España deja Rusia con una vergüenza de Mundial. Difícil tenerlo más fácil y hacerlo peor. Solo funcionó algo el primer día, en el estreno apresurado de un seleccionador que contra Portugal no había tenido tiempo de estropear nada.
El día más importante de su carrera como entrenador, Hierro sentó a Iniesta, prolongó el castigo de la suplencia a Aspas y mantuvo a De Gea. Ni con marcador a favor, ni contra un rival que le regaló la pelota. Nunca funcionó España cuando debía demostrar que ahora sí que empezaba el Mundial de verdad.
Contra un equipito como Rusia, número 70 del ránking FIFA, Hierro empezó a tomar decisiones. Negó querer músculo hace unos días, pero plantó a Koke junto a Busquets en busca del dichoso equilibrio. Tanto equilibró a la selección, que se olvidó durante 45 minutos de la portería contraria, perdido en el mar de la horizontalidad. No tiró España hasta entonces frente a una selección replegada, menor.
Más decisiones: la suplencia de Iniesta. El mismo entrenador que descartó el cambio en la portería apelando a códigos de familia para no dejar tirado a De Gea, prescindió del genio de España. No tiene por qué ser intocable Iniesta, pero incluso en la intermitencia con la que se movió en Rusia, ha sido responsable de los mejores momentos de la selección en este Mundial de despropósitos. ¿Por qué no sacrificar antes a Silva que a un futbolista tan difícil de contener como Iniesta?
Mientras España se perdía en un sinfín de pases hacia ninguna parte, Aspas se aburría en el banquillo. Ya puede marcar y lucir un estado de forma muy por encima de tantos compañeros, que Hierro limitó su papel al rol de revulsivo. Pasase lo que pasase, no merece más que el tramo final del partido.
El elegido para resucitar el ataque después de la desesperante fase de grupos fue Asensio. Lo escogió para un partido que ya se intuía contra una Rusia empeñada en encerrarse y negar los espacios a la selección, justo el hábitat en el que mejor se mueve Asensio. ¿Y Piqué? Otro que prolongó el exceso de confianza de los primeros bolos, con una mano descontrolada que también contribuyó al desastre.
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