Este primer lunes de fiestas, Melendi recibió a una hora temprana, de esas que no conocía cuando en su juventud exprimía la ciudad, el título de Hijo Predilecto de Oviedo. Pero para darse cuenta de que a Melendi se le quiere, y mucho, sólo hace falta fijarse en lo rápido que volaron las entradas para sus tres conciertos seguidos. Cada día un llenazo, un «No hay billetes» de antes y no un «Sold out» ahora, que parece que nos hemos vuelto idiotas. Porque en estas fiestas él es el plato fuerte y lo defiende con creces. «¡Viva San Melendi!», gritan muchos ovetenses.
Su primer concierto comenzó con una gran cola para llegar al recinto de La Ería, una fila ecléctica pero ordenada y cargada de buen rollo y ganas de disfrutar, que daba la vuelta al Tartiere y tenía su inicio en la calle Luis Fernández Castañón. «La espera merece la pena. Si hay hasta quienes acamparon», decía el grupo de amigos que tenía detrás. Y vaya que sí lo mereció.
Hacía ocho años que el cantante no actuaba en su ciudad, y tanto tiempo siempre es demasiado: para él y para todos los que siempre le esperan. Cerca de nueve mil personas petaron la carpa, que no acaba de convencerme del todo, ni el lugar ni la acústica, Oviedo y San Mateo se merecen un recinto mejor. Me sorprendió la presencia de gente de todas las edades, dejando claro que el ovetense a la hora de mover a sus fans no entiende ni de sexo ni de edades.
Melendi ha logrado, a lo largo de toda su carrera, hacer la música que acompaña la vida de mucha gente, una banda sonora de cada uno de los que allí estuvieran y me atrevería a decir que de gran parte de los españoles. Y así quedó claro en su concierto, que fue una fiesta perpetua.
Sigo sin entender este afán que tanto se da ahora de sacar el móvil y grabarlo todo, como si fuese más importante registrar el momento y compartirlo por las redes que vivirlo y disfrutar. Siempre es más eterno y mejor un recuerdo que todas las fotos y videos que habitan nuestros móviles, fotos y videos que acabarán cayendo en el olvido de la galería.
En dos horas de concierto no paró de cantar, de moverse y de interaccionar con el público. La verdad que se le vio a tope, sin atisbo de cansancio ninguno y manteniendo el listón muy arriba. Parecía entusiasmado jugando en casa, hasta tal punto que no pocas veces la emoción entrecortó su voz. Además de su banda, en la que muchos le acompañan desde hace tanto que la Amistad se impone al trabajo, estuvo acompañado de la Real Banda de Gaitas Ciudad de Oviedo; siendo una de las sorpresas de la noche y el momento cumbre. Cantó el himno de Asturias y su «Asturias» con la banda de fondo y a todos se nos removió algo por dentro.
Las canciones de una vida, de esos momentos en los que uno es joven y casi todo es la primera vez de algo, nos arropan y llevan a momentos que quizá no fueron mejores, pero a los que la nostalgia del paso del tiempo hace que sea imposible no querer. Y Melendi es uno de ellos.
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