
Ha tenido que publicarse por el escritor Adolfo Casaprima Collera Los otros Oviedos, una auténtica joya, para que, en medio de tanto papanatismo, todo buen ovetense se compenetre con la prolongación de nuestro topónimo en el ancho mundo.
Recuerdo que en mis primeros meses de alcalde me invitaron a cenar con una representación de universitarios de Orlando, Florida, que hacían un curso estival en la Universidad. Fue en Casa Conrado, sucesora del Cervantes y el Auto Bar. El restaurante ha vuelto a abrir y para mí siempre trae nostalgias infinitas de Emilio Alarcos, Ángel González, Cela, Sergio Ramírez, Tito Monterroso, Gonzalo Suárez, Mario Benedetti, Bioy Casares… y otro montón de escritores de mi dieta literaria a la que, desde la gastronómica de calidad, Conrado, Marcelo, Satur… tentaban también con infinito impagable afecto. En la entrada, Gota Losada, Justo de Diego y otros juristas de trato chispeante terminaban jornada a mediodía.
Entre aquel grupo de estudiantes americanos, originarios de las inmediaciones del universal Parque de Walt Disney, había una adolescente ¡que era de Oviedo! para benéfico sobresalto no de nuestro Oviedo sino otro, del mismo nombre, en ¡USA!
No sería la única sorpresa. Como quiera que me había acompañado el gran Manolo Avello, cronista oficial, cuando regresábamos por nuestros mismos pasos de ida, a la altura del actual semáforo de La Escandalera, sin apenas nocturna circulación, los pasajeros de un coche matriculado en Barcelona nos interpelaron:
?¿Podrían decirnos si esta ciudad es Oviedo?
Manolo, siempre simpático y picarón, respondió:
?No solo es Oviedo sino que están ustedes ante el Alcalde y una ciudadana de otro Oviedo, de los Estados Unidos. Esta joven visita sus orígenes. No les quepa duda de que están en Oviedo, el primer Oviedo del mundo, aunque no el único.
?Vaya, muchas gracias, pero, señor alcalde, ¿cómo es que no hay ni un letrero indicativo?
Enmudecimos indignados. Resulta que esa misma noche nos habían embadurnado todos los indicativos, en algunos casos introduciendo más o menos legible un impostado UVIEU que, como ha afirmado Manuel Asur, «no es asturiano en sentido amplio sino parcial por denominación langreana reciente», aunque más reciente es la aún más oficialización toponímica, sin apoyatura histórico-documental. Orlando Sanz, gran periodista, compañero de redacción hemerográfica de Avello, hizo un artículo contando la anécdota bajo el título de El betún del bretón, pues un francés norteño, no sé si de Brest, blasonaba del estropicio.
De aquella apreciamos simultáneamente, pues, alcalde y cronista, la herida al Oviedo topónimo y el resurgir saludable del bendito Oviedo al otro lado del charco.
De aquel paseo peripatético salió el encuentro, que conmemoró una placa que se exhibe en el Arco de San Vicente con texto que encargué a otro amigo tristemente desaparecido, el arqueólogo asturianista Joaquín Manzanares: «Reinando Fruela I en el año DCCLXI, Máximo y Fromestano elevaron en este lugar ya llamado Oveto un monasterio que propició la inmediata fundación regia de la ciudad de Oviedo. Por allende los mares y a través de los tiempos, nuevas ciudades tomaron su nombre».
La mañana setembrina de la placa logré, con la colaboración de la concejal Covadonga Bertrand, reunir conmigo a los alcaldes de los otros Oviedos entonces conocidos: Paraguay, Estados Unidos y República Dominicana, que firmaron el texto solemnizado. El inolvidable Luis Arce, admirado secretario del Ayuntamiento, levantó acta fehaciente. Ahora, el meritorio libro de Adolfo extiende y fija la impronta de este lugar, cruce de caminos, cuyos regatos acuíferos, sus abundantes aguas, propiciaron probablemente el poblamiento remoto, Julio Concepción dixit, hasta nominar esta milenaria ciudad.
Crecimos mucho y bien con el nombre de Oviedo, tal señala la nómina de Casaprima, pero El bretón del betún, si no ha ganado, parece que está empatando fuera del solar langreano treinta y pico años después con su anómala toponimia enfangada. Es muy respetable cómo nos denominen otros libremente, aunque hayan tenido el gesto significativo y preocupante de intentar borrarnos.
¡Vivan la libertad y la tolerancia! Sin embargo, no deberíamos despistar ni obstaculizar nuestro nombre, pues más respeto si cabe tiene la Historia y, ¡faltaría plus!, la fidelidad a nuestros antepasados, los ovetenses de muchas generaciones que asumieron con orgullo la denominación de su ciudad y de su gentilicio.