Moussa Leye: «Cuando llegué a Oviedo y vi que la gente vendía en la calle no me lo podía creer»
LA VOZ DE OVIEDO
Este senegalés lleva media vida afincado en la capital asturiana. Llegó a nuestra región en el 2006 después de conseguir cruzar el océano Atlántico en cayuco. Cuenta cómo consiguió su primer empleo después de vender de forma ambulante para ganarse la vida, además de las incómodas situaciones que tuvo que vivir
25 mar 2024 . Actualizado a las 09:35 h.La historia de Moussa Leye es cuanto menos emotiva. Es una de esas semblanzas que te llega al corazón y consigue remover todos tus sentimientos por dentro. Con tan solo 23 años este senegalés decidió dejar atrás a su familia y el país que lo vio crecer para buscar oportunidades de futuro. Tomó la determinación de emigrar «no porque fuese un muerto de hambre o no tuviese nada» —de hecho hasta ese momento trabajaba como camionero—, sino que lo hizo porque «quería tener una vida mejor». Ante la imposibilidad de conseguir un visado para poder viajar en avión, a este africano no le quedó más remedio que subirse a una patera, en la que también iba uno de sus hermanos, para cruzar el océano Atlántico. El resto del trayecto uno puede imaginarse cómo de «horrible» fue.
«A menos de una hora de llegar a España vi un cayuco en el que había 95 personas muertas; pasamos al lado de los cadáveres sin poder hacer nada. Tengo esa imagen grabada en la cabeza y es muy duro», asegura con lágrimas en los ojos. «Me siento muy orgulloso de poder contar todo esto porque podía haber sido yo el que hubiese muerto. He cumplido ese sueño que ellos no pudieron cumplir», señala a sus 41 años Moussa, quien logró pisar suelo español en marzo del 2006. Llegó a Tenerife, donde fue detenido por la Policía durante tres días. Tras pasar a disposición judicial, fue trasladado a Pontevedra, pero como un hermano suyo tenía unos amigos en Oviedo puso rumbo a la capital asturiana.
«No me podía creer que tuviese que vender en la calle para ganarme la vida cuando en mi país era conductor de camión»
Una vez acomodado en el hogar de estos conocidos de la familia, Moussa empezó a vender discos y cedés en la calle para así sacar algo de dinero con el que cubrir sus necesidades. Y, mientras que se pateaba las calles de Oviedo para poder dar salida a estos artículos, no paraba de darle vueltas a la cabeza sobre la decisión que había tomado. «No me podía creer que tuviese que vender en la calle para ganarme la vida cuando en mi país era conductor de camión. Además no entendía nada de lo que me decía la gente», asegura el senegalés. Estaba tan deprimido que «un día me senté en un banco y se me caían las lágrimas solas, no paraba de repetir "qué hago aquí"».
«Cuando llegué a Oviedo y vi que la gente vendía en la calle no me lo podía creer. Me chocó mucho, no me lo esperaba»
Moussa no podía regresar a su Senegal natal. Si lo hacía iban a tacharle de «vago», pero realmente no se sentía «nada bien» en España. «El problema que tenemos nosotros es que en nuestro país no escuchamos ninguna noticia mala o negativa de Europa; al contrario. Europa es lo mejor, es como si fueras encontrando dinero por la calle. Es más, cuando los europeos vienen a nuestros países traen ropa de calidad, coches buenos… y claro, yo cuando llegué a Oviedo y vi que la gente vendía en la calle no me lo podía creer. Me chocó mucho, no me lo esperaba», señala.
Encontró su primer trabajo después de meses siendo vendedor ambulante
Decidió hacer borrón y cuenta nueva. «Me olvidé del pasado para poder seguir adelante», confiesa. Sabía que para poder ganarse la vida hasta conseguir un trabajo debería seguir vendiendo de forma ambulante. Y así lo hizo. Hasta que en una de estas se cruzó por la calle con dos señores que le ofrecieron trabajar en los coches de choque. «Les dije que no tenía papeles, pero no les importó. Querían que les echase una mano y me pagarían por ello», asegura. Hizo todo lo que le mandaron y al gustarles su forma de trabajar le dijeron de continuar todo el verano.
