Los partidos aportan muchas recetas milagro sin que se explique cómo se va a obrar el milagro
12 abr 2019 . Actualizado a las 07:42 h.Decía Otto von Bismarck que la política no es una ciencia exacta, y después de ojear e incluso leer los programas de los partidos políticos apetece decir la verdad: ni siquiera es una ciencia. Han pasado muchas cosas, mucho tiempo desde que Julio Anguita reivindicara el programa político como una especie de Viejo Testamento, como unas Tablas de la Ley sobre las que construir la acción de gobierno y cualquier pacto postelectoral. Desde entonces la sociedad española se ha polarizado, radicalizado y banalizado. Se ha perdido el bipartidismo y nos han premiado con la frivolidad y cierto guerracivilismo. Los programas de los partidos, unos más que otros, reflejan ese modo neurológico tuitero que se ha hecho fuerte en la política. Textos breves, retórica para todos los públicos, corrección política máxima y emocionalismo, un concepto que nada tiene que ver con la inteligencia emocional.
El manto de la religiosidad digital lo cubre todo: los programas se convierten en listas numeradas a modo de recetario, incluso tienen alguna falta de ortografía y hasta frases pijas en inglés. El PSOE tiene 110 propuestas, Vox, 100; y Podemos y Pablo Iglesias, siempre más que los demás: 264. Y si antes no había quien le tosiera a Pablo ahora llega otro Pablo dispuesto a ser siempre el que más: Pablo Casado, que llega a las 500 medidas y convierte el programa del PP en su álbum de fotos familiar. El PSOE, mientras, busca el modo naíf del corazón blanco sobre fondo rojo que contrasta con una tipografía agresiva. Y Unidas Podemos imprime su programa en formato de libro en miniatura que recuerda a aquellas miniconstituciones bolivarianas de Hugo Chávez (sin acritud).
Las diferencias entre los extraños códigos numerológicos de los programas -ahora hasta se vería como algo factible que alguna televisión ponga a un experto a estudiar qué mensaje oculto encierran- no logran desterrar la verdad desagradable: todos ellos son más parecidos de lo que ellos mismos creen. Las medidas son a veces conejos que salen de una chistera, como si solo importara el conejo y no cómo llegó a salir de una chistera en la que no había nada. Es decir, ofertan recetas milagro sin contar cómo van a obrar el milagro. Un ejemplo: varios partidos hablan de inmensas cuotas de energía renovable sin decirnos cómo lo van a conseguir. Lo importante ya no es el método: lo importante es parecer más ecologista que los demás. Lo otro ya se verá. Mientras, los partidos animan a sus potenciales electores a que se enganchen a su WhatsApp para convertirlos en elementos propagandísticos de primer orden, en meros peones de la viralidad.
«El politainment busca simplificar los mensajes electorales para impactar desde un punto de vista más emocional», explica Miquel Pellicer, profesor de Ciencias de la Comunicación de la Universitat Oberta de Catalunya, proporcionando la etiqueta que define esta tendencia que ha venido para quedarse y que convierte la política en un espectáculo. El programa ha dejado de ser un contrato y los partidos se guardan propuestas efectistas para alimentar los titulares del día. Querrán sorprender, incluso improvisar, y no mostrar todas sus cartas.
El preámbulo delata
No obstante, los preámbulos de los programas dicen mucho. El PP asegura que asume plenamente «el mandato que dio la España de los balcones», en referencia a la fiebre patriótica que despertó el secesionismo catalán. De Vox quizás habría que hablar poco, pues algunos ya se han dado cuenta de que han hablado demasiado de ellos. Dirigen sus propuestas a lo que llaman «España viva», mientras que los socialistas pasan ampliamente de los preámbulos y van directamente al grano. Podemos elucubra «un nuevo país» en el que la historia «la escribes tú». Ciudadanos, mientras, se ven herederos de la Ilustración y de los constituyentes de la revolución americana, un cóctel de liberalismo y progresismo que habrá que agitar mucho para ver si es posible el maridaje.