Oviedo tiene su propia salamandra: así es el vecino más singular de toda la ciudad
LA VOZ DE OVIEDO
Esta especie de anfibio habita la capital asturiana desde hace miles de años. Posee características diferentes a aquellas salamandras que se encuentran por todo el territorio nacional
27 ene 2025 . Actualizado a las 09:31 h.Oviedo es uno de los municipios con más población de Asturias. En sus casi ciento noventa kilómetros cuadrados de extensión alberga cerca de un cuarto de millón de personas. Pero, no son los únicos residentes de la capital autonómica. Entre sus viejos edificios y las callejuelas empedradas de la ciudad habita un vecino singular. Aunque suele pasar desapercibido para el ojo humano y se deja ver únicamente por las noches, esta especie lleva viviendo en la ciudad desde hace miles de años.
Corría el año 1928 cuando el biólogo José Bernárdez se percató de la presencia de este ser vivo en la ciudad. Intrigado por su aspecto, el amante de la naturaleza decidió capturar y enviar a Alemania varios ejemplares de esta especie que había capturado en la antigua estación de El Vasco. En el país germano, un grupo de científicos concluyó que se trataba de una variedad de salamandra común y decidió bautizarla con el nombre de Salamandra salamandra bernardezi, en honor a quien la descubrió.
A nivel mundial hay actualmente descritas unas 700 especies de salamandra, la mayoría de las cuales habitan en climas tropicales. Si nos centramos en el sur y el centro de Europa encontramos la salamandra común, científicamente conocida como Salamandra salamandra. Esta especie de anfibio alargado con cuatro patas, cola y una piel húmeda, resbaladiza y brillante es la única asentada en toda la Península Ibérica. Esta a su vez, dentro del territorio nacional, se divide en varias subespecies, similares entre sí, en su aspecto y coloración, pero con algunas características diferentes.
Dentro de estas subespecies de salamandra común que habitan en España, nueve en total, se encuentra la popularmente conocida como «La salamandra de Oviedo», la ya mencionada Salamandra salamandra bernardezi. Con un tamaño mucho más pequeño que el resto de sus parientes, de color negro y con rayas en lugar de manchas amarillas, esta subespecie de anfibio urodelo ha logrado sobrevivir al paso de los siglos en una ciudad que no reúne las condiciones idóneas para que se desarrolle.
Con una esperanza de vida de 30 años, las salamandras para poder vivir necesitan estar en zonas húmedas, umbrías y a poder ser con hojarasca. Su piel suele secarse rápidamente, por lo que esta especie precisa mojarse con cierta asiduidad. Tienen que estar además cerca de algún arroyo o manantial si quieren reproducirse y es que solo dan a luz a sus crías dentro del agua. Teniendo en cuenta estos aspectos y dado que en la ciudad de Oviedo apenas existen espacios verdes ni tampoco ríos o pequeños estanques, ¿cómo ha conseguido llegar hasta nuestros días este anfibio?
A diferencia de la mayoría de las salamandras, la subespecie que habita en la capital asturiana es vivípara. En vez de poner sus larvas en el agua para que estas se desarrollen, los huevos eclosionan directamente en su vientre y hasta que sus descendientes no completan su metamorfosis no dan a luz a los mismos. Para poder desarrollarse, estas larvas lo que hacen es alimentarse unas de las otras. «Al igual que hacen algunos tiburones se produce un canibalismo intrauterino, es decir, se comen a sus hermanos. Aunque luego nacen menos salamandras, estas ya se valen por sí mismas, por lo que apenas visitan el agua cuando llegan al estado adulto», explica el biólogo asturiano David Álvarez, quien lideró hace unos años un estudio científico sobre esta subespecie.
Esta variación genética ha permitido a la salamandra común sobrevivir cientos de años en una ciudad como Oviedo, donde los entornos sombríos y húmedos brillan casi por su ausencia. «En otras ciudades, donde no habita esta subespecie, necesitan parir en el agua. Por eso, a medida que fue urbanizándose el entorno se fueron extinguiendo porque ya no podían reproducirse más al no haber ríos, charcas o zonas con agua donde pasar varios meses», precisa el profesor del área de zoología de la Universidad de Oviedo.
