Trump: el populista con más poder del mundo

Pablo González
pablo gonzález REDACCIÓN / LA VOZ

ACTUALIDAD

El magnate derrota a Clinton por 74 votos electorales, aunque los demócratas ganan por más de 200.000 papeletas. El nuevo presidente de EE.UU. apenas tendrá oposición parlamentaria

10 nov 2016 . Actualizado a las 17:06 h.

«La gente como yo, probablemente como la mayoría de los lectores de The New York Times, no entendemos en realidad en qué país vivimos». Así explicaba el nobel de Economía Paul Krugman su perplejidad ante los resultados electorales que dieron el triunfo al magnate populista y republicano Donald Trump, de 70 años, que finalmente superó la barrera de los 270 votos electorales para llegar a los 306, a falta del cierre del escrutinio en tres estados. Hillary Clinton, perteneciente a una de las sagas políticas más productivas de la historia política estadounidense, junto con los Kennedy y los Bush, se quedó muy lejos de lo que vaticinaban encuestas y analistas -232 votos electorales- y volvió a sumergirse en aquel perfil de perdedora que la acompañó desde que Obama la derrotó en las primarias del 2008. Sin embargo, es importante recordarlo, la candidata demócrata ganó en votos populares -por un estrecho margen de 219.320-, algo que solo sucedió cuatro veces en la historia electoral estadounidense, la última en la cita del 2000 que ganó Bush a Gore.

Los estadounidenses no se dejaron seducir por la tentación de hacer historia llevando a la primera mujer a la Casa Blanca. Más bien prefirieron dar un paso atrás en la globalización de la economía, buscando una política más proteccionista para su industria y una menor presión fiscal, destinada a reducir aún más los escasísimos resortes públicos para luchar contra los índices de desigualdad más altos de Occidente. Liberales y socialdemócratas comparten en este asunto el mismo estupor.

Trump llega a la cúspide del país más poderoso del mundo con las dos Cámaras en poder de los republicanos y con la posibilidad de dar un giro conservador en la Corte Suprema. Tendrá que negociar con los suyos, pues el magnate xenófobo, machista y demagogo no contó con el apoyo del aparato del partido. Ni siquiera de la saga Bush. Pero la comunidad internacional no oculta su incertidumbre ante el populista que ha logrado concentrar un mayor poder en el mundo. Los mercados, tampoco.

Un país dividido

Las costas, demócratas; el interior, republicano. La perplejidad de Krugman es a buen seguro compartida por cientos de miles de personas que viven en la costa noreste y oeste del país, lugares que, con alguna excepción, mantienen el tradicional color azul de los demócratas. Esa perplejidad de los estados ribereños, ese no entender su propio país, radica en que quizás la América costera y la del Medio Oeste de las grandes llanuras -ampliamente teñido del rojo republicano- viven de espaldas, ignorándose mutuamente. No comparten el mismo sueño americano y, por las noches, tienen pesadillas muy diferentes.

El hombre blanco del Medio Oeste sin estudios superiores, muy dado a renegar de los burócratas de Washington y gran heraldo de la victoria de Trump, sueña con un país en el que aún pueda regodearse en su supuesta supremacía sobre las minorías, unilateral en la política exterior y con una baja presión fiscal, donde la psicología individualista de los pioneros y los colonos es la única brújula. Hay que recordar que uno de los precedentes de la revolución americana fue la decisión de la corona británica de subirles los impuestos del té.

En cambio, en las grandes ciudades de la costa, amplios sectores sueñan con construir un Estado del bienestar inspirado en las democracias europeas, compasivo e integrado en la comunidad internacional, un edificio que Obama intentó sustentar sobre frágiles cimientos y que, ahora, todos temen que Donald Trump dilapide.

Esta polarización entre dos formas de ver el mundo se reflejó en una de las campañas más duras, a menudo zafia, de la historia política de Estados Unidos, con gravísimas agresiones verbales de Trump a las mujeres o los inmigrantes.

Los territorios

La clave de la victoria, en los estados bisagra . Si hace ocho años los electores optaron por el cambio del «Yes we can» de Obama, esta vez volvieron a optar por un giro, el de hacer «grande» a América de nuevo, el gran lema retórico nacionalista del republicano. Este mensaje, verbalizado por un hombre de negocios con éxito como Trump, tuvo un gran predicamento en sectores heterogéneos de los territorios donde ambos candidatos se jugaban la victoria. Al final, el republicano ganó en media docena de estados considerados bisagra (swing states): Florida, Pensilvania, Iowa, Wisconsin, Ohio y Carolina del Norte. Son los territorios donde en realidad se juega la batalla electoral, pues no están adscritos con claridad a uno u otro partido. En algunos casos, como en el estado clave de Florida, la distancia entre ambos candidatos era muy ajustada (1,4 %). En Pensilvania, territorio de raíz demócrata y cuáquera, el margen fue del 1,1 %.

En cualquier caso, parece que la clave estuvo más en la debacle demócrata que en el triunfo de Trump, pues consiguió menos votos populares que los candidatos republicanos que le precedieron. John McCain logró 59,9 millones en el 2008, mientras que Mitt Romney estuvo, hace cuatro años, muy cerca de los 61 millones. Trump, en cambio, se quedó al borde de los 59,5.

