Otero, el barrio con esencia ochentera

OVIEDO

Desarrollado durante la Transición y dotado de equipamientos tras décadas de esfuerzo y organización vecinal, el distrito se reinventa como semillero de la música y la cultura más jóvenes y creativas

01 feb 2019 . Actualizado a las 05:00 h.

Otero comenzó a brillar en los 80, cuando, tras la muerte de Franco, empezó el desplazamiento hacia los núcleos urbanos y ese movimiento hizo crecer a Oviedo y su población con nuevas familias. Gran parte de este cambio se experimentó gracias a la Asociación de Vecinos, creada en 1982 desde el barrio y para trabajar por él. Su lucha permitió que Otero tenga plazas de aparcamiento, un centro de salud, una biblioteca y un centro social donde aún se reúne ese activo movimiento vecinal.

Las infraestructuras han cambiado. A principios de este siglo, los vecinos consiguieron la instalación de 22 ascensores para facilitar la vida a las personas con problemas de movilidad, así como mejoras en las fachadas y los tejados de los bloques de viviendas. La realidad del distrito también es distinta hoy en día. El tiempo pasa y aquellos que llegaban hace más de 30 años con ganas de cambiar las cosas deben dejar el relevo a las nuevas generaciones, la esperanza de una zona con mucho que ofrecer pero deslucida por el paso de los años. La Asociación de Vecinos denuncia dejadez y suciedad. Todo esto es Otero: a veces los jabalíes y las ratas campan a sus anchas porque nadie los mantiene a raya, pero también es un vivero del Oviedo que viene, un núcleo de música y cultura, que son las nuevas armas para que el distrito vuelva a cobrar vida. Es un barrio dividido en dos partes: por un lado la zona original, más envejecida; por otro, Villafría, con sus viviendas nuevas y sus habitantes jóvenes.

«Cuesta creer que hayan pasado más de 30 años desde que estamos al frente de esto», dice Cuqui Ormazábal, de la Asociación de Vecinos. Ella es un ejemplo de la inmigración que llegó al barrio. Se trasladó con su familia. Tenía 29 años y desde entonces no ha dejado de pelear por Otero. Aunque en sus inicios la idea de la asociación partió del párroco, Celestino Castañón, que abrió la parroquia a las reuniones para debatir las mejoras y denuncias. Ahora, los encuentros se hacen en el centro social. Allí va Cuqui junto a Antonio Carmona y Araceli González, a lo que consiguieron después de muchos tira y afloja con el Ayuntamiento. «Querían ponernos una especie de caseta de información, pero nos negamos. Necesitábamos el centro», cuenta Antonio.

Otras necesidades se cubrieron a base de tenacidad, como el párking, la biblioteca y el centro de salud, además de las mejoras de las fachadas y los tejados, así como la instalación de 22 ascensores pagados a partes iguales entre el Principado, el Ayuntamiento de Oviedo y los vecinos. «Nosotros pasamos de la política, solo queremos lo que es nuestro, luchamos por el bien social», afirma Ormazábal. En sus palabras se puede entrever la melancolía por un barrio que tuvo mucho esplendor y que se encuentra deslustrado.

Quejas recientes

«Tenemos zonas sin luz, no hay policía. Muy pocas desgracias pasan», cuenta Araceli González. Los coches patrulla no circulan por el barrio. Es tranquilo, según afirman los vecinos, pero «está muy abandonado».  La falta de mantenimiento también es un problema. Los tres miembros de la Asociación lo muestran en un momento, con un simple paseo . «Solo hay un barrendero para cubrir una zona muy grande. El barrio está sucio y, desde luego, no es por su culpa. Él hace su trabajo pero se necesitan más manos», denuncia Cuqui. Los árboles mal podados, en los que anida una multitud de estorninos, las raíces de los árboles que se meten en las casas causando desperfectos y los jardines llenos de huellas de jabalíes también son visibles. «Bajan todos los días, provocan atascos de tráfico, destrozan los jardines, rompen la basura, son un verdadero problema», afirma González. Las ratas también están presentes como un habitante más. «Las ves a plena luz del día y son enormes», cuenta Carmona.

