Así mantiene Diego del Valle el oficio del luthier en Oviedo: «Tardé 1.700 horas en hacer un violonchelo»

LA VOZ DE OVIEDO

El artesano crea auténticas joyas musicales que han acabado en las manos de grandes artistas
16 jun 2023 . Actualizado a las 09:38 h.Desde niño siempre se sintió atraído por el trabajo de la madera; sin embargo, nunca se imaginó que terminaría dedicándose a fabricar a partir del tronco de los árboles instrumentos de cuerda frotada. «La luthería me encontró a mí, no yo a ella. Fueron muchas vueltas en la vida, yo ni siquiera sabía que existía este oficio porque había estudiado delineación industrial», asegura Diego del Valle, vallisoletano de nacimiento, pero ovetense de corazón. Pese a haber sido pura casualidad, este arte le ha eclipsado de tal manera que son ya 25 años los que lleva construyendo con paciencia, dedicación y cuidado auténticas joyas musicales que han acabado en las manos de grandes músicos. «Habré hecho ya alrededor de 300 violines», asegura.

Todo empezó en el año 1998 cuando conoció al que años más tarde se convertiría en su suegro, Pavel Schudtz, luthier de fama internacional. Este tenía talleres de luthería en Oviedo y en Madrid, donde a parte de hacer instrumentos de madera hacía trabajos de carpintería. Diego del Valle empezó a trabajar allí y, tras percatarse de que era el ámbito al que quería dedicarse, comenzó a aprender las técnicas de este arte. «Fue el maestro quien me enseñó todo», apunta agradecido, antes de señalar que para perfeccionar aún más la técnica viajó a la ciudad italiana de Cremona, denominada por muchos la «capital mundial de violín».
Tras dominar la técnica y trabajar después del fallecimiento de su suegro para otros luthieres, con el objeto de crear sus propios trabajos, Diego del Valle abre, junto con su esposa María Schudtz, su taller en Oviedo. En un primer momento lo hizo en la calle La Lila, pero tiempo después se mudaron al bajo 35 de la calle Azcárraga, donde a día de hoy sigue realizando violines, violas, violonchelos, contrabajos y arcos, dándoles a cada uno de ellos su toque personal y haciendo que suenen incluso antes de tocarlos. «Cada pieza por separado tenemos que hacerla vibrar hasta una determinada frecuencia para ver qué sonidos saca y, cuando hemos conseguido esa frecuencia, ya podemos montar el instrumento», asegura.

Cada uno de esos instrumentos musicales que realiza el luthier son únicos. «Yo no tengo un catálogo de instrumentos en el que ves un modelo y eliges uno de ellos. Aunque visualmente te parecen todos iguales, no lo son. Incluso si sacamos el metro hay cierta diferencia de un violín a otro y donde más se podría ver la diferencia es sobre todo en las violas, que te dejan jugar con otras medidas», cuenta Diego, quien elige «cuidadosamente» los materiales que va a utilizar para la creación de cada uno de ellos.
«Para hacer el fondo, los aros y el mango utilizo madera de arce que proviene de Bosnia debido a la densidad que tiene. Para la tapa superior empleo la de abetos del norte de Italia, dado que en las condiciones en las que crece, la madera es muy buena para la acústica, vibra de forma diferente. Al final todo en su conjunto hace que cuando frotes el arco la vibración crea el sonido», detalla el luthier.
Un trabajo artesanal
Cada una de las piezas que conforma un instrumento se hace «completamente» a mano. En el taller de Diego del Valle no hay ni una sola máquina, salvo una sierra eléctrica con la que corta los troncos en dos piezas. El resto son todo herramientas manuales. Es por ello que para hacer un violín tarda mínimo 250 horas. Si tenemos en cuenta que una semana laboral de lunes a viernes son 40 horas, para realizar «el instrumento estrella de la familia del cuarteto» debe emplear más de seis semanas. Y eso sin tomarse un respiro. De hacerlo, serían ya siete. En caso de que el cliente quiera que lleve alguna filigrana o algún detalle especial, el tiempo también se incrementa.

«A veces me han pedido alguna reproducción de algún instrumento antiguo y eso ya te lleva tiempo porque tienes que hacer el instrumento nuevo y luego a partir de ahí degradarlo o hacerle la forma para que se parezca al que te han pedido», cuenta antes de señalar entre risas que «los violonchelos es mejor realizarlos en invierno porque como es mucha la madera que hay que quitar pues pasas menos frío». Aún así para que el trabajo no sea monótono y no tirarse meses con la misma pieza, Diego del Valle va intercalando la construcción de los distintos instrumentos. «A no ser que sea un encargo que corra prisa, pues se hace cuanto antes y ya está».
De todos los trabajos realizados, «el que más tiempo me ha llevado ha sido una viola inspirada en un instrumento de Antonio Stradivari (italiano que nació en la ciudad de Cremona —de ahí la importancia de la ciudad— y que es el más famoso luthier de la historia; tanto, que la forma latina de su apellido, Stradivarius, se utiliza para referirse a sus instrumentos). Lleva más o menos unas 650 piezas», resalta Diego del Valle. Decorada con incrustaciones de ébano y marfil, «a día de hoy pertenece a la colección del Cuarteto Palatino que está en el Museo del Palacio Real de Madrid».

