Un concierto coreografiado o una coreografía musicada

Yolanda Vázquez OVIEDO

CULTURA

Folía, del coreógrafo francés Mourad Merzouki, en el Festival de Danza de Oviedo 2024
Folía, del coreógrafo francés Mourad Merzouki, en el Festival de Danza de Oviedo 2024 Julie Cherki

La compañía francesa Käfig, que repite en el Campoamor, abre el Festival de Danza de Oviedo con un ensamble elocuente, y bailadísimo, de electrónica, barroco y danza urbana, de la mano de la agrupación de música historicista Le Concert de l'Hostel Dieu

23 mar 2024 . Actualizado a las 05:00 h.

No hay como ir con alguien al ballet que, además de gustarle el ballet, sabe de música para ballet y de artes escénicas; entre otras cosas, porque después del ballet se sigue hablando de ballet. Bueno, en este caso de lo visto, que no era ballet. Siempre es bien hablar de danza cuando lo que se ve en el escenario tiene bastante de interlocución en los bordes, mejor dicho, con la mirada puesta en un diálogo en los bordes; cuando lo que se intenta exponer es una mezcla de fuentes estilísticas que, en principio, no tienen hermandad alguna. Eso, tan difícil, que es hacer pegar lo que no pega sin que nada pierda identidad. En resumen, lo que se vio el pasado 13 de marzo en la primera de abono del Festival de Danza de Oviedo 2024.

Y el coreógrafo francés Mourad Merzouki (Lyon, 1973), creador de Folía (2018) y director de la compañía Käfig, no solo no lo consigue, sino que la resultante da dos frutos: por un lado, ensalzar las fuentes originales de la música y la danza (Renacimiento/Barroco y danza urbana/hip hop); y, por otro, hacer de la mezcla —nunca hibridación ni fusión (y esa es la clave)— una verdadera conversación, guionizada en perfecta alternancia, que no presenta fractura alguna en su mostración sobre la tabla. O lo que es lo mismo: la obra se proyecta como consecuencia de un gran guion (estructura de hierro) sonoro y bailado, perfectamente medido y ensamblado, en donde asistimos o bien a un concierto coreografiado, o bien a una coreografía musicada; tanto monta monta tanto Isabel como Fernando. Así de claro. 

Pero vayamos por partes y, hasta donde buenamente se pueda, analicemos si quiera esta pieza, que no persigue fusionar ni hibridar el Barroco con la electrónica; ni los siglos XVII y XVIII con el XXI. Folía es más bien la excelencia en la coincidencia de un encuentro donde, desde el propio encuentro, y precisamente a causa de él, se da una explosión escénica y melódica de tal magnitud que es imposible no salir del teatro alegremente gratificada. Imposible. «Cómo me prestó, qué maravilla», se oía decir en la corriente humana que salía a la calle bajo los vanos de las tres dobles puertas de la fachada del Campoamor. 

Los franceses, con una puesta en escena tan eficaz como práctica y elocuente, no pretenden en modo alguno contar un argumento; no es un discurso danzado que nos lleve, narrativamente hablando, a ningún sitio (ni antiguo ni moderno, ni argumental ni abstracto). Es más bien un hacernos partícipes, como espectadores, de una conversación, a tiempo real y en escena, sobre cómo se unen melódica y dancísticamente dos mundos a los que separan tres siglos. Por un lado, la folía, tema musical renacentista por excelencia, de pauta ascendente y descendente (antecedente-consecuente) que da nombre a la coreografía; por el otro, el rastreo del cuerpo semi acrobático y contemporáneo, inserto en bases acústicas electrónicas de diversa índole y, por supuesto, en la electrizante armonía de la folía. Así, Merzouki nos brinda una coreografía, prácticamente blindada, de principio a fin, en donde los bailarines-ejecutantes han memorizado cada paso y cuentan acordes y notas (y las cuentas todas). O sea, algo parecido, sin ir más lejos, a lo que hace un bailarín de clásico y se da en danza académica, gimnasia rítmica o patinaje: si no se cuentan pasos, memorizan variaciones, fraseos y transiciones y se está atento a la partitura, nada cuadra. Ese es el verdadero mérito de Folía, una representación de danza y música que antes que dilucidarse como obra enteramente de danza, o enteramente de música, lo hace como un espectáculo en el medio: lo ya mencionado: concierto coreografiado o coreografía musicada. 

