Tres razones que explican por qué el presidente del Sporting seguirá apostando por el entrenador hasta que no le quede más remedio
23 dic 2016 . Actualizado a las 16:49 h.Los sportinguistas que creen que Javier Fernández está a tiempo de echar al Pitu, hacer dos o tres fichajes aseados en enero, subir a un par de guajes del filial, y traer un entrenador que enderece el rumbo de la nave tienen uno de estos dos problemas: o son muy jóvenes y no conocen la historia del Sporting o pecan de un optimismo excesivo. El presidente del Sporting no echará al entrenador, al menos a corto plazo y hasta que no le quede otro remedio, por las siguientes razones:
1) El miedo es libre. El 8 junio del año 2015, en la resaca del milagro de Motilivi (¡¡¡gooool del Lugo!!!), Javier Fernández abandonó la plaza mayor por la callejuela que da al Muro escondido como un polluelo bajo el ala del gran Pitu. Los que habíamos salido del tumulto de la plaza mayor a tiempo de despedir a los héroes del ascenso pudimos ver a un Fernández aliviado, más que feliz. La plaza entera acababa de cantar, entre otras muchas cosas, el grito que durante todo el año tronó en El Molinón. ¡Directiva Dimisión! Fue un cántico que duró toda la temporada, y la comunión del Pitu y los guajes con la afición, que alcanzó cotas de la era Preciado, no acalló los gritos, sino todo lo contrario. (Abelardo no se acuerda ahora, pero nunca se le vio incómodo con aquella situación, aunque también es cierto que cuando a final de mes no cobras, no debes de tenerle mucho cariño a tu jefe).
Aquel fue el último día en el que aquellos gritos se oyeron de forma masiva. El Pitu le echó el hombro por encima a Javier Fernández, como diciéndole: “Ven aquí, que soy el puto amo de Gijón, y si vienes conmigo no te van a silbar”. Es lógico pensar que Javier Fernández tenga aquellos recuerdos grabados a fuego. Y que le dé vértigo echar el Pitu y quedar otra vez a la intemperie. Es cierto que los chavales que se ponían detrás de la portería norte con las bufandas y levantaban al resto del estadio se han diluido, lo mismo que la oposición más oficial de Tu Fé Nunca Decaiga. Pero el miedo es libre y el presidente del Sporting no quiere ser el más valiente del cementerio.
2) Los chiquillos, lo que ven en casa. José Fernández, o cualquiera de las marionetas que tuvo en la presidencia hasta que se la traspasó a su hijo, nunca acertaron con una destitución en el banquillo. Siempre se produjeron tarde, mal y arrastras. Y no sirvieron para nada. Especialmente dolorosa y grotesca fue la del pobre Manolo Preciado, a quien echaron el día antes de presentar a Adrián Colunga como gran refuerzo invernal.
3) El plan es resistir. Javier Fernández solo echará al Pitu a finales de enero, después de algún caprichín inútil más en el mercado de invierno, y si el equipo sigue en caída libre. En muy probable que entonces ya sea demasiado tarde. Pero no lo hará antes porque, aunque sueña con una salvación agónica, se conformaría con un descenso tranquilo, que le permitiera acabar la temporada bajo el paraguas de Abelardo, y entrar en julio con un nuevo entrenador y un nuevo proyecto deportivo. Esto le daría, casi seguro, entre 12 y 18 meses más de paz social, aunque sea a costa de pagar un precio tan elevado como volver al pozo de Segunda. Porque con el seguro del descenso, el Sporting podría hacer una plantilla relativamente competitiva para la división de plata (por ejemplo, en segunda Viguera pasa de tuercebotas a pichichi sin despeinarse), que estaría en ascenso o playoff al menos hasta mayo o junio. Es decir, que los cánticos de ¡Directiva Dimisión!, las manifestaciones de Tu Fé Nunca Decaiga, las declaraciones de los políticos pidiendo explicaciones, etc. no están en el horizonte. Salvo que echara a Abelardo ahora y le saliera mal.