Aparte de crear instrumentos de cuerda frotada desde cero, Diego del Valle se dedica a la reparación de los mismos y a la reconstrucción y encerdaduras de arcos. Este es el penúltimo instrumento que hizo mi suegro antes de morir en el 2003 y me lo han traído de fuera de España para hacer una revisión. También al taller vienen instrumentos muy antiguos, de siglos pasados, que no solo necesitan una reparación sino una restauración. Pero vamos, hay instrumentos del 700 que siguen funcionando a día de hoy perfectamente, porque lo importante es mantenerlos bien».
¿Cómo mantener en buen estado los instrumentos?
En este punto, Diego del Valle señala que para conservar en buen estado un instrumento es fundamental mantenerlo limpio y controlar cómo están las cuerdas y la posición del puente. Además, una o dos veces al año, el luthier debe de hacer una revisión exhaustiva porque «los músicos ven por fuera pero nosotros podemos verlos por dentro». «El músico está acostumbrado a tocarlo diariamente y a lo mejor un pequeño cambio en el sonido sí que puede notarlo, pero hay otras veces que no porque se acostumbra él. Entonces, simplemente sería hacer una revisión del alma, que es una de las piezas más importantes que lleva (es móvil y va sujeta en el instrumento por la presión de las tapas y las cuerdas) y depende de donde la movamos, suena de una manera u otra. Por tanto, la única manera de verlo es en el taller, mirando por dentro y midiendo», asegura.
De la misma manera, hay que tener especial cuidado con los cambios climáticos. «Como los músicos viajan por todo el mundo y los instrumentos con ellos, igual que el cambio de temperaturas te afecta a ti también les afecta a ellos, porque no dejan de estar hechos de un material orgánico como es la madera, que cambia con el frio, el calor, la humedad, la sequedad… Es tan malo tanto que esté muy seco como muy húmedo, y además la voz del instrumento cambia», señala Diego del Valle.
Clientes de todas las partes del mundo
Al taller de Diego del Valle no solo acuden músicos españoles, sino también procedentes de otros países, así como los clientes que tenía su maestro. «Afortunadamente, tengo instrumentos por todo el mundo, incluso en Mozambique. Algunos están en la Sinfónica de Shanghái, otros han sonado por las mejores salas de Nueva York. Este, al final, es un oficio que funciona por el boca a boca, pero aparte me muevo mucho por las ferias internacionales de instrumentos musicales para darme a conocer. He ido a Rusia, a Corea, a Taiwán; acabo de venir de Guangzhou, en el sur de China, y voy a ir a la feria de Pekín, que es otra de las más relevantes de Asia, y a la de Cremona, que es la más importante de la luthería que hay actualmente», detalla, antes de apuntar que en el continente asiático vende sus productos musicales a tiendas para que los distribuyan, dado que no hace venta online.
En este punto, el luthier confiesa: «Yo no vendo un violín de 10.000 o 15.000 euros por internet. Vamos, ni yo ni nadie». «No sabes qué puede pasar con él y, aparte, porque antes de comprarlo el cliente quiere verlo, tocarlo y probar cómo suena en el teatro y demás. Algo que no debería ser así, pero bueno, esto solo pasa en Europa», resalta del Valle, quien ofrece a sus clientes garantía en la compra de los productos para tener al cliente «seguro» de lo que está comprando. Es por ello que cuenta con «dos calidades en el taller». «Una son los instrumentos que hago con mi mujer o mis hijos, en los que utilizamos madera de 14 años y, por tanto, es más bien para estudiantes, orientados, eso sí, a los que cursan estudios medios o superiores. Por otro lado, están los de maestro, que tienen una garantía de por vida, siempre que sean tuyos y hagas las revisiones pertinentes, porque la construcción del instrumento está garantizada. En ellos utilizo maderas de 50 años que ya han pasado todas las tracciones y tensiones que tenían que sufrir», detalla.

Una clientela gracias a la cual ha conseguido sortear todo tipo de crisis. De todas ellas, la que más le ha afectado es la subida generalizada de las materias primas. «El precio del pelo de la cola de caballo que utilizamos para hacer los arcos, como es de Siberia y de Mongolia, desde octubre hasta ahora ha subido un 90%. Además, como desde marzo el CITES (Convención sobre el Comercio Internacional de Especies Amenazadas de Fauna y Flora Silvestres) ha solicitado que Brasil prohíba la venta de pernambuco, que es la madera con la que se hacen los arcos, pues estamos fastidiados. Es verdad que hay otras maderas, pero no suenan igual; entonces, los músicos no lo quieren. Nos dan una alternativa, que es la madera de IP, pero ¿qué pasa? Pues que de cada 100 arcos se rompen 30 o 40. Nos han dado dos años de amnistía, pero el precio es una pasada. Una vara en bruto podía costarme 300 euros y ahora cuesta 500».
Un incremento de costes que, «al final, lo tienen que pagar los clientes». No obstante, el luthier no ha subido el precio de los instrumentos; solo el de los accesorios. «Antes de la crisis del 2008 la gente tenía dos sueldos y hoy en día no y, claro, para todo no da», reconoce, antes de señalar que alguno de sus productos puede llegar a valer decenas de miles de euros. «También van detrás miles de horas de trabajo. Tengo un violonchelo que me llevó 1.700 horas hacerlo», apostilla Diego del Valle, quien no piensa mucho en el futuro. «Ser luthier no es una profesión en la que vea una jubilación. La mayoría de los luthiers que he conocido se murieron en el taller, haciendo lo que querían y les gustaba, como mi suegro o el mismísimo Stradivari».
Aún así, sí que cree que puede haber un relevo generacional en su taller. «Mi hija ganó el año pasado una medalla de bronce en un concurso en Cremona. Se presentó con una viola y quedó tercera de casi 600 instrumentos compitiendo. Me gustaría que siguiese con ello y que fuese mejor que yo. Pero esto es como todo, hay que dedicarle tiempo, horas… y tanto ella como mi hijo tienen que vivir su vida fuera de las cuatro paredes del taller. Si luego quieren dedicarse a esto, yo encantado, serán la tercera generación de este negocio familia», asevera Diego del Valle, quien seguirá construyendo, reparando y restaurando instrumentos de cuerda.