Las costumbres carnavalescas de la capital allá por el siglo XIX distan bastante de las prácticas actuales
04 mar 2019 . Actualizado a las 05:00 h.Se acerca el Antroxu y todos sus amantes seguro que ya tienen preparadas sus mejores galas. No importa si es comprado, alquilado, o hecho a mano. Nuevo o reciclado. El caso es tener un disfraz con el que pasar desapercibido entre los cientos de personas que se harán pasar por quienes no son durante los días 4,5 y 9 de marzo en Oviedo. Hoy en día todo el mundo se disfraza, desde los más pequeños a los más mayores. Grupos de amigos y familias enteras. Salir a la calle disfrazado es algo totalmente normal por estas fechas e, incluso, en cualquier día del año.
Pero antiguamente no era tan sencillo como decidir qué quieres ser ese día y llevarlo a cabo. Hace más de un siglo disfrazarse en Oviedo por carnaval obligaba a pagar un tributo. El ayuntamiento determinó que todo aquel que utilizase máscaras y disfraces durante los carnavales debía pagar una peseta. También por aquella época, una ordenanza municipal prohibía el uso de máscaras en la vía pública fuera del domingo, lunes y martes y de máscaras después de anochecer. Se prohibían, además, los disfraces de cura, juez y militar así como llevar armas o palos.
Los platos típicos del Antroxu por aquellos tiempos se centraban en la matanza: los callos y el compango eran los manjares principales que, en cuaresma, estaban totalmente vetados. La confitería Camilo de Blas, ya en activo, preparaba y vendía bollos de carnaval. A día de hoy el menú típico de Antroxu consta de Pote Asturiano, frixuelos, arroz con leche y casadielles.
La fiesta de carnaval por aquel entonces distaba mucho de lo que es ahora. El Antroxu significaba para muchos descontrol y regocijo. Una de las prácticas más populares entre las celebraciones callejeras era la de lanzar huevos y harina a los transeúntes que no llevaran disfraz o aquellos que se asomasen por las ventanas. También arrojaban agua con pucheros a las puertas de las viviendas. Se perseguían gallos robados e incluso se manteaban perros y gatos con objetos atados a las colas.
Unas prácticas bárbaras para los estratos superiores de la sociedad ovetense, que crearon los carnavales de salón, mucho más tranquilos y comedidos. La casa del gobernador, los salones de la sociedad Casino de Oviedo, el Circo Lesaca o el Teatro Fontán eran los lugares frecuentados por los nobles ovetenses. Pero siempre con un control que impidiese que las prácticas de aquellos festejos se asemejasen a las callejeras. El teatro era vigilado por hombres de escolta y no se consentían conversaciones en lugares oscuros o poco iluminados. También había centinelas en los salones.
Otros tiempos y otras costumbres que, ya fueran en la calle o en salones, tenían el mismo fin que dos siglos después: el de la diversión de la sociedad ovetense.