El largo viaje sin final de una joya prehistórica asturiana
El propietario del «Caballín de La Viña», una talla de 14.000 años de antigüedad, asegura que tiene al menos «dos buenas ofertas» de grandes museos interesados fuera de Asturias
Hace al menos 14.000 años, un hombre o mujer prehistórico tallaba con gran pericia un asta de ciervo usando finos buriles de sílex. Con esa pieza realizó una magnífica herramienta decorada en forma de cabeza de caballo. Después veremos una hipótesis de para qué la hizo. El caso es que ese objeto durmió oculto muy cerca de Oviedo durante 140 siglos, enterrado o abandonado en una cavidad rocosa, y regresó a la luz en el año 1978. Aquí empieza el larguísimo periplo inacabado de «El Caballín», como lo llama su actual poseedor y descubridor del abrigo de La Viña, Antonio Juaneda.
Esta pieza «única, una de las mejores de Europa, si no la mejor», como afirma Juaneda, permanece en manos privadas desde hace 43 años. Viajó al otro lado del océano, regresó a Asturias y aún está por encontrar el lugar que se merece para ser admirada públicamente.
Se trata de una cabecita de caballo labrada de unos 74 milímetros de largo y de bulto redondo, tallada por ambas caras (una está parcialmente deteriorada), en la que se representan fielmente los ojos, ollares, mandíbula, orejas y el pelaje del animal. Un estudio que se está realizando con microscopio electrónico de barrido y lupa binocular confirmará cómo fue el proceso de fabricación.
También se quiere hacer una datación con espectrometría de masas con aceleradores (AMS), una técnica muy precisa y adecuada para pequeñas muestras que confirmaría lo que los expertos ya señalaron hace años, su pertenencia al periodo Magdaleniense, del que hay numerosos ejemplos en el sur de Francia. Para ello se extraerá una cantidad muy pequeña de partículas óseas de la zona interior y esponjosa (cara reversa), donde ya tiene una rotura, con objeto de dañarla lo menos posible.
El origen
Volvamos al momento del hallazgo del Caballín. A mediados de octubre de 1978, Juaneda, un investigador autodidacta (ahora con numerosos descubrimientos a sus espaldas), visita un gran abrigo rocoso, algo parecido a un repecho de la montaña, cercano al pueblo de La Manzaneda, en el concejo de Oviedo. Es el Abrigo de La Viña. Allí descubre una serie de grabados en las paredes de piedra que ocupan unos 30 metros de longitud, así como restos arqueológicos a la vista, en la superficie del suelo.
El lugar es idóneo como refugio. Como describió en su publicación Una escultura magdaleniense inédita procedente del abrigo de La Viña (Sautuola/XXII, 2017), «disponía de buenas condiciones de habitabilidad y una ubicación privilegiada, lo que permitía un buen control visual del territorio circundante. Unas ventajas que, sin duda, supieron valorar sus moradores paleolíticos».
El 31 de octubre, un día después de notificar el descubrimiento al departamento de Prehistoria de la Universidad de Oviedo, Juaneda regresa al abrigo de La Viña con un amigo, Luis González, que como aficionado a la fotografía le ayudaría a tomar buenas imágenes.
Mientras examinan el suelo, Juaneda recoge algunos objetos sin duda antiguos y González encuentra lo que parecía una pequeña figura tallada, fragmentada y bastante cubierta de sedimentos de ocre. Al lavarla en la fuente cercana, aparece en su esplendor la cabeza del Caballín. Es un hallazgo magnífico y Juaneda, consciente de su enorme valor patrimonial, se dispone a guardarla con la intención de entregársela al Museo Arqueológico Provincial, pero Luis González se lo impide: la había encontrado él y, por tanto, insiste en quedársela. Así fue. González la conservó para sí mismo como un «talismán» pese a las protestas de su compañero.
Unos dos años después, Juaneda propone la posibilidad de publicar un artículo en el boletín del Idea (Instituto de Estudios Asturianos, hoy Ridea) a través del contacto con Magín Berenguer, que supo apreciar la importancia de la escultura prehistórica, previa entrega del ejemplar al Museo Arqueológico. Pero Luis González se niega en redondo a desprenderse del «amuleto», así que la publicación apareció muy reducida.