La Asociación de Vecinos sirvió para cimentar un barrio que también tuvo mucho comercio, incluso un centro comercial que ya no funciona. Sus promotores continúan en la búsqueda de un presente mejor, pero el futuro ya está en manos de quienes deben sucederles. «Las nuevas generaciones deben emprender y pelear, como en su día lo hicimos nosotros», concluye Cuqui.

Música y cultura

La Asociación de Vecinos distingue dos zonas en el barrio. Por un lado Otero y San Lázaro, con una población envejecida; y por otro Villafría, la ampliación del barrio en la que se construyen edificios nuevos y se nota un pequeño rebrote de población joven. Con ellos han llegado nuevos negocios y una nueva vida al barrio. Entre ellos destca la tienda de compraventa de vinilos Alta Fidelidad. Sus dos socios, Alberto Izquierdo y Antonio Menéndez, llevan tres años asentados en Otero, pero más de 25 en el negocio. «Aunque suene extraño tenemos más clientes aquí que en una zona comercial. Ojalá poco a poco vaya habiendo más movimiento en el barrio», expresa Izquierdo. La fiebre del vinilo y la afluencia musical al espacio multidiscplinar y alternativo la Lata de Zinc, local que se encuentra al lado de la tienda, han ayudado mucho. La Lata es un colectivo nacido en 2006 y dedicado a la agitación, la creación y la gestión cultural. En ella se dan cita  jóvenes con especialidades e intereses variados. Es un hogar para el teatro, la música, las artes plásticas, la literatura, la poesía, la videocreación y el diseño gráfico.

Para hablar de música y cultura, es obligatorio mencionar el Centro de Música Joven Pedro Bastarrica. Inaugurado hace ya 20 años, en 1999, ofrece enseñanza, locales de ensayo y un estudio de grabación de gran calidad con precios muy asequibles. Las clases dependen de la Concejalía de Juventud del Ayuntamiento y van dirigidas a jóvenes entre 16 y 30 años, aunque siempre quedan algunas plazas abiertas a cualquier con más edad y ganas de aprender. Las salas de ensayo, «muy cuidadas y con una grandísima calidad y profesionalidad», según describe  José Francisco Álvarez, miembro del festival Otero Brutal Fest, cuestan 8,66 euros al mes. El estudio de grabación, destinado a grupos que quieran comenzar en el mundo de la música, cobra 42,85 euros por su producción. «Es una de las joyas de la corona del barrio», cuenta orgulloso Álvarez.

Un festival brutal

Otero Brutal Fest nació de la peña futbolística del barrio para organizar en 2013 el aniversario de su creación. Sus socios decidieron entonces ir más allá y tirarse a la piscina organizando un festival de música hardcore a lo grande. A pesar de que su intención desde el primer momento fue llevar por bandera su distrito y promocionarlo, por motivos técnicos la primera edición se fue al Antiguo y tuvo lugar en la sala Tribeca. Luego se mudó al parque del Oeste. «Siempre quisimos acercar la cultura al barrio. Por eso el festival nunca cambiará de nombre, porque es nuestra peña. El problema es el sitio», explica José Francisco Álvarez, conocido entre su gente  como Fanjul. Al principio el plan era montar el festival en el descampado en el que también se celebran las fiestas de Otero y San Lázaro. «Pero es un terreno complicado y, si llueve, se convierte en un barrizal», cuenta.

Con todo, el Brutal ha sabido adaptarse y la producción del festival, que congrega a 700 fieles en cada edición, es impecable. Seis personas forman parte de la organización y se encargan de todo con los promotores y los patrocinadores. Siempre con la misma premisa: que en el cartel aparezcan cuatro o cinco grupos asturianos. Grupos internacionales como Slapshop o Desakato convocan a seguidores que proceden de lugares tan dispares como Israel o el  País Vasco. «Aunque no lo hagamos aquí, todo el mundo nos apoya mucho. Los locales pegan nuestros carteles y venden la lotería de nuestra asociación. No se ha perdido esa esencia que había en los barrios de los 80, la idea de comunidad», afirma Fanjul. Él sí siente que las generaciones jóvenes están transformando el distrito. «Me gusta Otero y espero que se sigan haciendo cosas por este barrio. Los jóvenes no queremos irnos de aquí, es nuestro sitio de reunión», concluye.