Las familias tenemos mucho que aprender todavía que hay tantas formas de amar, de desear y de sentir, casi como personas
02 jul 2017 . Actualizado a las 09:44 h.Cada vez tengo más problemas con las redes sociales. Cada vez encuentro más «debates« dirigidos por personas que hablan de cosas que no saben pero que «tienen derecho a dar su opinión» y en realidad se dedican a pontificar o a sentar cátedra sobre cosas que no saben, cuando no simplemente humillar, insultar o reírse de otras personas («No hay nada más peligroso que la ignorancia activa», decía Goethe). La falta de educación y la falta de formas me resulta preocupante y dice muy poco de nuestra sociedad, la verdad. Los debates cada vez me recuerdan más a cuevas llenas de homínidos gruñendo y golpeándose el pecho, exhibiendo orgullosos sus genitales o lanzándose piedras y huesos entre ellos y ellas.
Todo este desahogo tiene que ver con lo que voy leyendo con respecto a las actividades relacionadas con el Orgullo. Muchas «discusiones» (que suelen ser solo meros intercambios de exabruptos) giran en torno a si Desfile sí o Desfile no y puedes leer argumentos tan elaborados como «yo no tengo nada contra esa gente, pero la que desfila y sale por ahí así vestida no me merece ningún respeto».
Comentarios de ese tipo me resultan difíciles de entender a estas alturas de siglo XXI. No consigo entender por qué nos resulta tan complicado dejar que las personas puedan expresarse como deseen, siempre y cuando no hagan daño a nadie, por supuesto. Si no te gusta el Desfile del Día del Orgullo, no desfiles. Si no te gusta ver gente bailando por la calle, no bailes o cambia de canal (hay montones). Si no te gusta la gente en tanga, no te pongas en tanga, etc, etc, etc. Ya sé que es muy simplista mi argumento y que la discusión sobre el sentido del Desfile puede ser muy profunda y quizá necesaria, pero tiene que ser siempre desde el respeto. Hay que pensar antes de escribir y no escribir lo primero que se te ocurra y encima defenderlo a muerte aunque se demuestre que estás equivocado.
Y mi preocupación tiene que ver con que esas personas tienen familias, amigos, amigas, etc. Y esos comentarios no son gratuitos, pueden hacer daño, pueden incluso influir el criterio de nuestros hijos e hijas... y si te encanta discutir genial pero no a costa de los sentimiento de las demás personas.
Quién soy, de quién me enamoro
Hace unos días, dando clase de Educación Sexual dentro del Programa «Aprendiendo a Entendernos» que desarrollo desde el Centro de Atención Sexual del Ayuntamiento de Avilés (C.A.S.A), me encontraba hablando de la diferencia entre la identidad sexual y la orientación de deseo cuando una chica de 16 años me comentó abiertamente que era lesbiana. Su clase, un grupo pequeño, ya lo sabía y nadie se extrañó ante el comentario, pero una amiga suya dijo; «pues a mí me daría pena por mis padres, seguramente se sentirían fracasados si yo les dijese que soy lesbiana».
Este sincero comentario dio paso a un interesante debate sobre la educación familiar y las expectativas que se sienten en la obligación de cumplir en contraposición algunas veces con las suyas propias y esto puede llegar a incluir algo tan personal y subjetivo como quién soy y de quién me enamoro.
Nos pusimos hablar del amor dentro de la familia, del respeto a sus mayores, de si se sentían respetados por ellos, si podían contar con ellos o no. Fuimos abriendo y cerrando temas y llegamos a analizar incluso qué pasaría si tuviesen alguna diversidad funcional, ya sea intelectual o física, cómo creen que se sentirían su familias. Evidentemente, estábamos mezclando muchas cuestiones pero su cabeza y sus ganas de saber funcionan así en esas edades.
Comentamos cosas tan importantes como que la identidad sexual es esa conciencia que tenemos de ser mujer o de ser hombre. Pero luego, independientemente de lo que tú seas te pueden gustar las mujeres y/o los hombres. Una cosa es la identidad sexual (ser hombre o ser mujer) y otra la orientación del deseo (que te gusten los hombres o que te gusten las mujeres).