No viven voluntariamente en la ciudad
A pesar de la creencia popular, esta subespecie no llegó a Oviedo de la mano de un aficionado de los animales en el siglo pasado. Todo lo contrario. Ya habitaba en el lugar donde posteriormente, en el siglo VIII, se fundaría la ciudad —existen diversas teorías sobre el origen de la ciudad—. Cuando después Alfonso II «el Casto» decidió trasladar allí la corte y determinó que fuese la capital del reino de Asturias se llevaron a cabo una serie de construcciones que hicieron que la metrópoli aumentase.
Para proteger la ciudad, el hijo de los reyes Fruela y Munia ordenó levantar una muralla defensiva. Con el tiempo y bajo el reinado de Alfonso X «el Sabio», se volvió a construir una segunda muralla de piedra. Estas dos enormes paredes no solo aislaron a la corte y el clero de la población del extrarradio sino que también encerraron en su interior a las salamandras.
Al quedar atrapadas entre los edificios y las callejuelas empedradas de la capital, la salamandra común quedó aislada de otras poblaciones de su misma especie. Los ejemplares que se quedaron encerrados dentro de la ciudad se fueron también separando en pequeñas poblaciones. «Estos anfibios tienen muchas dificultades para desplazarse en terrenos abiertos o para salvar obstáculos, por lo que esas barreras les resultaban infranqueables», comenta el biólogo.
Es por tanto «muy probable» que la población de salamandras que a día de hoy hay en el Monasterio de San Pelayo no haya tenido nunca contacto con el exterior. Sus muros siguen «prácticamente intactos» desde que el rey Alfonso II «el Casto» ordenó su construcción en el siglo IX. Aquellas que habitan en la catedral sí que llegaron a tener contacto con otros ejemplares de su misma especie, ya que durante la Guerra Civil gran parte de las paredes fueron derrumbadas. Pero, su reconstrucción posterior hizo que volvieran a quedar atrapadas.
Los ejemplares recluidos en el centro de Oviedo fueron evolucionando de manera «independiente» a aquellos que habitan en las zonas rurales y boscosas. Es por esta razón por la que existen diversas comunidades de salamandras en la ciudad. «Se encuentran en sitios que no te lo puedes ni imaginar. Desde plazas hasta rotondas, pasando por la Catedral o las lápidas del Cementerio de los Peregrinos», detalla el investigador.
Esta subespecie, no obstante, está «bastante protegida» por la ciudad en sí. Al haber numerosas edificaciones, las salamandras lo tienen mucho más fácil para encontrar una grieta o un pequeño hueco en el que refugiarse hasta que caiga la noche. Son animales nocturnos por lo que suelen aprovechar las horas oscuras para moverse con tranquilidad y hacer su vida.
Hay veces que puede verse por el día, pero es cuando hay un ambiente húmedo y la temperatura no es demasiado fría. «En el centro de la ciudad suele haber casi dos grados más que en otros puntos de la ciudad, por lo que suelen estar más tiempo activas. Las salamandras normalmente cuando hay cuatro grados o menos tienen menos actividad», dice David Álvarez.
Como son animales de sangre fría, las salamandras de Oviedo no necesitan ingerir grandes cantidades de comida. Con comerse un caracol, alguna lombriz o cualquier pequeño invertebrado que como ellas aprovechan la oscuridad para salir de sus escondites ya tienen alimento para «varios días». Tampoco enfrentan el peligro de ser devoradas, ya que sus principales depredadores, como las nutrias, las aves rapaces o las víboras, no son comunes en la ciudad. Aunque los gatos callejeros pueden ser una amenaza, generalmente no logran cazarlas.
«En el caso de que se las coman van a sentir un sabor desagradable porque las salamandras cuando se sienten amenazadas secretan una sustancia tóxica que es prácticamente inocua para el ser humano. Debido al patrón de coloración que tienen, cualquier animal que haya intentado comérsela lo va a recordar en posteriores encuentros. Este fenómeno se conoce como aposematismo y nosotros también reaccionamos al mismo. Cuando vemos una señal negra y amarilla sabemos que nos advierte de un peligro que es mejor evitar», explica el biólogo.