Los responsables de esta atracción volvieron a llamarle para trabajar al verano siguiente. Como todavía no tenía regularizada su situación —«para poder hacerlo debes llevar viviendo en España al menos tres años», dice— Moussa aprovechó la oportunidad para hacerlo. «Les dije que trabajaría con ellos con la condición de que cuando tuviese los papeles me contratasen. Me dijeron que sí y cumplieron», cuenta. El senegalés se empleó en los coches de choque hasta el 2014. Ese año tuvo un accidente laboral en el que perdió parte de su dedo pulgar. «Me operaron y a los nueve días tuve que pasar de nuevo por quirófano. Estuve un año entero tomando pastillas, porque si no, no podía con los dolores. Como no podía hacer muchos esfuerzos tuvieron que operarme por tercera vez y ahí ya dejé de trabajar», relata.
Estuvo dos años en el paro. Estar tanto tiempo sin trabajar fue «bastante duro» para Moussa, quien aprovechó para hacer un curso de agricultura. Se reincorporó al mercado laboral como dependiente en una tienda de ropa en la calle Uría. A las semanas fue destinado al almacén que la compañía textil tenía en el polígono de Silvota para que se encargase de descargar la mercancía con una carretilla elevadora. Al terminar el contrato, trabajó durante dos meses en un restaurante de reconocido prestigio en la ciudad. También «en ocasiones puntuales» se empleó como «extra» en un hotel de Oviedo.
Como con la llegada de la pandemia del coronavirus los establecimientos hosteleros se vieron obligados a cesar su actividad, algunos, incluso después de levantarse las medidas sanitarias, bajaron la persiana para siempre, Moussa estuvo «dos o tres meses» sin trabajar. Le ofrecieron trabajar en Navarra como «montador de mallas metálicas» en árboles frutales para que cuando hiciese mal tiempo no se rompiesen los frutos. Al poco de trabajar ahí le llamaron para emplearse en una empresa de alimentación en Asturias pero como no podía viajar y cambiar de comunidad por las restricciones impuestas en aquel momento tuvo que rechazar la oferta.
«Les dije que cuando volviese me ponía en contacto y así fue, pero ellos ya no estaban interesados. Regresé de nuevo a Navarra y me volvieron a llamar. Otra vez pasó lo mismo. A la tercera fue la vencida; justo me dijeron de empezar a trabajar el día de mi cumpleaños», cuenta. Estuvo en esta compañía durante todo el verano hasta que lo cesaron. Pero, «por suerte», a la semana encontró otro trabajo a través de la asociación Asturias Acoge. «Me dieron el correo de la empresa, les escribí y al día siguiente me contestaron citándome para hacer la entrevista. Y en cuestión de 24 horas me contrataron», señala Moussa, quien desde entonces se emplea en esta corporación ligada al sector de la construcción.
¿Cómo aprendió Moussa a hablar español si cuando llegó a Oviedo no sabía ni decir hola?
A las pocas semanas de empezar a vender en la calle, Moussa conoció a una señora que amablemente le saludó. «Me dijo "hola", pero como yo no sabía lo que significaba no pude decirle nada. De repente, levantó la mano y me enseñó la bandera de mi país. Hizo el gesto de que la siguiese y fui detrás de ella. Me llevó hasta la asociación Asturias Acoge, donde me explicaron que impartían clases para que la gente aprendiese español», cuenta.
