Ahora que cumplo 40 años de carrera en la música, me alegra saber que entre los jóvenes que empiezan ahora en este mundo siguen muy presentes las ganas de hacer cosas, de hallar su propia forma de expresarse y de desarrollar su creatividad. En el programa Cantadera, de TPA, con mi compañera Sonia Fidalgo y todo un gran equipo detrás, veo todas las semanas las actuaciones de auténticos talentos, tanto en la música tradicional como en otros estilos: folk, copla, pop rock. Me entristece, sin embargo, la posibilidad de que todo ese potencial se eche a perder porque entre todo no seamos capaces de cumplir nuestra obligación de que se desarrolle. En el ámbito de la música, que es un oficio con muchos picos de sierra, siempre ha habido años buenos y años malos, como pasa con las cosechas de manzanas. Los músicos somos algo funambulistas. Andamos cogidos del alambre a la espera de una llamada de un empresario o de un concejo para un concierto. Pero en Asturias hay un problema propio, local y sangrante, que sigue sin solucionarse y complica la vida a los que empiezan. Hacia donde deberíamos ir es hacia un regreso de la música en directo. Por mencionar solo un local que para mí era un referencia y un lugar de culto, aún no me puedo cree que La Santa Sebe de la gran Yolanda Lobo tuviera que tabicar porque no le dejaban programar eventos musicales.
En ese aspecto, después de estas cuatro décadas, el panorama ha cambiado a peor. Para quienes debutamos a finales de los años 70, y hasta bien entrados los 80, era relativamente sencillo acceder a montones de locales donde aprendimos a dar forma a nuestra creatividad. Es un hecho objetivo que hay menos espacios de ese tipo y que los ayuntamientos ponen trabas a los garitos donde la gente de este oficio nuestro se forma y madura. Como eliminar esos impedimentos exige voluntad política de las administraciones, me gustaría pedirle a sus gestores que la demuestren, que tengan sensibilidad hacia la música y, en general, hacia todas las manifestaciones artísticas. Para avanzar adecuadamente, necesitamos en el día a día una visión más aperturista y menos castrante de lo que significa la cultura. También es cierto que no todos son iguales. Algunos ayuntamientos van por el libro y aplican a rajatabla una normativa con prohibiciones mientras que otros son más aperturistas. Pero, en general, tenemos un marco que no contribuye al desarrollo de las artes escénicas. Qué aberración multar a un bar por querer ofrecer música en directo.
No quiero sonar muy pesimista. Hace muchos años, yo me acuerdo, las cosas estaban peor y es imposible volver a esa época. Pero sí me llama la atención que los viejos carteles que antes se colgaban en los chigres, esos que prohibían cantar, blasfemar y escupir en el suelo, casi sigan teniendo vigencia, aunque sea en otro marco y de otras maneras. Los recortes que han seguido a esa crisis en la que nos metieron los políticos y los banqueros nos alejan aún más de aquellos años florecientes en los que yo era un chaval. Asturias tenía entonces su circuito de pubs. Era modesto, pero importante, porque permitía generar riqueza suficiente para mantener al sector y a una pequeña industria discográfica. Era necesaria entonces y creo que sigue siéndolo ahora. ¿Hacia dónde debería ir Asturias? Mi respuesta es que hacia un lugar en el que los músicos jóvenes tengan las mismas oportunidades de empezar que tuve yo en 1977.
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