El cómico asturiano Edu Galán repasa todo tipo de temas, desde la Semana Santa, el auge de la ultraderecha, una juventud en Oviedo y la pasión por los bares
13 jul 2019 . Actualizado a las 10:05 h.Si el éxito consiste en trabajar mucho, entonces Edu Galán (Oviedo, 1980) ha triunfado. Mongolia, la revista satírica que puso en marcha hace siete años junto a Darío Adanti y Pere Rusiñol, es ya una referencia para otros medios de comunicación y para muchos lectores que buscan en ella una visión cáustica y virada a la izquierda de la realidad española. Entre columnista, humorista y showman, Galán escribe, gira por los teatros con el espectáculo de la revista y hace televisión. En abril salió a la venta La Biblia Negra de Mongolia, un ajuste de cuentas con las religiones. Con todas, Galán y los suyos no se quedan solo en el catolicismo. De la Semana Santa, el auge de la ultraderecha, una juventud en Oviedo y la pasión por los bares se llena esta conversación por teléfono entre Asturias y Madrid.
-Oiga, en medio de estos meses electorales de crispación y revuelo, ¿nunca se arrepiente de haberse ido de Oviedo? ¿De no haberse quedado más tranquilo?
-Sí estaba más tranquilo, pero no, no me arrepiento. A mí me va la marcha. Me encanta Oviedo, pero para hacer aquello a lo que me dedico debo vivir en Madrid. Me dedico a la vida política, a algo que, en el fondo, no es más que una forma un poco rara de columnismo. Necesito estar cerca de donde pasan las cosas con repercusiones nacionales, porque de eso nos ocupamos en Mongolia, no somos una revista regional. Por mucho que me guste Oviedo, Madrid es el sitio donde debo estar ahora.
-Y precisamente en este momento político, ¿Mongolia tiene más sentido que cuando la fundaron?
-Acabamos de cumplir siete años, ya llevamos el Año VIII en la portada, en un momento de polarización que además abre la posibilidad de que llegue una ultraderecha absolutamente peleona. No tiene ninguna vergüenza de la que es positivo tener. En un momento así, creo que tienen que existir medios peleones que la rebatan en los mismos términos aberrantes que utilizan. A través de la sátira, sacamos a la luz a los autores de barbaridades como la de que en Nueva York existan abortos después de que los niños hayan nacido, si es que eso puede calificarse de abortos, como que no exista la brecha salarial o como que no necesitamos una ley de protección de las mujeres. La cantidad de barbaridades y mentiras a la que hay que enfrentarse hace que Mongolia tenga ahora más sentido que cuando se fundó.
-¿Es su octavo año triunfal, ya que hacemos esta entrevista en el aniversario del final de la guerra civil?
-Totalmente. Han sido triunfales, al menos, para quienes estamos en Mongolia y para nuestros lectores y simpatizantes. Hemos encontrado un espacio para comunicarnos con toda libertad y para enfrentarnos tanta a esa ultraderecha franquista y nacionalcatólica como para hacer autocrítica de esa parte de la izquierda que no hay dios que la soporte.
-Parte de esa posición irreverente y, sin embargo, han conseguido una voz que se tiene en cuenta en el debate público. ¿Le sorprende esa consideración a la sátira?
-No. El humor puede no tomarse las cosas en serio, pero la sátira siempre se las toma. Lo que hace es utilizar el humor ?a veces el humor negro o la grosería? para analizar la realidad. Pero en el fondo, como decía antes, lo que hacemos es casi una columna porque tiene intención moral. Es verdad que a veces lo que buscamos con la sátira es el caos por el caos, como si fuésemos adolescentes que lo queremos quemar todo, y eso también es divertido. Me encanta, por cierto, ese personaje de Los Simpson al que se le aparece un enano que le ordena quemarlo todo. Pero la sátira también nos permite otras veces tener un fondo serio y entrar en el debate político con quienes hacen columnismo.
-¿Están donde se habrían imaginado o las cosas, el éxito, van más deprisa de lo esperado?
