El político que triunfa colgado de una tirolina

Luís Pousa Rodríguez
Luís Pousa REDACCIÓN / LA VOZ

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Boris Johnson, entonces alcalde de Londres, se quedó colgado de una tirolina durante un acto promocional de los Juegos Olímpicos del 2012 en el parque Victoria
Boris Johnson, entonces alcalde de Londres, se quedó colgado de una tirolina durante un acto promocional de los Juegos Olímpicos del 2012 en el parque Victoria Rebecca Denton | Reuters

Boris Johnson, nuevo líder del Partido Conservador británico y primer ministro del Reino Unido, tiene que encauzar la salida de la UE y sellar las fracturas de un país roto por el «brexit»

06 jun 2022 . Actualizado a las 19:54 h.

Hay una tentación muy extendida de confundir a Boris Johnson (Nueva York, 1964) con políticos populistas como Donald Trump o con los líderes de la ultraderecha europea, como su compatriota Nigel Farage o el italiano Matteo Salvini. Pero Johnson está muy lejos de ser uno de ellos. Sería un error de perspectiva creer que los afiliados conservadores acaban de elegir como nuevo líder de su partido y primer ministro a una mera imitación del presidente estadounidense. 

A sus 55 años, Boris Johnson ha llegado a la cima de una carrera cuidadosamente preparada. Se tome como el esmerado triunfo de las élites británicas o como el fracaso de las mismas -ahí reside el debate sobre cuál va a ser su legado-, este indómito periodista es un producto surgido de las cenizas todavía humeantes del antiguo Imperio. Estudió en Eton y se graduó en Clásicas en la Universidad de Oxford, dos etiquetas que le garantizaban el acceso a los centros de poder del Reino Unido.

Hombre extremadamente culto e inteligente -he ahí una de las primeras diferencias con el romo Trump-, se engañan quienes lo consideran un burdo polemista dispuesto a dar a la masa lo que pida, aunque eso suponga el suicidio de su país. Nacido en Estados Unidos -hay dudas muy serias sobre si renunció o no a la nacionalidad norteamericana-, el único parecido razonable con el inquilino de la Casa Blanca es su notable falta de escrúpulos. Mintió descaradamente en la campaña del brexit, cuando afirmó que el divorcio de Bruselas supondría para Gran Bretaña el ahorro de 350 millones de libras a la semana. Y tampoco ha dudado en jugar la baza de atizar el fantasma de la inmigración para reclamar el control de las fronteras que, según su idílica versión, supondrá la salida de la Unión Europea.

Pero que nadie espere que Johnson sea ese elefante en la cacharrería que muchos presuponen. Ya no es aquel corresponsal del Telegraph en Bruselas que contribuyó, con sus encendidas crónicas, a propagar por el Reino Unido la eurofobia contra la burocracia de la UE. Tampoco el director del semanario The Spectator, que cumplió en sus manos su 175 aniversario. Ni siquiera el imprevisible ministro de Exteriores (2016-2018) que acabó renunciando a su puesto por las insalvables discrepancias con Theresa May sobre el brexit.

Quizás haya que remontarse a su etapa como alcalde de Londres (2008-2016) para conocer el auténtico rostro de Johnson. Ahí vimos al carismático líder que dirigió los brillantes Juegos Olímpicos del 2012. De aquel año nos queda su foto colgado de una tirolina junto a la noria del parque Victoria. Como dijo el entonces primer ministro, David Cameron, si cualquier otro político se hubiese quedado atrapado en el arnés sería un desastre. «Pero para Boris, es un triunfo absoluto», sentenció.

De esas dotes de funambulista va a tener que echar mano para afrontar sus dos mayores retos: encauzar la marcha de la UE antes del 31 de octubre y sellar las fracturas en su partido y, sobre todo, en una sociedad rota por el brexit.