Obviamente tocamos el tema de la transexualidad. Hablamos de errores tan comunes como las expresiones «cambiarse de sexo» y «nacer en un cuerpo equivocado». Hablamos también de que la identidad sexual se descubre, no se construye. Si se explica todo esto despacio y con sentido, las chicas y los chicos lo entienden e integran perfectamente. Acabamos hablando de CHRYSALLIS, la Asociación Estatal de Familias de Menores Transexuales, revisamos algunos de sus materiales, sus videos...
Mientras hablábamos yo le daba vueltas a qué seguimos haciendo las familias con nuestros hijos e hijas, a pesar de estar ya en el 2017. Según parece seguimos transmitiéndoles la necesidad de ser perfectos (en función de cómo lo entendemos las personas adultas, claro), de cubrir nuestras expectativas a costa de ellos y de las suyas, e incluso en algunos casos parece que tenemos hijos o hijas para que hagan lo que no fuimos capaces de hacer nosotros, sea eso lo que quieren para sí o no.
Creo que es evidente que todas las familias tenemos mucho que aprender todavía sobre tantas y tantas cosas. Tenemos que aprender que hay tantas formas de amar, de desear y de sentir, casi como personas y afortunadamente nuestra sociedad va entendiendo y aceptando esa realidad, de forma quizá más lenta de la deseada, pero lo va haciendo. Todas las personas, hijos e hijas incluidos, tenemos derecho a decidir cómo queremos que sea nuestra vida erótica, todas las personas tenemos derecho a decidir con quién queremos compartirla (y si queremos compartirla) y todo ello con independencia de nuestra identidad sexual o nuestra orientación de deseo.
Ser homosexual o heterosexual, ser hombre o ser mujer (en situación de transexualidad o no) no son opciones. Son diferentes procesos biográficos de sexuación, procesos biográficos a través de los cuales te sientes y te vives y te expresas de una forma u otra. A medida que crecemos las personas vamos sintiendo que nos atraen sexualmente las personas de nuestro propio sexo, de sexo contrario, o algunas veces de ambos sexos; o tal vez descubrimos que no hay relación entre el sexo que nos asignaron al nacer y nuestra identidad sexual. Todas estas realidades tienen las mismas posibilidades de desarrollo, de expresión y, por supuesto, de visibilización. Nuestros hijos e hijas no son como son por molestar, es su proceso de descubrirse como esa persona que son. Y cada proceso es único, es el suyo, ni mejor ni peor, el suyo simplemente.
Los niños y las niñas entienden muy fácilmente que a las personas nos gustan o nos enamoramos de otras personas, independientemente de su sexo, mientras que a las personas adultas nos cuesta mucho o directamente no entendemos nada. Nos aferramos a convencionalismos sociales como verdades absolutas y parece que entender y respetar otras realidades está fuera de nuestro alcance y no es así. La educación sexual es la clave para la integración de toda nuestra diversidad sexual. Y esta educación debe llegar a toda la sociedad, no solo a la infancia, adolescencia o juventud. Nuestra sociedad solo podrá ser justa y respetuosa cuando sea capaz de acoger por igual toda la diversidad, con la implicación de todos y todas.
Pero hace falta una importante labor educativa dirigida a las familias, para que entiendan que el placer erótico y las relaciones sexuales son también un derecho irrenunciable de las personas, forman parte intrínseca de lo que somos. Y en esta educación habría que empezar por las familias, seguir por los profesionales que trabajan en estos campos y continuar con el resto de la sociedad. Si mi alumnado es capaz de entender todo esto, sólo con que se les explique, ¿por qué nos cuesta tanto a las personas adultas?
Leamos, consultemos, preguntemos, visibilicemos otras realidades y si es necesario, ayudemos a ello. Nuestras hijas e hijos no están aquí para ser clones nuestros. Son o van a ser hijos, hijas, padres, madres, tias, tios, abuelos, abuelas, nietos, nietas, sobrinos, sobrinas...en definitiva, personas y, por supuesto, personas sexuadas, sexuales, eróticas y amantes.