El carisma global, gran baza de Merkel

patricia baelo BERLÍN / CORRESPONSAL

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ODD ANDERSEN | AFP

El futuro gobierno del país será europeísta sea cual sea el color de la coalición

20 sep 2017 . Actualizado a las 07:56 h.

Los alemanes prefieren la contención a los arrebatos. Ello explica en buena medida por qué el grueso del electorado sigue sin ver al frente de la cancillería a otra persona que no sea Angela Merkel, que mide sus palabras mejor que nadie. Sobre todo en asuntos de política exterior, que tienen cada vez más peso en la campaña para las elecciones generales del domingo.

Algo que se hace evidente en la relación de amor y odio con Turquía. Pese a la larga lista de episodios de tensión entre ambos países, como por ejemplo la resolución del Bundestag que condena el genocidio armenio bajo el Imperio Otomano, la canciller se ha mostrado condescendiente con Ankara, de la que depende para controlar el flujo de refugiados que llegan al continente.

Hasta que Recep Tayyip Erdogan detuvo a 12 ciudadanos germanos, a los que vincula con el intento de golpe de Estado del 2016, e instó a los turcos residentes en Alemania a no votar por la CDU, el SPD o Los Verdes en los próximos comicios. Unos agravios que agotaron la paciencia de Merkel, que ahora busca la definitiva suspensión de la adhesión de Ankara a la UE, propuesta en la que coincide con los socialdemócratas, así como con los partidos minoritarios.

La dama de hierro también ha hecho grandes esfuerzos para limar asperezas con Vladímir Putin. El principal escollo entre ambos son las sanciones que Bruselas impuso a Moscú por la anexión de Crimea en el 2014. Un catálogo de medidas económicas que los ultraderechistas de AfD y los poscomunistas de La Izquierda rechazan desde el principio, y que la CDU de Merkel desea mantener hasta que Rusia cumpla los acuerdos de Minsk.

Pero tanto su formación hermana, la CSU bávara, como el SPD y los liberales del FDP desean rebajarlas según se logren avances. Una hipocresía motivada por la enorme dependencia energética que tiene Berlín de Moscú, y que quedó de manifiesto recientemente, cuando el excanciller socialdemócrata Gerhard Schröder asumió un alto cargo en el consorcio ruso Rosneft.

La excesiva diplomacia alemana por miedo a menoscabar la economía ha marcado la relación con los Estados Unidos de Donald Trump, que nada más llegar a la presidencia tachó de «error catastrófico» la política migratoria de Merkel y amenazó con aranceles adicionales a las automotrices teutonas. La líder conservadora no entró al trapo. Eso sí, tras las decepcionantes cumbres de la OTAN y el G 7, dijo no poder confiar en Washington y se lanzó a la caza de nuevos aliados.

Merkel ha impulsado acuerdos de libre comercio entre la UE y el Mercosur, además de con potencias emergentes de Asia, frente al proteccionismo de Trump. No obstante, sabe que continúa necesitando a EE.UU. para combatir el terrorismo islamista. Por eso su partido y el resto, salvo La Izquierda y los ecologistas, apuestan por mantener el diálogo con el republicano, a quien AfD considera un ejemplo.

Berlín aceptó hace tiempo un aumento progresivo del gasto en Defensa hasta el 2% de su PIB, 30.000 millones de euros anuales más, tal como exigía Washington. Es consciente de que parte de la sociedad ha dejado de ver con malos ojos el blindaje militar ante los actuales conflictos geopolíticos. Los mismos conflictos que Merkel aprovechó para ganar influencia en el tablero internacional.

Fundamentalmente en la UE, que confía en liderar con más autoridad que nunca tras el brexit, de la mano de su par galo Emmanuel Macron, al que ha obligado a emprender recortes a cambio de crear un ministro de Finanzas y un fondo de rescates permanente para la eurozona. «La población alemana quiere una Europa más unida», explica el politólogo Richard Hilmer. También el resto de las formaciones, a excepción de los poscomunistas y los ultras, con los que Merkel ha descartado formar coalición.