En su larga etapa como alcalde de Oviedo, impulsó la peatonalización del centro y elevó las exigencias en la limpieza pero también fue el autor del «catastrazo» y a punto estuvo de enterrar al Oviedo
23 mar 2018 . Actualizado a las 14:18 h.Durante casi veinte años, Gabino de Lorenzo fue un Luis XIV de andar por casa que, ya que desde su modesta posición provinciana no podía afirmar que el Estado era él, se presentaba como la encarnación de una ciudad y su ayuntamiento. Oviedo era él. Al menos durante aquellas dos décadas afortunadas que precedieron y siguieron al cambio del siglo, ese proceso de identificación funcionó y su estilo de gobernar, tan personal como personalista, encontró refrendos mayoritarios en las urnas. Su mayoría absoluta de 1995, en la que acaparó más del 62% de los votos, le convirtió en el segundo alcalde con mayor respaldo en las urnas de España y cimentó la base para toda su carrera posterior. Cuatro años antes, había conseguido su primer mandato en minoría y solo gracias al apoyo del CDS logró el bastón de mando. Una vez en el poder, sin embargo, sus primeras decisiones encandilaron a una ciudadanía a la que ofreció una transformación urbana asentada en tres pilares: peatonalizaciones a mansalva y un nuevo urbanismo, limpieza impecable de los espacios públicos y una política cultural encaminada a hacer de Oviedo una de las capitales de la música clásica en España. Con esos focos, sus defensores siempre han intentado presentar una visión luminosa de una gestión larga en la que abundan los espacios sombríos.
Con esos tres hitos, y con el aire desenfadado con que se desenvolvía alrededor de lo que dieron de sí, De Lorenzo (el apellido solo servía para salir en los periódicos, porque para los vecinos siempre fue Gabino) se convirtió en una marca electoral imbatible hasta que las circunstancias sociales, políticas y económicas cambiaron por completo en el 2011. Así los consiguió:
Peatonalizaciones. El Oviedo que recuperó su ayuntamiento democrático a finales de los años 70 y el que gobernó el PSOE en los 80 era más pequeño, más ruidoso y más sucio que el actual. Los jóvenes de hoy enarcan las cejas al contemplar fotografías de coches aparcados o en movimiento delante de la catedral o al lado de la casa consistorial. El legado de Gabino de Lorenzo es que esa posibilidad resulte inconcebible desde hace muchos años. Con sus planes de choque y su apuesta inflexible por la peatonalización del Antiguo y de otras zonas escogidas de la ciudad, que en su momento encontraron críticas, resistencias y vaticinios de fracaso, desterró los vehículos de calles enteras y cambió la forma en que Oviedo se veía a sí misma. Ahora no solo es imposible plantear una vuelta atrás, sino que el Ayuntamiento estudia cómo profundizar esa revolución, poner más trabas a los coches y potenciar el uso del transporte público y la bicicleta. Hay un cierto hilo que engarza la primera losa instalada en los alrededores del Museo de Bellas Artes con el incipiente bulevar en la entrada por la 'Y'. Y es indudable que las glorietas y las fuentes instaladas en la etapa de De Lorenzo dan forma a las vías actuales y condicionan cualquier intervención sobre ellas.