Los estados industriales próximos a los Grandes Lagos (Míchigan, Wisconsin, Ohio y Pensilvania), presuntas víctimas de los tratados de libre comercio y con muchos desempleados de raza blanca, fueron claves para impulsar al controvertido candidato republicano hacia la presidencia.

Los votantes

No solo los blancos del Medio Oeste votaron por Trump. Pese a la agresiva retórica machista de Donald Trump, el magnate inmobiliario logró que le apoyaran más mujeres de raza blanca que a Clinton, un 53 % frente al 43 de la candidata demócrata, según asegura el Boston Globe. Este sector del electorado -muy importante, pues supone un 37 % del total-, que en teoría estaría molesto por los comentarios de Trump y esperanzado por ver a la primera mujer en la Casa Blanca, fue finalmente un apoyo clave para la candidatura republicana. No obstante, Clinton ganó en el balance final del voto femenino, un 54 % frente al 42, cálculos que están basados en las encuestas a pie de urna.

El voto negro sigue siendo mayoritariamente fiel a los demócratas, pues solo un 8 % optaron por los republicanos, un porcentaje en todo caso superior al que logró Romney hace cuatro años. Trump también supera a su predecesor en el voto hispano, a pesar de haberse enfangado en simplezas, como cuando los relacionó con asesinos y violadores. El nuevo presidente estadounidense consiguió a pesar de todo un apoyo del 29 % entre los latinos, dos puntos más que Romney, bastante más tibio en sus referencias a este sector cada vez más influyente en la política de EE. UU. En todo caso, Clinton no logró llegar a los registros electorales de Obama entre las minorías, y los analistas creen que este asunto fue cardinal en la pérdida de algunos estados clave.

La desmovilización de algunos votantes demócratas explicaría también la derrota de Clinton. Muchos de ellos apoyaron con pasión al senador izquierdista Bernie Sanders, pero no creían en el proyecto ni en la trayectoria de la que había sido secretaria de Estado de Obama.

El futuro

Nadie gobierna como si estuviera en campaña. ¿Y Trump? El nuevo presidente se cuidó mucho ayer de lanzar mensajes demagógicos o populistas en su discurso de la victoria ante sus entusiastas seguidores, muchos de ellos ciudadanos de clase media baja muy enfadados, una ira relativamente acomodada que sustenta movimientos populistas en todas las esquinas del mundo y que culpa de sus frustraciones a las élites políticas, en este caso la de Washington. Pero ayer había que tranquilizar a los mercados y Trump optó por un mensaje de concordia. Parece que consiguió que las bolsas mundiales digirieran mejor su victoria, y quizás este pragmatismo guíe sus pasos cuando tome posesión de su cargo. «Seré el presidente de todos los estadounidenses», dijo para tranquilizar a tanto demócrata desesperanzado. «Los hombres y mujeres olvidados de nuestro país ya no serán olvidados», proclamó, esta vez dirigiendo el mensaje a sus parroquianos.

El presidente electo admitió que los intereses estadounidenses estarán siempre por encima de otros criterios en su política internacional. Nada nuevo bajo el sol. Pero aseguró que intentará tratar a las naciones del mundo con justicia. En el Hilton de Manhattan volvió a sonar su lema: «Make America Great Again» (Haced de nuevo grande a Estados Unidos), mientras sus seguidores coreaban «Yes, we Trump».

Triple victoria republicana: poder ejecutivo y mayoría en la Cámara de Representantes y en el Senado

El Partido Republicano ha logrado una triple victoria -presidencia, Cámara de Representantes y Senado- que le otorga un enorme poder en la política estadounidense de los próximos años, a pesar de que muchos cuadros de este partido no se alinearon en absoluto con el candidato Trump. La triple derrota, en cambio, deja al Partido Demócrata en una grave crisis, pues también se esfumaron las posibilidades de controlar el Senado tras perderlo en el 2014.

Aunque se esperaba que lograran los cinco escaños que necesitaban, las victorias republicanas en Pensilvania, Carolina del Norte o Wisconsin frustraron el avance demócrata, de forma que los republicanos cuentan ahora con 51 escaños en el Senado contra 47 de los demócratas (se renovaban 34 y hay dos escaños pendientes).

En la Cámara de Representantes, los republicanos retienen la mayoría de 239 escaños a pesar de perder 9 representantes y ganar 3. El Partido Demócrata recupera seis y ahora tiene 193 escaños.

Se trata de una situación muy atípica en la democracia estadounidense, donde existe una férrea cultura de la división de poderes y suele buscarse que el legislativo controle de forma eficiente la labor del poder ejecutivo.

Esta mayoría dará a Trump dos años de estabilidad, informa Colpisa. Se espera una nueva dirección legislativa que lidere los asuntos insignia del partido: recortes de impuestos, inmigración, seguridad fronteriza, mayor desregularización financiera, bloqueo del control de armas y medioambiental, o nombrar un nuevo juez para el Supremo.