-Estamos donde habíamos planeado. Lo único sorprendente para mí es estar en la tele con esa posibilidad que nos ha dado Antonio García Ferreras en La Sexta de hacer cada viernes, a eso de las once y media, una especie de columna semanal de tres minutos que llamamos Informe Mongolia. Eso me hubiese costado imaginarlo de entrada. Pero la verdad es que nos dejan una libertad acojonante para hacer y decir lo que queramos. Nunca jamás nos han tocado una línea. Es el único sitio que te diría que nunca se habría podido ocurrir. Todo lo demás, lo de sacar libros o que el teatro vaya bien, sí era capaz de imaginármelo.
-¿Crecer en Oviedo ayuda a tener una visión satírica de la realidad?
-Claro que sí. A la contra. Tuve la suerte de que Oviedo (y ya sé que no se puede caracterizar a una ciudad en pocas palabras, porque todas tienen muchas cosas dentro y mucha gente que no es así) siempre me recordó su imagen en La regenta. Yo crecí en una sociedad inmovilista que ahora está muy bien explicada en el libro reciente El gabinismo contado a nuestros hijos. Era una ciudad conservadora y muy católica en algunos barrios. Aun aceptándolo, porque no tenía más remedio, siempre me sentí muy a la contra de todo lo que me rodeaba. Incluso me sentía un poco extraño en determinados momentos. Ahora pasa menos, pero en mi niñez y en mi juventud era más habitual la lluvia. Me tocaba mucho los huevos lo que decía mi abuelo Quelo, eso de «primero de agosto, primero de invierno». Sobre todo porque era verdad. En agosto ya tenías que ponerte una chaqueta y empezaba a llover en septiembre. Eran esas lluvias terribles con las que ibas de farra en San Mateo. Pillabas unas mojaduras acojonantes. Empezabas a mojarte en septiembre y terminabas en abril. Todos los putos días. A mí eso me quemaba mucho, así que empecé a crecer a la contra. Pero es verdad que ni contra la lluvia ni contra el carácter de una ciudad puedes pelear mucho.
-Pero le da perspectiva. He visto tweets suyos en los que dice que ya había visto los argumentos de la ultraderecha en algunas señoras del Oviedo de toda la vida.
-Sí, totalmente. Usé esas palabras en tweet sobre Rocío Monasterio, que me parece totalmente despreciable, pero podría haber sido sobre cualquier otra persona. Son personajes que ya ya veía paseando por la plaza de América, o cerca de la catedral o en la calle Uría. Los veía en los periódicos y hasta los sacaba. Cuando trabajaba en La Nueva España, iba a hablar con ellos en la Hermandad de Defensores de Oviedo o en ese PP de Gabino, que era arrollador. Parecía que iba ser el faraón eterno al que enterrarían con sus obras debajo de la pirámide, como si fuesen sus viudas. Esa tipología de persona que se expresa en términos de unidad de España, Cristo y mi dinero para mí salvo una limosnita a los pobres, siempre que no se queden aquí y los lleven a San Claudio, para salvar su conciencia de buen cristiano… Esa tipología la mamé mucho en Oviedo. Conozco cómo piensan y cómo se visten, porque se visten de una manera especial. Las mujeres, con mucha laca en el pelo, grandes abrigos de visón y, a medida que van cumpliendo años, carmín en los dientes. como le pasaba a mi abuela. Los hombres se visten siempre con esos jerseis con los que tratan de ser señoritos andaluces. Quedan realmente cutres, pero de ahí viene esta obsesión del PP por instalar una Semana Santa que no existía. Los paletos, sin embargo, quieren que sea como la de Sevilla y la usan como principal reclamo para que los voten. Es de llorar.
-¿Ve a Oviedo en la vanguardia de la retaguardia?
-Como en todas las ciudades hay reacción y hay acción, cuando voy a Oviedo me encuentro la vanguardia de la retaguardia, pero también una serie de gentes con muchísimo talento que, aunque sea de forma un poco subterránea y minoritaria, van a la contra. Yo entiendo que el día a día pueda quemar un poco, pero hay una escena de gente que igual no piensa exactamente lo mismo que yo, pero sí de forma parecida. Igual no somos muchos, pero ahí están dando vida y tratando de avanzar en la ciudad.