Limpieza. Aunque ya no es lo que llegó a ser y aunque la calidad del servicio ya se había resentido en la etapa final del PP en el Ayuntamiento por los recortes en las partidas que la ciudad dedicaba a los contratos para mantener sus calles impolutas, otro aspecto en el que De Lorenzo encontró una manera rotunda de marcar diferencias con respecto a sus antecesores fue el servicio de limpieza. Las calles se barrían, aspiraban y baldeaban continuamente y a la vista de todos los ciudadanos. Era difícil encontrar un papel en el suelo y los excrementos de perro desaparecieron. El contraste con la ciudad de los 80 era asombroso. A partir del año 2000, aquel aspecto refulgente perdió lustre porque el consistorio, con las arcas exhaustas por otras inversiones menos fructíferas decididas por el alcalde, pasó por dificultades para encontrar los más de 12 millones de euros al año que destinó a ese capítulo en sus mejores momentos. Pero el nivel siguió siendo correcto y el recuerdo de lo conseguido no se ha borrado. Después, llegó Woody Allen, que aún no era la figura pública cuestionada en la que se ha convertido por las denuncias de Me Too, a hacer aquel elogio de Oviedo como un lugar de cuento de hadas y el logro fue conocido en todo el mundo. La campaña de lavado de cara, además, se extendió a las fachadas de los edificios. Los planes para remozarlas y conseguir que recuperaran su aspecto original valieron muchas adhesiones al alcalde.
Música. Aunque le abrió el flanco a recibir críticas por elitista, lo que De Lorenzo logró de sus sucesivos concejales de Cultura es una programación volcada hacia la música clásica y la ópera. En Oviedo hay muchos y buenos, aunque no baratos, conciertos al año en los diversos ciclos que acogen el Auditorio Príncipe Felipe y el Teatro Campoamor. La temporada de ópera de la ciudad está organizada por una entidad privada pero goza de enorme respaldo municipal y se ha consolidado como una de las mejores de España. Al cabo del año, en la ciudad dejan pruebas de su arte los grandes directores e intérpretes del momento
El revés de esos logros está en los numerosos proyectos faraónicos que fracasaron o ni siquiera llegaron a ponerse en marcha tras su anuncio a bombo y platillo, preferentemente en tiempos preelectorales. De la existencia de una veta histriónica en el carácter de De Lorenzo caben pocas dudas. Fue clown en su juventud y es un gran admirador del circo y, como alcalde, su exhibicionismo le impulsaba a vestirse de chulapo para presentar las temporadas de zarzuela. Ese afán por llamar la atención y ser el centro de todas las miradas acabó en fracasos sonoros, aunque tampoco le faltó habilidad para cargar las facturas más exorbitantes sobre los colaboradores a los que sacrificaba como peones en su partida de ajedrez por retener el voto de los vecinos y perpetuarse en la alcaldía. Entre sus fallos, inversiones ruinosas y errores de cálculo se cuentan:
Cinturón Verde. Fue el primer costurón serio en su gestión. La red de estacionamientos subterráneos promovidos por la iniciativa pública para aprovechar los espacios ganados tras la eliminación de la barrera ferroviaria acabó en un fiasco sonoro. No hubo manera de vender aquellos miles de plazas y la sociedad, constituida en los 90, acabó en la ruina y disuelta en el 2016.
Catastrazo. La revisión del catastro llevada a cabo en 1995 para aplicarse a partir del ejercicio siguiente acabó en la única rebelión ciudadana notoria de la era De Lorenzo. La revisión de las bases imponibles del Impuesto de Bienes Inmuebles (IBI) disparaba la factura para los casi 105.000 propietarios con los que contaba entonces el municipio. Aún se contaba el dinero en pesetas y, con aquel cambio, el alcalde pretendía recaudar 2.100 millones más para pagar algunas de las obras de su Oviedo imaginado, incluidos un lago y una playa artificiales y el nuevo auditorio y palacio de congresos. No pudo ser. Protestas generalizadas y una manifestación masiva le forzaron a revisar a la baja su previsión y abandonar aquellos diseños. No le pasaron factura, sin embargo, en las urnas. Cuando llegó la ocasión de votar de nuevo en 1999, los vecinos ya se habían sobrepuesto al enfado y le concedieron una nueva mayoría absoluta.
