Raro es que en San Mateo no llueva, pero es que el martes se cayó el cielo en Oviedo. La gente enloquecida buscando dónde refugiarse y tapando con la mano sus bebidas para que no se aguaran. «Hay que salir de casa equipáos, no tais preparaos pa na», decía un anciano con chubasquero y blandiendo su paraguas al aire mientras atravesaba la Calle San Francisco. Cobijado del chaparrón me enteré de que volvemos a tener elecciones, y me entraron unas ganas tremendas de irme a tomar un Macallan al más puro estilo Rajoy. Pero como yo no era -ni creo que lo sea nunca- el presidente del gobierno retomé mi paso bajo la lluvia.
Llegué tarde y pingando a la Losa, Muñeco Vudú había empezado su concierto hace un rato, casi justo cuando empezó el diluvio. El público se dispersó un poco: unos hacia el arco de la plaza, otros hacia sus casas y unos cuantos incondicionales que aguantaron paraguas en ristre en las primeras filas. Calado hasta la médula, y lamentando mucho tener que irme, puse rumbo a casa; que, por otra parte, solo me hizo falta abrir la ventana para seguir gozando de Ivo y los suyos. Los rayos hacían retumbar la ciudad, el cielo competía en juego de luces con el escenario y las arquetas no daban; pero Muñeco Vudú ahí seguían tocando, dándolo todo, pese a las inclemencias, mostraban una entrega absoluta: estaban en su territorio.
Entre el mal tiempo y que estos días llega la traca final de la fiesta, y no se debe perder ni un instante, decidí apalancarme en casa. Ni los jugadores del Oviedo en la APARO, ni Sidonie, ni nada. Luego, por las redes vi a Isra decir: «San Mateo pasao por agua, que lo tamos pasando de puta madre igual». Me sentí como el peor de los prisioneros, que es el que está encerrado por voluntad propia.Y si llega el agua, que llegue, así no sólo nos mojaremos por dentro.
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