Folía, del coreógrafo francés Mourad Merzouki, en el Festival de Danza de Oviedo 2024
Folía, del coreógrafo francés Mourad Merzouki, en el Festival de Danza de Oviedo 2024 Guilles Aguilar

La folía como tema musical renacentista ha conseguido llegar hasta nuestros días (entera), no solo gracias a la conservación y estudio de grandes historiadores y medievalistas como Ros Fábregas o Savall, sino que también lo ha hecho en tanto que danza. La folía, en origen, surgió como una danza interpretada por pastores (idea de humildad, de ruralidad) en pleno siglo XV, y en nuestra plural y riquísima historia y tradición, ahora la conservamos a través de las folías canarias, que, aún hoy, no solo caracterizan a un pueblo isleño, sino que directamente lo engancha a nuestro pasado más auténticamente castellano, colonizador y de ultramar. Nació como una especie de baile alborotado, según algunos historiadores, una especie de locura, idea esencial (y un tanto simple) con la que engancha Merzouki para montar su idea coreográfica en un cuerpo semi acrobático, pleno de vigor y algarabía: el de quienes hacen break dance o hip hop. 

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La folía, un esquema musical que se desarrolló plenamente a partir del siglo XVI hasta llegar a convertirse en un auténtico arquetipo, se extendió poderosamente por toda Europa a lo largo del siglo XVII gracias, sobre todo, a la «fascinación» total —así la define el especialista musical Stefano Russomanno— que ejerció sobre los músicos europeos. España es uno de los orígenes de esta danza, y el poder de su sugerencia vino a dar rienda suelta a un sinfín de composiciones durante el final del Renacimiento y el Barroco (sujetas todas al mismo esquema armónico), que en Italia alcanzaron cotas casi delirantes, y en Alemania fueron la base para argumentar lo fantasioso. En España fue el mejor de los recursos, sino el más óptimo, para organizar danzas y bailes que siempre fueron entonados en pareja, aunque perdiendo parte de la esencialidad de su origen. En suma, la folía, junto a otros armónicos y danzas (la chacona, por ejemplo), como emblema musical, fue el hit-parade en la Europa del XVII y el XVIII, si bien entonces ya había perdido la raíz popular de su origen y había, digamos, «degenerado», en virtud de su propio desarrollo: la masificación. (Bueno, más o menos parecido a lo de ahora, salvando el hecho de que entonces se tardaba siglos en machacar algo, y ahora lo hacemos en 24 horas. O menos.) 

Y ahí es donde los miembros de Le Concert de l'Hostel Dieu enganchan para ofrecer un aluvión de posibilidades sonoras con su interpretación. La folía procede de un esquema musical sencillo: de utilizar la fórmula denominada ostinato: una sucesión de compases de notas determinadas que se repiten hasta la saciedad; de ahí su nombre, entre otras cosas. De esa repetición se adueña el coreógrafo francés para ofrecer un mosaico de cuadros, todos enlazados —desde aquí hemos contado unos ocho—, para poner a danzar al elenco. De los más destacable es la perfecta combinación de las partes más barrocas con las más contemporáneas, sin estragos ni alteraciones que no fluyan como deben hacerlo, y siempre mostrando ese diálogo en alternancia al que aludíamos al principio.  