Más mitos y leyendas en torno a la salamandra
Aparte de la errónea creencia popular de que el veneno de estos ejemplares es mortal para los humanos, a lo largo de los siglos se han atribuido diversas cualidades fantásticas a esta especie de anfibio. Para conocer las primeras referencias sobre los «súper poderes» de este animal hay que remontarse a la época de Aristóteles. El filósofo griego asociaba a las salamandras con el fuego y aseguraba que lo apagaban al pasar sobre él. Siglos más tarde, San Agustín utilizó a la salamandra como símbolo del condenado que «sufriría las llamas eternas del Infierno, sin ser consumido por ellas».
El escritor y militar romano Plinio el Viejo llegó también a afirmar que si una salamandra moría entre el vino o el agua estas bebidas serían letales. Posteriormente surgieron leyendas en torno a ríos o pozos contaminados por esta especie que acabaron matando a cientos o miles de personas. Tal es así que en la legislación romana se llegó a recoger que quien administrase una de sus partes sería arrojado a las fieras como castigo.
Se decía también que las salamandras podían resistir al fuego sin quemarse, pero esta afirmación no tiene nada de cierto. Si al echar leña a la brasa sale una salamandra es porque en alguna grieta del tronco esta encontró cobijo y si sale corriendo es para evitar morir abrasada. Se pensaba incluso que esta especie contaba con propiedades mágicas y en algunas culturas fue símbolo de pureza, entre otras muchas creencias en torno a este tipo de anfibio.
Con el paso de los años, estas leyendas fueron poco a poco quedando en el olvido. Los estudios científicos permitieron tirar por la borda todas las falsas teorías en torno a las salamandras. Además, su naturaleza nocturna y su carácter inofensivo contribuyeron a que comenzaran a pasar desapercibidas, pasando a mezclarse con el entorno urbano y adaptándose a la vida discreta entre las sombras. Este comportamiento les permitió coexistir tranquilamente con los habitantes de la ciudad, quienes apenas notan su presencia mientras ellas continúan su rutina en silencio.
Sin embargo, estos animales no siempre pasaron desapercibidos para todo el mundo. Los artesanos y canteros que levantaron la catedral de San Salvador, así como quienes tallaron muchos de los muebles que adornan su interior, se inspiraron en ellas para plasmar su arte. Dejaron constancia de la presencia de las salamandras en los diferentes grabados y esculturas que realizaron junto a representaciones de otros animales, tanto reales como imaginarios.
También con el objeto de dejar constancia de la existencia de esta especie, un grupo de científicos, entre los que se encuentra el biólogo David Álvarez, han grabado un documental para ofrecer una visión histórica, biológica y mitológica de las salamandras de Oviedo. Bajo el título de Los últimos dragones de Oviedo, este cortometraje se proyecta cada año en el Teatro Filarmónica para concienciar y hacer reflexionar a los alumnos de los distintos colegios de la ciudad sobre la importancia que tiene cuidar el entorno que nos rodea.
Las salamandras, como otros anfibios, ofrecen una serie de beneficios tanto para el medio ambiente como para los ecosistemas en los que habitan. Al ser depredadoras naturales de insectos y otros pequeños invertebrados, ayudan a controlar plagas que pueden afectar cultivos o transmitir enfermedades. Debido a su sensibilidad a los cambios en el entorno, como la contaminación del agua y el suelo, actúan como indicadores biológicos. Su presencia o ausencia en un área puede reflejar la salud del ecosistema. Contribuyen, entre otros aspectos, al ciclo de nutrientes.
«La salamandra de Oviedo» no es solo de Oviedo
A día de hoy la subespecie conocida como «la salamandra de Oviedo» no solo se encuentra en los lugares más recónditos de la capital asturiana, sino que también habita otras localidades del Principado como Avilés o Gijón. Hay presencia de ejemplares en el centro de estas ciudades, así como en aquellos barrios donde la industria ha ganado peso. También en el extremo oriental de Galicia, en el norte de León y en la zona más occidental de Cantabria residen individuos de la Salamandra salamandra bernardezi.