Unos pocos soldados españoles se defendieron en la Loma de San Juan de una fuerza mucho mayor gracias al arma fabricada en Oviedo
07 dic 2020 . Actualizado a las 05:00 h.Verano de 1898, isla de Cuba. Un puñado de soldados españoles resiste el asedio de al menos 15.000 estadounidenses en las lomas de San Juan, unos altos estratégicos muy cerca de la ciudad de Santiago. En su posición, La guarnición está al mando del coronel Vaquero y pertrechada de dos armas secretas: su desesperado valor y el preciso fusil Mauser hecho en la fábrica de armas de Trubia.
El general Arsenio Linares y Pombo, al mando de las fuerzas de Santiago, deja el grueso del ejército en la ciudad y establece dos líneas de defensa en la periferia: la primera, con trincheras, alambradas, pozos de tirador y 521 hombres. Un poco más atrás está la segunda, con 411 hombres, algunas piezas de artillería y el cuartel general. En el bando enemigo, el general William Rufus Shafter comanda una fuerza de unos 15.000 hombres organizados en tres divisiones, incluyendo los famosos Rough Riders ?el 1er Regimiento de Caballería Voluntaria que se ve en la foto sobre estas líneas-.
A primera hora, los soldados norteamericanos asaltan colina arriba la primera línea, confiados en su gran superioridad numérica y pensando que encontrarían poca resistencia. Pero ese primer ascenso les cuesta numerosas bajas: Los Mauser de Trubia, a decir de los expertos, mucho mejores que los anticuados Sprinfield de los atacantes, lanzaban andanada tras andanada con precisión y sin descanso. La carga fracasa.
El diseñador alemán Paul Mauser es el artífice de ese arma que llama la atención ?dolorosamente- de los americanos por su calidad; tanto es así que al terminar la guerra, deciden cambiar su armamento por algo parecido a los fusiles de los españoles. Desde el año 1896 se fabricaba con licencia en la poderosa fábrica de Trubia y se envió a Cuba para pertrechar las tropas coloniales.
De nuevo a la carga
Tras intensos tiroteos y una pausa, los atacantes vuelven a la carga después del mediodía, pero siguen encontrando gran resistencia. El general Kent, de la primera división, ordena avanzar a la Tercera Brigada, al mando del coronel Charles A. Wikoff , que es alcanzado por una bala de Mauser. Muere cuando sus oficiales de estado mayor lo llevan a la retaguardia. El teniente coronel William S. Worth, el siguiente en rango, asume el mando, pero a los cinco minutos cae herido. El teniente coronel Liscom se pone en su puesto y le ocurre lo mismo. Y así sucesivamente.
Pero los españoles se quedan sin munición para sus pocos cañones, lo que debilita mucho su posición. La guarnición está en las últimas, aunque las bajas de los norteamericanos siguen siendo tremendas, de modo que estos desisten de su ataque frontal y optan por rodear la loma.
Las fuerzas españolas habían sufrido un 70 % de bajas desde el comienzo del ataque. En la loma solo quedan los artilleros y unos 40 soldados de infantería con unas pocas balas, cansados sin duda, muchos heridos. A los pocos minutos, las balas se acaban y el capitán Patricio de Antonio ordena calar la bayoneta. Abandonan las trincheras y retroceden hasta los blocaos. De ahí, a la segunda línea de defensa donde solo llegan ocho hombres.
No hay ya resistencia posible ante una fuerza tan arrolladora. A las 13:50, el soldado Arthur Agnew del 13º de Infantería baja la bandera española en lo alto del fortín de San Juan y, aunque todavía quedaría alguna escaramuza más, la batalla está perdida. El Imperio Español acaba de recibir una estocada incurable. El balance en ambos bandos resulta desolador. Los estadounidenses sufren más del doble de bajas que los españoles, en torno a 200 muertos o desaparecidos y más de 1.000 heridos.
El que después sería presidente de EEUU, Theodore Roosevelt, se había alistado en la división de Caballería comandada por Joseph Wheeler. Fue testigo de la resistencia española y escribiría al senador Henry Cabot: «Diga al presidente que, por amor del cielo, nos envíe cada regimiento y, sobre todo, cada batería que sea posible. Hasta ahora hemos ganado con un alto coste, pero los españoles luchan muy duramente y estamos muy cerca de un terrible desastre militar (…)».
Theodore Roosvelt (1858-1919) recibió en 2001 póstumamente la Medalla al Honor por sus acciones en Cuba, y se convirtió en el único presidente de los Estados Unidos que ostenta ese honor.