Folía, del coreógrafo francés Mourad Merzouki, en el Festival de Danza de Oviedo 2024
Folía, del coreógrafo francés Mourad Merzouki, en el Festival de Danza de Oviedo 2024 Julie Cherki

Los bailarines, de gran preparación, tal como demostraron en su anterior visita a Oviedo con Vertikal, transicionan sin problemas en un esquema así de repetitivo; entre otras cosas, porque el hip hop y la danza urbana es pura repetición (y cierto virtuosismo). Así, es fácil ver y comprender cómo un cuerpo dado al contemporáneo es capaz de oír y dar en barroco y hacerlo suyo con mucha más facilidad de la que parece, realizando secuencias bailadas verdaderamente encajadas y gozosas. Todo encaja. Entre ellas destacamos un momento en el que un buen número de pelotas gigantes pegadas a los bailarines bailan armónicamente (fantástico el empaste) e interstician a la perfección con el pasaje musical. Realmente bueno. O también el momento para el rojo junto a una gran bola subida a la cual se encuentra la soprano Heather Newhouse: igual que si viéramos a una menina. Mencionar también el tiempo para el aire más jazzy, con dos bailarinas en puntas, igual que las que echa a andar en Play el coreógrafo de moda, Alexander Ekman. Pero si hubo un momento realmente honesto e interesante fue el paseo, igual que si estuviéramos en Versalles, de un par de violines entre los bailarines, y más en concreto, el bis a bis de uno de ellos con un violín. Algo de improvisación, muy poca por eso. Sincero y natural. 

Así que todo ello, sin que nos demos cuenta y ayudados nunca mejor dicho por ese background sonoro y repetitivo que hila toda la pieza, nos va conduciendo hacia el final, hacia la mejor de las explosiones posibles, para acabar todos juntos, de la mano, en actitud de reconocimiento y saludo al patio de butacas, que, ya prácticamente entregado, cae rendido.

Es meritorio y justo decir que qué bien conocen los responsables del Festival de Danza al público ovetense; programan con tino para un aficionado que, si bien no entiende el contemporáneo en su verdadera esencia, sí asume y le gustan otras cosas. De ahí que sea una de las citas más sólidas del panorama nacional. En la cita con la primera de abono del Festival de Danza, se encontraban, entre otros, por la parte política, el director general de Cultura y Política y Normalización Lingüística, Antón García, y el concejal de Cultura y presidente de la Fundación Municipal de Cultura de Oviedo, David Rodríguez. Y también, pero por la parte artística, la coreógrafa y bailarina hebrea Dana Raz, residente en Asturias desde 2012, de larga trayectoria y con cantera propia en España. En la actualidad se encuentra desarrollando un nuevo proyecto, para el que ha llevado a cabo audiciones en Asturias. Una de sus piezas, Corpus, podrá verse el próximo día 13 de abril en el Museo Nicanor Piñole de Gijón.  

Ficha artística

Folía, 2018. Teatro Campoamor, 13 de marzo, a las 20.00 horas. Oviedo

(Festival Nuits de Fourviére. Teatro antiguo de Fourviére I Lyon)

  • Dirección artística y coreografía: Mourad Merzouki
  • Asistente de dirección: Marjorie Hannoteaux
  • Música: Franck-Emmanuel Comte, Le Concert de l'Hostel Dieu y Grégoire Durrande
  • Escenografía: Benjamín Lebreton
  • Diseño de luces: Yoann Tivoli
  • Diseño vestuario músicos: Pascale Robin, asistido por Pauline Yaoua Zurini
  • Diseño vestuario bailarines: Nadine Chabannier
  • Bailarines: Habid Bardou, Nedeleg Bardouil, Lisa lngrand, Franck Caporale, Mathilde Devoghel, Chaker Ferradji, Joel Luzolo, Mathilde Rispal, Yui Sugano, Chika Nakayama, Aurélien Vaudey y Titouan Wiener
  • Músicos: Franck-Emmanuel Comte, André Costa, Vincent Girard, Clara Fellman, Nicolas Muzy, Véronique Bouilloux
  • Soprano: Heather Newhouse