Qué decir de Argentina. Primum vivere: confío en que Willy Caballero posea doble nacionalidad. La Historia lo contará así: el guion del desastre austral se escribe a partir del balón que marcará el resto de su vida. Y no es incierto. Pero hay 60 minutos antes de la caída. Mandjukic y Enzo Pérez erraron dos goles tan incomprensibles que convertirían el vídeo de este partido en el mejor manual de autoayuda para Cardeñosa. Sampaoli se permitió prescindir no solo de Dybala, Lo Celso o Banega, sino que añadió a la lista de damnificados a Di Maria. Y seguro que vieron el rostro de Messi en el momento de los himnos. No se presta a otra interpretación que la de la angustia que encasquilla el alma. No le llamen pecho frío. Messí saltó al campo como si ya le hubiesen practicado la autopsia. Pecho vacío, Argentina desmembrada. Les queda aguardar un milagro nigeriano mañana. Si es que ayer quedaba en el río de la Plata alguien con capacidad para soñar.
Veo la displicencia, el paternalismo republicano con el que Francia despacha a Perú. Y me viene a la mente la ya viral reprimenda de Macron al adolescente que osó llamarle Manu. Perú: jaleado en el estadio como si el partido se jugase en Lima. ¿Qué puede llevar a tantos peruanos a pegarse un viaje a los antípodas para ver a su selección fuera del Mundial al octavo día? Peregrinar a la cita mundialista es algo cada vez menos europeo. Ayer, apenas había franceses en el campo. Y el 90% de los aficionados españoles van vestidos de flamencas o del payaso Fofó, como si estuvieran en una chirigota y no en el Mundial. Las gradas viven de los colores de México, Brasil, Argentina, Uruguay, la mitad de la población censada en Panamá y los peruanos que ya retornan. Hay una quiebra: en Latinoamérica, el mundialismo sigue siendo una religión asistencial, como evangélica. Los europeos lo vivimos como consumo de sofá, a lo sumo con un triste remedo de pintxo donostiarra precocinado y envasado al vacío en Sabadell.
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