Un año después, debido a su trabajo, González se traslada a Estados Unidos y se lleva el Caballín con él. Ese exilio habría de durar nada menos que 23 años. Mientras tanto, el arqueólogo Javier Fortea investiga La Viña y da a conocer notables hallazgos, pero quizá ninguno tan relevante y perfecto como esa figurita.
Cuenta Antonio Juaneda que, durante una estancia en París, visitó al prestigioso prehistoriador Henri Delporte, durante años conservador del Museo de Antigüedades Nacionales en St. Germain-en-Laye. Le acompaña González, a quien convenció para mostrarle el Caballín a Delporte.
La sorpresa del científico francés fue enorme: «¡magnifique… une oeuvre extraordinaire!», dice que exclamó al verla. Pero no solo por su preciosa manufactura, sino, sobre todo, por el lugar del hallazgo. «Hasta esa fecha no había salido igual en España, no se lo podía creer», cuenta Juaneda. Pero era cierto.
La herramienta
Es cuando Delporte les explica la posible función del Caballín, como parte de una herramienta realizada con el asta de ciervo completa. La cabeza habría sido en realidad el extremo de un propulsor, un mango con el que los hombres prehistóricos lanzaban, por ejemplo, una flecha. Luego se fracturó y quedó separada, un hecho frecuente, según los investigadores, que hace que se confunda con un colgante, puesto que para eso se aprovechaban una vez rotas.
¿Y no está fuera de contexto? «Claro», responde Juaneda, «como la gran mayoría de las piezas que ahora se exponen en los museos y que fueron recogidas cuando no existían los métodos actuales. Y no por ello tienen menos valor, como se puede ver en cualquiera de las grandes colecciones europeas».
Años más tarde, hacia 1992, Magín Berenguer contacta con Juaneda para incluir el Caballín en un libro sobre arte prehistórico, pero Luis González se opuso frontalmente, «resentido por la mala experiencia vivida con Magín años atrás».
El retorno
Finalmente, González, gravemente enfermo, vuelve a Asturias y por consejo de su familia le comunica a Juaneda su disposición a que la pieza sea donada al Arqueológico. Éste asegura que se puso en contacto con Jorge Camino, arqueólogo del Principado, y la mostró. También destaca el amable interés de la pieza por parte de César García de Castro y María González Pumariega, todos ellos profesionales de reconocido prestigio.
Las condiciones para que pasara a formar parte del patrimonio público eran sencillas: que se publicara en portada y como artículo principal de la revista de Excavaciones Arqueológicas en Asturias (EAA), la realización de unas réplicas de la figurita para ellos y un permiso para Juaneda para acceder a la Viña. Pero finalmente las condiciones no se cumplieron por parte del Principado y, por tanto, la entrega se frustró.
La «herencia»
En septiembre de 2009, Luis González fallece y expresa a sus hijos el deseo de que el Caballín pase a manos de Antonio Juaneda. En una cafetería de Oviedo, dentro de una cajita, le entregan el preciado tesoro, «uno de los momentos más felices de mi vida», dice el investigador. Un nuevo intento de donarlo, a cambio del derecho de poder hacer unas fotos en La Viña que le fue negado a Juaneda, increíblemente volvió a impedir la operación.
¿Y el futuro?
El poseedor del Caballín no se muestra excesivamente optimista: «Hasta hace poco, estaba casi seguro de que iba a salir de España. Tengo dos ofertas muy interesantes, una de Estados Unidos y otra de Alemania, para exponerla en condiciones extraordinarias, como debe ser. No amontonada con otras piezas, ni en un rincón».
Aunque la figurita alcanzaría un alto valor económico si se vendiera (asegura que un coleccionista le ha llegado a ofrecer 40.000 euros), Juaneda insiste en que no se desprenderá de ella por dinero, sino bajo unas condiciones y para que sea expuesta en el sitio que merece.
Pero hay esperanza porque, según señala, «recientemente la nueva directora del Museo Arqueológico, María Antonia Pedregal, y el director de Patrimonio, Pablo León, se han interesado por el Caballín y muestran empeño en que forme parte del patrimonio asturiano». «Tengo muy buenas percepciones en este sentido», añade, una actitud que «les agradezco mucho». De modo que el final feliz de esa historia de 14.000 años aún está por escribir.