Antes de sentarse en un banquillo, los entrenadores de la zona probaron suerte, con mayor o menor fortuna, sobre un campo de juego El entrenador está considerado como un bicho raro que habita en la más absoluta soledad del banquillo y se parapeta en la fortuna de los resultados. Expuesto a las críticas de directivos, aficionados, jugadores y colegas de profesión, sólo encuentra refugio en el árbitro, tan indefenso como él. Sin embargo, y antes de sentarse en un banco, todos le dieron patadas al balón. Descartada pues la opción de suicidio por desconocimiento, sólo queda hurgar en lo más profundo de sus raíces futbolísticas para encontrar el amor tan desaforado que muestran cada fin de semana al sentarse en la bien llamada «silla eléctrica».
G. VARELA