-¿Usted es de los que ve un Oviedo que no existía hace diez años, con muchas mujeres trabajando?
-Hubo un Oviedo muy inmovilista. Quizá porque había dinero, pero mi juventud fue más de salir de copas, más hedonista, por decirlo así. Pero ahora sí existe este otro Oviedo y yo espero que replique a la generación de los 70 y los 80, la de Úrculo, Ángel González, Paco Taibo y tanta gente que los rodeaba. Ellos daban a la ciudad un poco de modernidad más allá de las estatuas, la Semana Santa y todas estas cosas viejas. Son viejas en el peor de los sentidos, porque a mí no hay nada que me guste más que los viejos y las cosas viejas.
-Para no hablar solo de lo que le irrita, permítame preguntarle qué hay en Madrid y, en general, en España, que sí le guste, que le haga ser optimista.
-Los bares, sin ninguna duda. Los bares y mi mujer son lo que más me gusta de España. Yo quiero mucho la cultura, quiero mucho al Prado, al Thyssen y al Museo del Traje, pero a mí que me den el Museo del Jamón. Bares donde la gente se encuentra. Dice mi amigo Pepe García Sánchez, el cineasta, que una ardilla puede recorrer España de bar en bar sin tocar el suelo. Me parece una imagen perfecta. Eso lo celebro, como celebro de Madrid la vida en la calle. En Oviedo hay menos, evidentemente debido al clima. Y en Madrid también celebro mucho la amistad. Ya llevo once años, tengo muchos amigo y me encanta recorrer la ciudad haciendo pequeñas tertulias. Tengo una de músicos y otra de periodistas. Nos juntamos y podemos charlar de la nada sin dejar de divertirnos durante dos o tres horas. Lo valoro muchísimo. Además, estar en el centro de España es bueno para Mongolia porque nos da facilidad para movernos y hacer bolos. El otro día estuvimos en Jerez y el próximo nos toca en Mallorca. Estamos conociendo España, que es algo que deberíamos hacer todos. Uno de los problemas del independentismo es que no conoce España. Mi amigo Pere Rusiñol propone un Erasmus de gente que se mueva exclusivamente por España. Notarían muchos más parecidos que los que ellos creen que existen.
-¿Son artistas en la carretera?
-Qué va, ya quisiéramos. Somos autónomos. Como es sabido, la escoria de los trabajadores. Bueno, eso depende del tipo de trabajo. Pero sí es cierto que somos autónomos y que no podemos dejar de movernos por todas partes. Ya desde el principio, todos los que componemos Mongolia, Rafa, Darío y Pere, creíamos que debíamos estar cerca de los lectores, que ellos tenían que ponernos cara y conocernos. Esto tiene que ser una especie de circo ambulante. Por eso decidimos hacer el teatro e ir a los sitios para que nos vean los lectores.
-¿Qué les alimenta el sentido crítico? ¿Les basta con leer la prensa o tienen fuentes más intelectuales?
-Cada uno tiene sus intereses, pero todos hemos sido siempre grandes lectores de historia, de filosofía y de literatura. Eso lo compartimos. El análisis crítico de la realidad, a partir de la ideología que inevitablemente tiene la revista, siempre nos llega de ver a otros. En mi trabajo es tan importante escribir como leer o ver películas para robar ideas o, por lo menos, mezclarlas para que lo digas resulte más potente. Es el objetivo del periodismo: decir lo mismo con más potencia. Eso solo lo puedes conseguir leyendo, mirando y teniendo lo que alguien (creo que García Márquez) llamaba un buen detector de mierda. Es decir, no puedes publicarlo no todo, no puede pasar el filtro cualquier cosa. A veces, ves autores que cumplen años y les empieza a fallar el detector. Publican cosas terribles después de haber publicado otras geniales. Nosotros estamos en esa posición. Además, hacemos eso que me dice. Leemos todos y vemos muchos programas. A veces es difícil porque son una mierda.
-¿Tienen alguna receta contra el sectarismo, esa facilidad española para reírse siempre de los otros y nunca de los propios?