Sin dudarlo ni un instante, Moussa se apuntó al curso. «Quería aprender español para poder defenderme, ser capaz de leer y escribir y por lo menos entender a la gente». Es por ello que aprovechaba las mañanas para vender y por las tardes iba a clase. Así durante un año. Al tiempo conoció en Mieres a una mujer que trabajaba en otra entidad sin ánimo de lucro que le ofreció un trabajo. Sin embargo, cuando se presentó en la oficina de la ONG la chica que le atendió le dijo que no iba a poder emplearse porque no entendía bien el español. «Me recomendaron ir a Accem, donde un profesor que se llamaba Juan me enseñó durante tres años el castellano. Iba todos los días a estudiar dos horas y por el invierno, como no trabajaba, aprovechaba para reforzar», cuenta.
A día de hoy este senegalés dedica su tiempo libre a ayudar a aquellas personas en situación de vulnerabilidad. «No me importa si es de mi país o de aquí, a mí lo que me importa es la humanidad», asevera. Si se trata de un individuo inmigrante, con más razón aún se vuelca en echarle una mano. «Yo sé lo que es cruzar una frontera y llegar a un estado en el que nadie te conoce y en el que encima no entiendes a la gente porque no sabes su idiomas. Te sientes perdido y eso es un sufrimiento psicológico», relata.
«Cuando me preguntan que de dónde soy, siempre digo que de Oviedo porque así lo siento»
En este punto, Moussa confiesa que «es muy duro emigrar y más cuando eres de diferente color, africano o americano». «Cuando tú vas a Francia a buscar una vida mejor nadie te preguntas de dónde eres, pero yo al ser negro, nada más que me ven, dan por hecho de que no soy de aquí y me preguntan siempre de dónde soy. Yo cuando pasa eso, siempre digo que soy de Oviedo porque así lo siento», asegura este senegalés de nacimiento pero asturiano de corazón. Es por este motivo que siempre que hay alguna manifestación, ya bien sea a favor de la educación o la sanidad pública, Leye siempre está ahí el primero.
«Solo salgo de casa para ir a cualquier manifestación, porque a mí estar con la gente fue lo que más me ha ayudado en mi vida, o para ir a ver jugar al Real Oviedo. Nunca he entrado a una discoteca, prefiero estar en casa con el ordenador, limpiando o cocinando; eso es lo que me hace feliz», asegura Moussa, quien echa de menos el ambiente que se respira en África. «Somos muy alegres, bromeamos siempre unos con otros, bailamos incluso en la calle», apunta.
En estos 18 años que lleva viviendo en Oviedo, Moussa ha sufrido algún que otro episodio de discriminación. Por poner un ejemplo señala el hecho de buscar un hogar donde vivir. «Los inmigrantes para encontrar un piso nos cuesta muchísimo. Yo desde el 2017 vivo de alquiler, pero para dar con la vivienda tuve que estar un año buscando. Hay muchas veces que entro a una agencia y es que no me dejan ni sentarme. Según entro, no me dicen ni hola, solo "¿qué quieres?". Cuando digo que estoy buscando un piso, me dicen que no tienen nada para arrendar, solo en venta. Y es que por lo menos quiero que me reciban», cuenta.
Su mayor deseo en este mundo es que la sociedad occidental trate de iguales a aquellas personas procedentes de África o del sur de América. Es consciente de que eso es un auténtico reto. «No creo en el tribunal de los derechos humanos. ¿Cuántas personas negras matan al día la Policía en Estados Unidos? Al fin y al cabo, los que seguimos sufriendo somos nosotros. Por eso, yo en todo lo que pueda voy a ayudar a los inmigrantes, voy a ser como el abogado de ellos. Si tengo que dedicar mi tiempo libre, lo haré», asegura.
Así es como Moussa lucha para acabar con el racismo existente en nuestra sociedad. «Va a ser muy difícil, pero pelearemos por ello; no nos cansaremos hasta que venzamos», manifiesta. Su historia es tan solo un reflejo de lo que sufren las personas inmigrantes y lo difícil que lo tienen para hacerse un hueco en un mundo donde se sigue cuestionando a las personas por su color de piel.