Rojo rompe el cerco de Leningrado

José Luis Losa ESPERANDO A MATERAZZI

RUSIA 2018

GABRIEL BOUYS | AFP

27 jun 2018 . Actualizado a las 05:00 h.

Leningrado había pasado a la historia. Perdió su denominación bolchevique para recuperar lo que fue originalmente San Petersburgo. Pero mientras Argentina sobrevivía a los 90 minutos que parecieron los 900 días que el ejército alemán empleó en el sitio de la ciudad, ese césped se volvió el cerco de Leningrado. Rojo fue el gol argentino, desde el búnker del defensa del Teatro de los Sueños. Roja la sangre de Mascherano que, de tan tersa como brotaba, hasta el árbitro turco entendió que no podía detener su torrente. Y dejó al ensangrentado seguir jugando con su rostro cada vez más rosso profondo, como una película de suspense de Darío Argento. Toda Argentina fue Suspiria mientras se rumiaba la tragedia, la vida y la muerte bordada en la boca de la albiceleste.

El sitio de Leningrado debió de haberlo dejado resuelto Messi en su primer tiempo de Lázaro feliz, embocado un gol a la altura de su leyenda áurea. Y sin embargo en estas dos semanas hemos aprendido que este Mundial es el reino de la agonía. Y así, mientras los mundos

chocan, y alemanes, colombianos, españoles, portugueses y argentinos se debaten entre volar como Ícaro o caer en el averno, solo Dinamarca y Francia tienen el privilegio de pegarse una tarde de apacible biscotto, de merienda de galleticas con el té de las cinco.

Tenemos la sensación de que en este extraño Mundial de natural sadomasoquista y reality, todos los grandes sufren desgarbados e irreconocibles ?salvo Bélgica, bien cuadriculada por Roberto Martínez, como un gofre?, todos recaen, son nominados por el público, denigrados por sus pueblos. Y entonces, abandonada toda esperanza, brota el VAR españoleado, la redención de Kroos, la memoria de viejo tigre depredador de Falcao. O la roja sabia de

Mascherano, que hidrataba el campo de Leningrado para que Rojo se deslizase hacia el gol que quebró a Nigeria. Luego, ya en San Petersburgo, se hizo la noche blanca, a la espera de nuevos cercos y moribundias.