La «ruta de las balas» de Oviedo: lugares que no olvidaron un pasado violento
Recorrido por algunos de los muchos edificios de la capital que conservan huellas, tras más de ocho décadas, tanto de la revolución de 1934 como de la Guerra Civil
El general Antonio Cores, con la peculiar precisión de los militares, aseguraba que Oviedo recibió en la Guerra Civil, durante los tres meses que duró el asedio a la capital, nada menos que «120.000 impactos de artillería y 10.000 bombas de aviación» (El sitio de Oviedo, 1975). Es decir, un promedio de 1.450 proyectiles de gran calibre cada día. Así lo recogía también LA VOZ DE ASTURIAS en su edición del 24 de septiembre de 1936, que contabilizaba 1.910 bombas de aviación arrojadas en una sola jornada por el ejército republicano, según datos de la Comandancia General de Asturias.
Esto ocurrió durante los combates entre las fuerzas del Gobierno y los sublevados del coronel Aranda en la capital. A ese balance habría que sumar, desde luego, la colosal cantidad de disparos de fusil o ametralladora que intercambiaron ambos bandos.
Si bien perduran aún en la memoria colectiva, la mayoría de esas profundas cicatrices ha desaparecido de la trama urbana. Ya durante la corta pero muy intensa revolución de 1934, muchos edificios resultaron gravemente dañados; algunos irreparablemente. Otros apenas se estaban restaurando cuando estalló la guerra, de modo que a menudo es difícil distinguir de dónde provino la metralla, como puntualiza Benjamín Gutiérrez Huerta, exdirector de la Fundación Juan Muñiz Zapico. Gutiérrez es coautor del libro Ruta de la revolución de 1934 en Oviedo (Gayo, Gutiérrez, Arias, García y Raposo) editado por esa institución, que también ha publicado la Ruta de la Guerra Civil en Oviedo (José García Fernández)
También ha intervenido, en gran medida, el afán deliberado por borrar el pasado a lo largo de estos 85 años, tanto en las zonas rurales del municipio, donde aún es posible (cada vez menos) ver casamatas, nidos o trincheras que la asociación ARAMA se afana por proteger, como en el casco urbano. Sin embargo, algunos testigos materiales permanecen y es posible ver e imaginar gracias a ellos la crueldad de los combates.
La Catedral y San Tirso
En el casco antiguo es frecuente encontrar vestigios de la lucha, dado que resulta más difícil derribar o restaurar los edificios históricos. Es sabido que el gran templo de Oviedo, que resultó muy perjudicado entre 1934 y 1936, ha venido, desde entonces hasta la actualidad, soportando estoicamente restauraciones y limpiezas más o menos afortunadas. Su gran torre constituía una atalaya perfecta para vigilar y defender y, por eso mismo, fue diana de numerosos proyectiles en los dos conflictos.
Durante la revolución del 34, los guardias de asalto se atrincheraron en la basílica ante el avance de las columnas mineras. Los muros exteriores recibieron numerosos impactos que aún son visibles, si bien la torre, que fue derruida parcialmente en los conflictos, recuperó después su forma original (o casi). Durante la revolución, los tiros salían desde el palacio de la Rúa, frente a la Catedral, donde se habían instalado los mineros, que habrían accedido haciendo butrones de una casa a otra para evitar la ametralladora de los guardias. Los sillares de piedra del palacio de la Rúa también conservan agujeros de bala. En la misma línea de la calle, en la casa de los Llanes, que fue muy afectada (como se puede apreciar en fotos de la época), probablemente también quede alguno, pero su fachada está ahora cubierta por una lona y tan deteriorada que es difícil asegurarlo.
En la guerra también la torre de la Catedral, al ser puesto observación de los sublevados, por tanto, era asimismo objetivo de los sitiadores. De hecho, dice José García Fernández, «en el interior quedaron grafitis de los soldados, me imagino que los pintaron cuando se aburrían durante las largas guardias». Actualmente se lleva a cabo la enésima intervención de restauración.
A pocos metros de la Catedral, como se aprecia en la imagen que encabeza este reportaje, también la iglesia de San Tirso conserva alguna muesca en la esquina más cercana de las muchas que se produjeron, pero, afortunadamente, el revoco exterior absorbió la mayor parte del daño y luego fue eliminado, dejando la piedra al descubierto. Aún se aprecian algunos agujeros que sí le hicieron mella y fueron rellenados con mejor intención que destreza.
Plaza de Porlier
Cerca de la plaza de la Catedral permanecen los palacios que albergan ahora las sedes judiciales y el Ridea, en la plaza de Porlier. Aquí se desarrollaron intensos tiroteos en el 34 y bombardeos en el 36, de los que son muy visibles los impactos en el palacio de Camposagrado, sede del TSJA, donde se observan centenares de agujeros en la piedra, a ambos lados de la puerta principal, así como algunos en el palacio del Conde de Toreno.
