías del sur.
Draghi ya había hecho historia, pero agrandó aun más su leyenda cuando el 22 de enero del 2015 abrió la caja de herramientas del BCE y blandió el arma definitiva para luchar contra la anemia económica: el programa de compra masiva de deuda. El italiano puso toda la carne en el asador para luchar contra el fantasma de la baja inflación, la gran amenaza para el crecimiento. Inyectó hasta 2,6 billones de euros a las economías, dando margen a países como España a recuperar el aliento perdido. Aunque las estadísticas acabaron dando la razón al italiano, los halcones del euro nunca le perdonaron su apuesta por la política monetaria expansiva y los tipos bajos. Le declararon la guerra con el peor de los enemigos al frente: Alemania.
Rebelión de halcones
El gobernador del Bundesbank, Jens Weidmann y el exministro de Finanzas germano, Wolfgang Schäuble, coordinaron sus arremetidas contra Draghi, a quien llegaron a acusar de alentar a la extrema derecha en los países acreedores. El italiano no se amedrentó: «Si se cuestiona la credibilidad del BCE, las medidas tardarán más en ser efectivas y al final habrá que hacer una expansión mayor». Países Bajos, Finlandia y Austria, entre otros, se sumaron a la campaña de acoso para tratar de influenciar el rumbo de la política monetaria. La última pataleta acabó con la dimisión el pasado septiembre de la consejera alemana del BCE, Sabine Lautenschläger, en protesta por la activación del último paquete de estímulos económicos.
La troika, su pecado
La única mácula al frente del BCE tiene acento griego. «El BCE no debería haber participado de la troika, no tiene sentido que una institución que vela por el objetivo de inflación y por la estabilidad forme parte [...] Dicho esto, no oscurece en absoluto su trayectoria. En todo caso la de Barroso», sostiene el eurodiputado socialista, Jonás Fernández. Pero lo cierto es que bajo su batuta, el BCE tomó decisiones muy controvertidas en el primer semestre del 2015 como la retirada de la liquidez de emergencia a Grecia. Una maniobra que acabó asfixiando al Gobierno heleno en plenas negociaciones del plan de ajustes y reformas. El exministro de Finanzas griego, Yanis Varufakis, no guarda buen recuerdo del italiano al que calificó de «déspota trágico».