Real Oviedo. La tumba de la popularidad del alcalde entre muchos vecinos se cavó en el verano del 2003, en el momento en que el equipo de fútbol histórico de la ciudad, sumido a la vez en sendas crisis deportivas y económicas, perdió dos categorías de golpe y se vio hundido a la Tercera División. De Lorenzo, que no se llevaba bien con sus directivos, vio en aquellas circunstancias la ocasión de dar el golpe de gracia a la entidad. La declaró insalvable y convirtió a un club de barrio en el nuevo Oviedo Astur CF (nadie lo llamó nunca otra cosa que Astur) en la alternativa para representar a todos los ovetenses. El proyecto nunca despegó y los socios y accionistas del Oviedo consiguieron salvar a su club contra todos los obstáculos. Hoy nadie se acuerda del Astur y los azules juegan cada partido por completar su retorno a la Primera División.
Auditorio sin Moneo y con grietas. Construir un Auditorio era una vieja ambición del alcalde. A la hora levantar el edificio, sin embargo, pasó por alto el proyecto presentado por el prestigioso arquitecto navarro Rafael Moneo, ganador del premio Pritzker y de otros prestigiosos reconocimientos internacionales, y encargó las obras a Rafael Beca, un profesional afín al PP asturiano. El resultado fue catastrófico. Aún en 2018 se ha cerrado una parte de las instalaciones por sus deficiencias en caso de incendio, pero los meses que rodearon a la inauguración fueron peores, un goteo de problemas y defectos. Al final, el edificio abrió al público en abril de 1999 (había elecciones al mes siguiente), con grietas sin tapar y los trabajos sin rematar.
Palacio de Congresos desmedido. Al alcalde, sin embargo, le quedó clavada la espina de carecer de un palacio de congresos y buscó en Santiago Calatrava un arquitecto capaz de ofrecerle un proyecto singular y desmedido. El arquitecto valenciano, que a principios de siglo se encontraba en la cima de su popularidad y su consideración crítica, ha tenido desde entonces problemas con sus obras. La de Oviedo se convirtió en una pesadilla estética por su gigantismo: el edificio apenas cabe en su parcela, no tiene perspectiva y choca con todos los edificios más antiguos que se elevan a su alrededor. Los sobrecostes fueron gigantescos y aún se dirime en los tribunales quién se hace cargo de ellos. La famosa visera retráctil, rasgo singular de la obra, no funciona. El viejo estadio de fútbol Carlos Tartiere fue una víctima colateral. Lo derribaron para hacer hueco al auditorio y se levantó otro de 36 millones de euros, más alejado del centro y en una zona tan húmeda y umbría que el césped nunca ha lucido como se esperaba.
Villa Magdalena. La compra más ruinosa jamás abordada por el Ayuntamiento, un pufo de 60 millones de euros que el consistorio se obligó a adquirir como parte de una operación jamás puesta en práctica para ampliar el estacionamiento subterráneo de La Escandalera por debajo del paseo de Los Álamos. De Lorenzo propuso que Felipe VI, por entonces aún príncipe de Asturias, utilizase el palacete como residencia oficial en sus visitas a la ciudad, ya que todos los años acude al menos en una ocasión para la entrega de los premios hoy llamados Princesa de Asturias. La idea no prosperó. El edificio aloja ahora una biblioteca pública.
Fallos y fantasías de diseño. El Oviedo que se dibujó sobre plano y nunca se llegó a ver es casi inagotable. De Lorenzo prometía a toda pastilla, sin pensar en el uso de sus proyectos o en el coste de construirlos. La parcela de El Vasco, para la que se consideraron múltiples destinos (facultad universitaria, museo, ayuntamiento o ciudad de la justicia, por citar algunos), acabó como bloque residencial cuyas obras paralizadas saludan a los vehículos que acceden al centro desde la rotonda de la Cruz Roja. El club náutico y la gran urbanización de lujo de La Manjoya acabaron en un proyecto fantasmal. El monorraíl del Naranco duró tres semanas en una campaña electoral. La red pública de spas solo ha dejado atrás ruinas sin uso. La playa fluvial del Parque del Oeste jamás se concretó.