En la imagen que hay sobre estas líneas se muestra un montaje de fotos de este palacio en 1936 y en la actualidad. Unas mujeres recogen agua vigiladas por un militar; el abastecimiento fue uno de los grandes problemas para la población civil durante el cerco.
Todo este entorno resultó devastado y restaurado, como es el caso del Banco Asturiano (hoy BBVA). El investigador Ramón Duarte señala que, tanto en las columnas como en sus basamentos metálicos es posible apreciar el efecto del intercambio de disparos.
En el edificio de Telefónica aparece algún parche y mellas en las partes de piedra. Según La ruta de la revolución de 1934 en Oviedo, el 12 de octubre de ese año «la guardia de asalto del cuartel de Santa Clara toma el edificio». Tres días antes, los revolucionarios habían ocupado el Banco de España (actual sede de presidencia), la Diputación y el Hotel Inglés (ya desparecido, ahora es el Termómetro). El 11 de septiembre resultan incendiados durante los enfrentamientos el monasterio de San Vicente (Las Pelayas), el Campoamor, la Audiencia y el diario Avance.
Universidad y Campoamor
El edificio histórico de la calle San Francisco quedó prácticamente en ruinas en la revolución. Según Ramón Rodríguez (La revolución de 1934 y sus consecuencias en la Universidad de Oviedo, Fundación Emilio Barbón), «La mayor parte y la más valiosa del pequeño campus universitario ovetense sufrió terribles daños el 13 de octubre de 1934, ya que sólo el edificio de Ciencias se salvó de la destrucción. La Universidad, como el resto de la ciudad, estaba en manos de los revolucionarios e hicieron de ella un depósito de municiones. Ese día 13, antes de abandonar Oviedo los revolucionarios, el fuego se apoderó del edificio principal». La causa es aún polémica, la versión oficial acusó a los mineros; otras fuentes culpan al Gobierno republicano. Fue reconstruido en los años siguientes, pero volvió a sufrir algunos daños menores durante la Guerra Civil.
García Fernández afirma que, además de todas las esquirlas que levantó la metralla, hay puntos en los que se aprecian claramente los efectos de las balas, como un impacto directo en la parte posterior de la estatua de Valdés Salas.
Según se afirma en La ruta de la revolución de 1934, «la postura más generalizada hoy en día sobre la destrucción de este edificio es que se debe a los bombardeos de la aviación. En la Universidad se guardaba dinamita y gasolina para el asalto final a Santa Clara», motivo de un fuego tan virulento.
El Servicio Nacional de Regiones Devastadas se encargó, en los años 40, de reconstruir el antiguo Colegio de Huérfanas Recoletas para albergar el rectorado. En sus muros exteriores, igual que en los del edificio principal, se ven todavía las muescas de la metralla y las balas.
Cerca de ahí, el teatro Campoamor sufrió la misma asolación que la Universidad: prácticamente solo quedaron algunos muros en pie; también es teoría generalizada que fueron las tropas gubernamentales quienes lo incendiaron para evitar que funcionara como atalaya de los revolucionarios y punto de ataque al cercano cuartel de Santa Clara. Después de ser reconstruido, en su fachada principal perduran algunos agujeros de bala o metralla medio disimulados.
Algunas de esas acciones, dice La ruta de la revolución, habrían sido ordenadas por las fuerzas gubernamentales en 1934 ante el avance de los mineros, para evitar que los edificios sirvieran como plazas fuertes y habla de «destrucción premeditada» del Campoamor, Las Pelayas y el diario socialista Avance por parte del Gobierno republicano.
Uría e inmediaciones
La zona de la calle Uría fue muy castigada, tanto en la revolución como en la guerra. La estación del Norte, al final de la vía, recibió numerosos impactos que no son visibles, dada la profunda transformación a la que fue sometida después. Algunos edificios como el que estaba frente a la estación, en el número 76 de Uría, fueron totalmente destruidos, como cuenta José García Fernández, y se levantaron unos nuevos en su lugar. Otros intentaron borrar las huellas con más éxito, o los nuevos tiempos cambiaron su fisionomía, sin más.
Un caso curioso es el del colegio y convento Esclavas del Sagrado Corazón del número 5 de la calle González del Valle. Su fachada conserva numerosos impactos que puede que daten de la revolución del 34, en opinión de García Fernández, pues no se documentan combates en este punto durante la guerra. Lo mismo opina Ramón Duarte, que señala que «en el 34, la calle Uría (Estación del norte-Escandalera) fue trayecto de fuego. En el cerco a Oviedo, en el menor perímetro de los defensores hubo combates en la estación del Norte (a 400 m. de ese punto), pero a esa zona de la calle Uría no me consta que llegaran». Hoy es sede de Cáritas Diocesana y, desde hace casi 90 años, su aspecto sigue igual, a juzgar por las fotos.
