Un extraterrestre llamó a su puerta cuando era una niña, luego la visitaron las drogas y casi deja un bonito cadáver antes de los 25 años. Ahora está muy viva... interpretando a una muerta
24 mar 2018 . Actualizado a las 10:04 h.Dicen que segundas partes nunca fueron buenas, pero, claro está, no es eso lo que quieren creer los seguidores de Santa Clarita Diet. Hoy se estrena en Netflix la nueva temporada de la serie protagonizada por Drew Barrymore y Timothy Olyphant, que el año pasado se convirtió, casi inesperadamente, en uno de los grandes éxitos de la plataforma de streaming. Una legión de fans apasionados aguardan por esta tanda de episodios, como lo demuestra -más allá de los comentarios en las redes- la expectación que ha despertado la gira internacional de la actriz y su compañero de reparto para presentar la continuación de una comedia que, hace no mucho, un crítico definía acertadamente: «De tan disparatada, es una genialidad».
Timothy Olyphant (Sexo en Nueva York, Señor y señora Smith) y Drew Barrymore, que no necesita presentación desde que compartió casa y juegos con el extraterrestre más famoso de la historia del cine, participan en la producción de la serie y bordan sus papeles de Sheila y Joel Hammond. El guion nos pinta en colores pastel a un matrimonio que vive en una acomodada urbanización de las afueras de Los Ángeles (Santa Clarita) dedicado al competitivo pero rentable negocio inmobiliario y a la no menos dura tarea de criar a una hija adolescente. Todo va sobre ruedas hasta (y ahorraremos detalles, porque pueden ver la primera temporada completa en Netflix para ponerse al día), Sheila descubre de un día para otro que su vida ya no va a ser igual, empezando por sus hábitos gastronómicos. El otro cambio que experimenta nuestra protagonista (aparte de que constata que sus constantes vitales indican que está muerta) es, paradójicamente, una enorme vitalidad que la empuja a tomar decisiones que hasta entonces ni siquiera habría soñado. Porque todo apunta a que Sheila se ha ido al otro barrio, pero ella sigue paseándose por este lujosa urbanización de Santa Clarita, junto a su desconcertado marido y a una hija que, como suele pasar a estas edades, no sabe dónde meterse. Realismo mágico casi en estado puro -está algo aderezado con unas gotitas de sangre y vísceras, pero todo muy light- que, ahora que se pasea más cómodo por La Moraleja que por las barriadas peruanas de Arequipa, podría haber firmado el mismísimo Mario Vargas Llosa. O, como está de moda decir últimamente, una distopía de libro.
Caída en picado
La serie, paradójicamente, devuelve a la vida a una Drew Barrymore en cuya biografía figuran varias defunciones y resurrecciones. Hablamos, por ejemplo, de la caída en picado de una adolescente que no supo asimilar bien (como es lógico) ser una estrella mundial a los 7 años, coprotagonizando ET, una de las películas más famosas de todos los tiempos, pese a que procedía de una saga de actores de pedigrí y a que sus padrinos habían sido Steven Spielberg y Sophia Loren. Pero aun así, que te entreviste en prime time Johnny Carson, y que tengas una nominación a los Bafta y un Globo de Oro a la mejor actriz de reparto cuando tus pies aún no llegan al suelo desde el típico sofá de los platós, debe dejarte muy colocado. Y, claro, luego siguió matando el mono con otras drogas igual de peligrosas que la fama. «En esa época, creí que sería muy difícil que pasase de los 25 años», confiesa ahora Drew, que cuando tenía 14 relató en el libro Little Girl Lost aquella experiencia autodestructiva, como parte de su terapia para salir del pozo. Primera resurrección. Luego ha habido muchas más: aceptables papeles cinematográficos (con premios de prestigio, como el Chlotrudis a la mejor actriz, por Por siempre Jamás (1998) o el Globo de Oro a la mejor actriz en telefilme por Sueños violentos, seguidos de auténticos truños y galardones de prestigio dudoso, como con un MTV a la mejor pelea, por Los ángeles de Charlie), para regresar a rachas por la buena senda, han marcado la trayectoria profesional de Drew Barrymore.
Y, volviendo al terreno personal, podríamos hablar de tres matrimonios con sus correspondientes divorcios, el último de los cuales, del marchante de arte Will Kopelman, con el que tiene dos hijas, la dejó en un estado semidepresivo y con diez kilos de más. De nuevo la Drew mal encarada, vestida al estilo boho chic para disimular su figura y haciendo gestos obscenos a los paparazi que intentaban fotografiarla. Ahora, todo ha cambiado. «Santa Clarita Diet me salvó», ha declarado la actriz, quizás un poco sobreactuada, durante la promoción de la serie. Incluso hace públicos los tuits que él y su último ex se intercambian expresando su admiración por lo bien que uno y otro cuidan de sus hijas. Gracias, dice ella, al éxito de su último papel: una muerta. Drew siempre está lista para una nueva resurrección.