-No nos preocupa demasiado. No tenemos ningún problema en contradecir, siempre con argumentos, algunas ideas dominantes en nuestra ideología. Por ejemplo, estamos en contra de las religiones, pero también de creencias como la homeopatía. Hay una parte de la izquierda que cree que las religiones son malísimas, y en especial la religión católica, pero que es tolerable el feng shui o el budismo, supongo que porque se presentan con caras de chinos tranquilos. Pero son aberraciones ilógicas que perpetúan la superstición y el control de unos muchos por unos pocos. Nosotros, que somos una revista independiente, evitamos ese sectarismo de cumplir todos y cada uno de los preceptos que marcan un partido o una ideología. Siempre he odiado a los cómicos que son más bien palmeros de un partido político. Por hablar de Podemos, en ese caso, todo lo que dice está bien, Pablo Iglesias es un tipo estupendo y Alberto Garzón otro. Y luego le das a los de enfrente sin parar. Nunca he podido soportar eso y creo que en Mongolia ninguno de los cuatro lo hace. Así la hemos montado.
-¿Qué recorrido les queda? ¿Les vendría bien para las ventas que haya un acuerdo entre Pablo Casado y Albert Rivera? ¿O un auge fortísimo de la ultraderecha?
-Hombre, para los chistes, sí. Pero nosotros nunca pensamos demasiado en lo que nos viene mejor, sino en lo que nos apetece hacer, y creo que ese es uno de nuestros éxitos. Pero es evidente que si gobierna la ultraderecha, la moderada, es importante decirlo, eso siempre es bueno para una revista satírica, que así puede ir a la contra. Lo que pasa es que, como ciudadano, me daría una tristeza terrible que gobernase la ultraderecha moderada. No tanto por ellos, que son unos mediocres lamentables, como por lo que significaría en términos de la cantidad de gente que tiene que ayudar a llegar al poder a semejantes caraduras, arribistas e iletrados. Combinan todas las características que detesto en el ser humano. En resumen, como ciudadano, mal; como sátira, bien. Tendríamos material porque no hay nada que venga mejor a una revista como la nuestra que ese tipo de gentuza.
-¿Se ha hecho usted famoso? ¿Ha tenido un éxito con efectos secundarios?
-No sé si somos gente famosa. Yo voy por la calle y no pasa nada. Aunque sí hay un cierto efecto. No es malo. Si te conocen, es que más o menos vas vendiendo la revista y estás vivo. Pero le aseguro que salgo a la calle y ni siquiera tengo la buena suerte de que un votante de Vox me llame «hijo de puta, antiespañol». Imagínese qué clase de éxito no da ni para eso. Qué desastre.
-Pero el humorismo ha ganado reconocimiento social. Estoy rodeado de admiradores de Andreu Buenafuente y David Broncano, tienen verdadera influencia cuando hablan en serio o en broma.
-Puede ser. Desde el principio de la crisis, quizá estamos más valorados. La verdad es que no me he parado a pensarlo porque el humor, al final, siempre ha estado presente. Puede pasar que, después de la crisis, estemos atravesando una etapa con más política que en los 90 o en los primeros años del siglo XXI. Entonces, como no había crisis, era más fácil centrarse en el humor por el humor. En cualquier caso, yo me alegro de que cualquier cómico se ocupe del día a día y que otros prefieran dedicarse al humor blanco. Yo no sé hacerlo, no soy capaz, pero es cojonudo que haya una amplia gama para que el público escoja.
-¿Y no es paradójico, y un poco preocupante, un país que necesita a los cómicos para abordar los temas serios porque otros no lo hacen?
-Últimamente pasa en todo el mundo. Hemos visto a un cómico llegar casi a presidente de Ucrania. Beppe Grillo vino antes. El humor se comunica bien en Twitter y las otras redes sociales, donde prima el mensaje corto, rápido e interesante, es decir, básicamente las características del humor. En filosofía no necesitas ser gracioso, sino desarrollar conceptos larguísimos, complicados y con oraciones subordinadas. El humor es justo lo contrario. Para que un chiste funciones, tienes que encontrar posiciones polarizadas, incluso groseras. De ahí quizá que el humor luzca más que en otros momentos. Es un lenguaje apropiado para Whatsapp y las redes sociales.