Asturias 2030: «Si el Molinón no es sede, Barbón y Moriyón tendrán que explicarlo»

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El presidente del Principado de Asturias, Adrián Barbón (c), suscribe el protocolo general de actuación para el impulso de la candidatura Asturias 2030 al Mundial de Fútbol con la alcaldesa de Gijón, Carmen Moriyón (i) y con el presidente del Grupo Orlegi Sports y del consejo de administración del Real Sporting de Gijón, Alejandro Irarragorri
El presidente del Principado de Asturias, Adrián Barbón (c), suscribe el protocolo general de actuación para el impulso de la candidatura Asturias 2030 al Mundial de Fútbol con la alcaldesa de Gijón, Carmen Moriyón (i) y con el presidente del Grupo Orlegi Sports y del consejo de administración del Real Sporting de Gijón, Alejandro Irarragorri J.L.Cereijido | EFE

Texto de opinión

15 feb 2024 . Actualizado a las 15:44 h.

La llegada del Grupo Orlegi al Sporting está dibujando un retrato descorazonador del Gijón actual. Los mismos políticos y las mismas instituciones que auparon, sostuvieron y compadrearon durante treinta años ignominiosos con la familia Fernández se mesan ahora los cabellos ante la posibilidad de que la ciudad se hipoteque por la ampliación necesaria para que el Molinón acoja una sede del mundial 2030.

Los mismos partidos, las mismas instituciones que han dilapidado miles de millones de euros en obras faraónicas que no han servido para nada esgrimen ahora un rigor presupuestario que bien podían haber defendido desde el inicio de la integración de España en la UE, y otro gallo nos cantaría.

Orlegi, que en menos de dos años ha cambiado el Sporting de arriba a abajo, está dejando al descubierto una Asturias aislada, autocomplaciente y ensimismada en su belleza. Entre o no el balón en la portería, el Sporting que Orlegi está construyendo ya casi no recuerda en nada al chiringuito que gestionaban los Fernández.

Con el relato incuestionado de que los Fernández habían puesto les perres, y que por tanto el sportinguismo estaba condenado a languidecer en la mediocridad, la familia de constructores convirtió al club centenario en una gran agencia de colocación de amiguetes que sangró las arcas del Ayuntamiento (y las de todos a través de Hacienda) las veces que quiso. Con el apoyo, por acción o por omisión, de los mismos políticos que ahora se hacen los estrechos, la fatídica familia había tejido una red clientelar que les protegía y que les ayudó a perpetuarse en el poder todo el tiempo que quisieron, hasta lograr que llegara un capital foráneo a enterrarlos en billetes, para deshonra de todos los grandes sportinguistas de boquilla.

Las viudas de Fernández aún lloran por las esquinas y vomitan bilis cada mañana desde sus púlpitos. Ilustres veteranos, periodistas, peñistas y demás mamadores del antiguo régimen auscultan cada movimiento de los mexicanos con el rigor de un oncólogo. Sean bienvenidos al club de los que entramos en el Molinón pagando el recibo de socio desde hace cuarenta años.

Ese Gijón del alma que tanto adoramos queda horriblemente retratado con la llegada de Orlegi. Los mexicanos, que quieren utilizar el fútbol como un polo generador de negocio y no como el come cuartos que siempre ha sido en España, están dejando al descubierto una Asturias, un Gijón, empantanados en debates interminables, ajenos a los retos que enfrentan las sociedades en la tercera década de este siglo.

Y así, la ciudad que en los años 80 y 90 fue un torbellino de agitación económica, social y cultural vive desde hace años abstraída por cuatro o cinco culebrones que ya fieden: el macro circuito de carreras ilegales en el que se ha convertido la Zalia de San Andrés de los Tacones, las autopistas del mar, los astilleros del Natahoyo, el acuario que se cae a cachos, la plaza de toros, el cascayu, los rapaces de piragüismo del Grupo…

Todavía hoy la voz cantante en Asturias y en Gijón la llevan sectores estancados en aquellos años ochenta, atrapados en el gol de Ferrero al Torino. Pero esa voz cada vez canta menos. Hay una Asturias que vuela en la nueva economía, que bulle en las nuevas redes de comunicación, ajena a las políticas clientelares, al chalaneo provinciano, a lo que en Gijón siempre hemos denominado «tuya, mía, cabecina y gol».

Cada vez más, Asturias es otra. La del conocimiento, la que mira al mundo sin complejos, la que se sube a las nuevas olas económicas, la de las leyendas urbanas que vuelven cuando pueden. También el sportinguismo real es otro: los miles de chavales que el sábado rodearon al autobús, la mayoría de los cuales no han llegado a ver al Sporting en primera.

Si Barbón y Moriyón logran su objetivo inconfesable de que Gijón no sea sede del mundial tendrán que darle una explicación a sus nietos. Tendrán que argumentarnos por qué quienes gobernaban Asturias en los años 70 sí consiguieron ponerla en el mapa del Mundial 82 y por qué esta vez no solo no han hecho nada para lograrlo, sino que han puesto en las ruedas todos los palos a su alcance.

También la oposición, la patronal, los sindicatos, los hosteleros y en general todo ese tejido social que mata por salir en la foto, que se apunta a un bombardeo y cuyo silencio en este proceso está siendo atronador.