Los populares se han metido en una semana en un escenario insólito, sin líder, con menos poder que nunca y ante un congreso experimental si no hay candidato único
10 jun 2018 . Actualizado a las 05:00 h.En las películas y series americanas lo hacen todo mucho más sencillo: el gabinete del presidente se encierra en una habitación y sobre un panel se van sumando los votos favorables y los contrarios, hasta que la decisión última se fía a un delegado de Wisconsin dispuesto a dar su apoyo a cambio de una rebaja de impuestos a las cerveceras.
En el PP es más complejo, y ni en Génova ni en San Lázaro existe un mapa fiable que pueda dar una pista de los apoyos que tendrían los candidatos ante el congreso que se presenta mañana. Todo parece un arriesgado experimento para los populares, que nunca han dado voz y voto a nivel estatal a sus militantes con una fórmula a doble vuelta en que se cuentan los sufragios de las bases y los de los compromisarios para asistir a un congreso ya solo con dos aspirantes, salvo que alguno tuviera un respaldo previo abrumador en varias comunidades, ya que el articulado del PP incluye cláusulas para evitar distorsiones territoriales.
«Se puede especular, pero es temerario hacer cálculos, porque aunque un presidente autonómico te apoye, él no puede hablar por toda la militancia», sostienen desde el PPdeG. Y luego está el baile de candidatos. Cualquier panorama se puede inclinar de forma decisiva dependiendo de quién se presente, para lo que habrá que esperar más allá del lunes. Adjudicar apoyos masivos a Núñez Feijoo o a María Dolores de Cospedal en Galicia o en Castilla-La Mancha entra dentro de lo lógico, pero, ¿y si alguno de los dos no se presenta? ¿Dónde acaban esos votos? Nadie tiene una respuesta firme, como tampoco existen garantías de que un congreso a dos o a tres no vaya a generar una grieta insalvable en el peor momento, de ahí que irrumpan voces con peso, incluso desde Génova, que recomiendan prudencia a los candidatos antes de meter el cuchillo entre los dientes y sugieren que se exploren vías para una única candidatura que evite más tensiones innecesarias.
Etiquetas ganadoras
En una hipotética batalla a tres, con Feijoo, Cospedal y Sáenz de Santamaría, es tentador atribuirle a la secretaria general un dominio en los territorios menos definidos (Aragón, Navarra o Asturias, además de su comunidad), pero el criterio no tiene tanto que ver con un control real como con su supuesta capacidad de influencia en la organización tras una década en la secretaría general del partido.
Y luego están las circunstancias internas. Andalucía, por ejemplo, cuenta con un incuestionable poderío de representación. Es la circunscripción más numerosa y con más influencia, y los analistas se la entregan por igual a Feijoo y a Soraya, a pesar de que el peso del líder territorial, Juan Manuel Moreno, ni es sólido ni es homogéneo por provincias. Es una demarcación que en las filas populares suele desarrollar su propia personalidad, incluso en casos monolíticos como el de Galicia.
A la exvicepresidenta, que ha estado alejada de las cuestiones orgánicas, se le conceden otras capacidades intangibles, como la simpatía de los jóvenes, que no la ven quemada ni tan vinculada a la corrupción, y que le podrían entregar un apoyo transversal en todas las comunidades; o una ascendencia mediática que habría que recalcular en su actual condición de diputada rasa.
Ambas, de presentarse, jugarían con ventaja respecto al presidente de la Xunta: las dos son diputadas y podrían ejercer la oposición a Sánchez desde el Congreso, su nivel de conocimiento es amplio en toda España y ya han pasado por el trance de las campañas negativas, que arreciarán a medida que los candidatos enseñen sus credenciales. Feijoo está pendiente de pasar por esa trituradora a nivel estatal, y lo que piense de él un murciano o un mallorquín es impredecible.
Galicia está bien representada, y cómo reaccionen Madrid y Valencia es una incógnita
Por una vez, Galicia está sobrerrepresentada en un reparto estatal. En condiciones de equilibrio por población, la comunidad viene a suponer algo menos del 6 % del conjunto de España. Si se mide en términos de militancia en el PP, el porcentaje se dispara al 12 %, hasta el punto de que los cien mil gallegos con carné pepero son más que todos los madrileños, catalanes y vascos juntos, que suman 16 millones de habitantes.
En el arriesgado ejercicio de meterse en la cabeza del militante, la apuesta es más segura cuanto más se acota el territorio. En el caso gallego importa poco el foco que se quiera poner: el liderazgo no tiene discusión, no hay segundas interpretaciones y el apoyo a Feijoo sería masivo. Ningún otro hipotético aspirante encontraría un respaldo tan abrumador en ninguna comunidad de peso, porque si hay alguien haciendo las cuentas de Madrid y Valencia tendrá difícil definir por quién se inclinan las bases. Sí es fácil adivinar sus sentimientos: hay un enfado grande por todo lo acontecido en estas circunscripciones, en las que se vive una crisis orgánica sin referentes claros o con suficiente influencia como para inclinar la voluntad de un militante cabreado.
La coyuntura es nueva para el PP, que sin embargo cuenta con ejemplos del comportamiento de las bases de otros partidos, como el socialista. Pero puestos a votar, el aparato o el referente más cercano puede decir misa, como bien aprendió Susana Díaz.