No obstante, Benjamín Huerta explica que este es un caso dudoso: «cuando organizamos los recorridos históricos por los lugares de la revolución y de la guerra, no fuimos capaces de determinar si los disparos fueron de 1934 o de 1936». Eso, advierte, «ocurre en muchos otros lugares de Oviedo».
La ruta de la revolución documenta que la llamada Casa Blanca (Uría, 13), aún en pie, fue otro de los puntos estratégicos fortificados que los mineros no pudieron tomar en 1934, por lo que también habría recibido numeroso fuego. Desde la calle no se puede apreciar, pero sin duda resultó muy afectado.
San Juan y San Pedro
Dos iglesias, por su altura y consiguiente exposición a bombardeos, han conservado en sus fachadas no solo cicatrices, sino incluso proyectiles que no llegaron a explotar. En el caso de San Juan, en pleno centro de Oviedo y a pocos metros de la calle Uría, se puede ver uno incrustado en la parte más alta. Es con probabilidad, según los expertos, por su ángulo y aparente calibre, un proyectil que salió de un cañón republicano situado en El Cristo. Otro templo poco afectado y muy cerca de este punto fue la del Sagrado Corazón, junto a Salesas. Se usó durante la guerra como hospital de campaña y a sus muros también llegaron las bombas, pero al parecer los daños fueron menores.
En la iglesia de San Pedro de los Arcos, un lugar privilegiado como atalaya por su altura, quedaron como recuerdo otros dos proyectiles de la Guerra Civil en un muro lateral, además de muchos agujeros de bala. En este lugar, donde también se libraron severos combates en el 34, hay un memorial dedicado a la famosa militante Aída de la Fuente.
La cárcel
Según recoge La Ruta de la Guerra Civil en Oviedo, en 1934, la cárcel «fue asediada por los revolucionarios de octubre, pero, custodiada por una pequeña unidad militar y unos guardias de asalto, resistió; los internos, los funcionarios y sus familias sufrieron bombardeos de artillería». Y añade:
«El patio de la cárcel donde se ejecutaban las sentencias de muerte en los primeros meses de la Guerra Civil era el segundo, hacia la izquierda, entre los dos pabellones de hombres. Se hacía en ese lugar porque era el más espacioso, para evitar rebotes de balas. Los patios fueron también escenario de ejecuciones a garrote vil hasta la década de los años 50». Recientemente se erigió un pequeño monolito de piedra que recuerda al rector Leopoldo Alas (hijo de Clarín), fusilado durante la guerra en ese lugar. José García indica que hay alguna de las torres con numerosos impactos de bala.
Es peculiar la historia de la llamada Casa de los Tiros, justo en el inicio del barrio de La Argañosa. Este punto fue estratégico en el intercambio entre el frente republicano y el sublevado, separados por la trinchera de las vías del tren. Se disparaban de ventana a ventana.
Ese edificio recibió numerosos impactos que pervivieron hasta hace muy poco, cuando fue remodelado y perdió casi todas las huellas de la guerra. Aún quedan unas pocas en los paños de ladrillo inferiores, a pie de calle, y una placa que explica escuetamente este hecho.
La plaza de Toros
Duarte indica que la puerta noroeste de la plaza de Toros, en el ladrillo visto, está «acribillada» de balazos de la Guerra Civil, y hay algunos en la puerta sureste. El histórico edificio ya había sufrido graves daños durante un incendio en 1932 y, durante el conflicto bélico, estuvo justo al pie de las trincheras del anillo exterior de defensa de Oviedo, por lo que no es extraño que aún sean visibles los efectos del tiroteo.
También señala Ramón Duarte los daños en el antiguo depósito de aguas de El Cristo, diseñado por Sánchez del Río. En su ficha urbanística se especifica que se le causaron «importantes daños durante la guerra civil, especialmente en su cubierta, lo que conllevó a realizar diversas obras de consolidación y recuperación». Ahí, explica Duarte, también hay una casamata no accesible al público.
Algunos grandes edificios como el Hospital Provincial, el viejo psiquiátrico de La Cadellada o el monasterio de Santo Domingo quedaron en ruinas y fueron demolidos. Sin duda hay muchos otros lugares que conservan en sus paredes la memoria de la guerra, como el ayuntamiento, el cuartel de Pelayo (hoy campus de Humanidades) o el cementerio de San Salvador, tristemente célebre por ser escenario de asesinatos a sangre fría. En él se erigió un sobrio monumento a la fosa común.
También hay vestigios del combate, señala José García Fernández, «en las lápidas de algunos de los nichos más antiguos», ya que ese lugar constituyó la primera línea de defensa de las tropas de Aranda durante la sublevación. Y el cementerio sigue siendo el mejor recordatorio el río de sangre que costó a Oviedo esa época tan convulsa.