Gobiernos, familias y hogares de todo el planeta deben la friolera de 157 billones, a 21.000 euros por ciudadano
14 mar 2019 . Actualizado a las 12:55 h.Se avecina tormenta. Lo advierte el FMI, que esta semana, en vísperas de la cumbre que celebrará en los próximos días en Bali, ha puesto sobre la mesa su inquietud ante los derroteros que está tomando la economía mundial. Y lo que es peor, sus temores ante lo que puede estar por llegar. Entre esos miedos, una cifra para echarse a temblar: los 182 billones de dólares (unos 157 billones de euros) de la monumental deuda global, la pública y la privada. Que es tanto como decir que algo menos de 157 veces el PIB español. Todo un polvorín.
Y no es que el problema de la deuda sea nuevo. Lleva ya tiempo sumando un récord tras otro. Es que las tornas de la política monetaria han cambiado. La Reserva Federal ha dejado de comprar bonos públicos y está subiendo los tipos de interés, y el BCE ya está cerrando el grifo de las compras de deuda, aunque, según Mario Draghi, hasta el verano que viene, como poco, no encarecerá el precio del dinero. Cierto es que los dos pretenden que el giro se produzca sin sobresaltos, de manera gradual. Pero para eso la inflación ha de seguir bajo control. Porque si se desmadra... tendrán que decidir entre dejar que los precios sigan subiendo -cosa que no casa con los bancos centrales- o subir los tipos para contenerlos, lo que haría más pesada la carga de los intereses de esa gigantesca deuda. «Gobiernos y empresas son ahora más vulnerables a un endurecimiento de las condiciones financieras», resumió el pasado lunes la directora del Fondo, Christine Lagarde. Las últimas cifras que manejan los expertos del FMI, esos 157 billones, suponen que a cada habitante del planeta le corresponden más de 21.000 euros.
Vivir a crédito fue la salida natural de la crisis: sufragó el déficit y reanimó el crecimiento ¿Pero cómo hemos llegado hasta esa cifra? Por la crisis. ¿Por qué, si no? Vivir a crédito fue la salida natural de ese agujero. Los préstamos permitieron a los Gobiernos sufragar los desequilibrios de las cuentas públicas y reanimar el crecimiento. Se lo pusieron en bandeja los bancos centrales, quienes, dejando los tipos en mínimos históricos, alentaron al mundo a pedir prestado. Pero el crédito, ya se sabe, es adictivo. Y marea detenerse a mirar cómo de rápido ha crecido esa bola de nieve. Para entenderlo mejor, un dato: más de un tercio de las economías avanzadas deben, como poco, el equivalente al 85 % del tamaño de su economía. Y eso es tanto como tres veces más de lo que suponía la deuda que acumulaban hace 18 años.
Hay motivos para la preocupación. Sobre todo sabiendo que España está en el saco de los países más vulnerables por el flanco de la deuda. En el caso de la pública, asciende a 1,163 billones de euros (dato del segundo trimestre, último disponible), el equivalente al 98,1 % del PIB. En el 2007, antes de la tormenta, apenas llegaba al 36 %. La privada es de 1,598 billones de euros (datos de cierre del 2017), el 137 % del producto interior bruto. Esta última lleva acumulados nueve años consecutivos de ajuste. En ese período, hogares y empresas han logrado reducir su endeudamiento en más de medio billón de euros. Pero parece que ese recorte se agota: en el último año solo han conseguido adelgazarlo en 19.500 millones. Cuando la caída de Lehman Brothers lo dinamitó todo, hace ahora diez años, familias y empresas españolas acumulaban 2,17 billones de euros en deudas, un 200 % del PIB.
El desafío fiscal de Italia, otra bomba de relojería
«No desearía que, después de haber sido capaces de lidiar con la crisis griega, acabáramos con la misma crisis en Italia. Con una crisis ha sido suficiente». Las palabras las pronunció el presidente de la Comisión Europea, Jean-Claude Juncker, quien el pasado lunes lanzó el aviso más serio hasta la fecha de un político europeo al Gobierno del Movimiento 5 Estrellas y la Liga Norte en Italia. Venía a decir el luxemburgués que Roma está siguiendo los pasos de Atenas, que a punto estuvo en el 2015 de salir del euro. Era la respuesta al desafío del Ejecutivo de Giuseppe Conte, que ha decidido saltarse a la torera los compromisos adquiridos por el anterior Gobierno en el terreno del déficit. A ese a desafío y a las incendiarias declaraciones de Claudio Borghi, consejero económico del vicepresidente, Matteo Salvini, y presidente de la Comisión de Presupuestos del Congreso asegurando que «Italia tendría que ponerse a imprimir moneda». La contestación de Salvini a Juncker, para echarse a llorar: «Si vais a Google y escribís “Juncker sobrio” o “tambaleante”, encontrareis imágenes bastante evidentes y a veces impresionantes».
Ayer Juncker insistió: «Está en manos de los responsables políticos italianos encontrar las normas y medidas que permitirán a Italia permanecer dentro de los objetivos presupuestarios acordados».
Las advertencias de Bruselas y, sobre todo, la presión de los mercados -la prima de riesgo del país anda ya por los 300 puntos- han obligado al Gobierno italiano a suavizar el tono y las cifras. Primero fijaron el objetivo de déficit en el 2,4 % del PIB para el año que viene y los dos siguientes. Esa seguirá siendo la meta para el 2019, pero que se reducirá al 2,1 % en el 2020 y al 1,8 % en el 2021. Muy lejos del 0,8 % al que se comprometió el anterior Gobierno de centroizquierda para recortar la abultada deuda pública del país, que ya supera el 130 % del PIB. La segunda más pesada de la UE, tras la de Grecia.