Si al acto de esta secta sanguinaria sumamos que el brexit pone en duda uno de los puntos esenciales del tratado del Viernes Santo -la desaparición de la frontera entre Irlanda del Norte y la República-, podemos intuir lo frágil que es una paz que tanto costó lograr
21 abr 2019 . Actualizado a las 12:17 h.El 23 de octubre de 1993, el IRA voló por los aires una pescadería en Shankill Road (Belfast) porque sus comandos creían que en el piso superior se encontraban reunidos los principales líderes de los paramilitares unionistas. El encuentro ya había concluido cuando los terroristas plantaron su bomba, pero el atentado dejó 10 muertos y 57 heridos. Pisé esa calle -que permanecía hostil y silenciosa- solo unos días después de la matanza. Durante esa semana, los grupos armados lealistas UDA y UVF se vengaron asesinando a 14 católicos.
No parecía el mejor escenario para sentar las bases de una futura paz que entonces semejaba tan real como el unicornio que adorna el escudo del Reino Unido. Pero justo en aquellos días John Hume, líder del Partido Socialdemócrata y Laborista, y Gerry Adams, tótem del Sinn Féin (el brazo político del IRA) se habían propuesto encontrar una salida a cuatro décadas sanguinarias que habían dejado 3.700 muertos de ambos bandos. Porque no solo el IRA asesinaba sin piedad, las facciones paramilitares de los partidos unionistas también cometían atentados brutales.
Lo que entonces sonaba a quimera empezó a ser tangible apenas dos meses después de la masacre de Shankill Road. El 15 de diciembre de 1993, el premier británico, John Major, y el primer ministro irlandés, Albert Reynolds, hacían una declaración conjunta en Downing Street, en la que sembraban las claves de lo que sería finalmente el acuerdo de paz del Viernes Santo de 1998, que puso fin a tantos años de muerte en el Úlster.
Una rama disidente del IRA, el autoproclamado Nuevo IRA, se negó a sumarse al armisticio. La prueba más reciente de su camino hacia la nada la ofreció este Jueves Santo, cuando asesinó a la periodista de 29 años Lyra McKee, que estaba a pie de calle durante el enésimo enfrentamiento entre policía y radicales católicos en Derry. Si al acto de esta secta sanguinaria sumamos que el brexit pone en duda uno de los puntos esenciales del tratado del Viernes Santo -la desaparición de la frontera entre Irlanda del Norte y la República-, podemos intuir lo frágil que es una paz que tanto costó lograr.
Recuerdo que aquel otoño de 1993 John Hume (que luego recibiría el premio Nobel) vino a la University College Dublin a debatir sobre el proceso de paz. Un alumno lo interpeló por sus conversaciones con el maligno Sinn Féin. Nunca olvidaré su respuesta:
-Soy un político. Y me pagan por dialogar. Como si tengo que hablar con el mismísimo Diablo. En eso consiste mi trabajo.