
Ni os atreváis a elegir a un obispo de Roma que deje la senda de Jesús, el hombre, que el divino es el cuento de críos para «adultos» que más ejemplares vende. Porque si el judío fue enorme, la confrontación con el poderoso y la fraternidad con el oprimido son dos de los pilares pétreos sobre los que adquirió esa enormidad. ¿Quién rompió con la iglesia ortodoxa rusa y con los ultras religiosos israelíes por avalar los genocidios de sus gobiernos? ¿Quién dio la espalda a los ricos y tendió los brazos a los pobres? ¿No fue acaso Francisco?
Ni os atreváis a elegir a un obispo de Roma totalitario, a una Gorgona que no pare de dejar serpientes por los cinco continentes, que bien saben en Argentina de otra, el Milei que le llamó «el Maligno» al humilde sacerdote, sabiéndose cuando lo dijo que se estaba mirando en un espejo. O el del Despacho Oval, que reduce a escoria a las castas que son reubicadas en todo tiempo y lugar en los barrizales del mundo, precisamente por donde Jesús se sentía como en casa, porque era misericordioso, y misericordioso lo fue asimismo Francisco, a cuyo funeral asistieron esos dos incompasivos americanos. ¡Qué asco!
Ni os atreváis a elegir a un obispo de Roma de entre vosotros, cardenales, en el próximo cónclave, donde en lugar del Espíritu Santo, la versión canónica del fantasma de toda la vida, tenéis que decidir entre una de las dos ramas en las que os dividís: la católica heterodoxa, al modo del nacido en un pesebre y que arrojó del templo a los codiciosos, y la católica ortodoxa, al modo de los que nacen en cunas de marfil y son inhumados en panteones igualmente dentados, o al modo de los que ascienden por sus «méritos» y gobiernan por y para los marfilados, caso del valenciano «228» y de la madrileña «2791», o al modo de la miríada de ultras gorgónicas, entre las que destaca estos días un tal Jiménez Losantos, quien, aparte de vejar al papa todavía insepulto sencillamente porque fue un buen hombre y él es un mal hombre, tiene los santos cojones de negar el calentamiento global, del que Francisco estaba convencido por razones tan peregrinas como los miles de artículos científicos que se están publicando ya desde el siglo pasado, y negarlo mezclándolo con el Diluvio Universal y el Arca de Noé bíblicos. Este tipo de «razonamientos» son, justamente, el método que emplean los fascistas para hacer adeptos; o sea, ¡pollos sin cabeza y sin corazón!
Ni os atreváis a elegir a un obispo de Roma, por continuar en la piel de toro, que comulgue con eminencias de la talla de Rouco Varela o Antonio Cañizares, que en «su» Iglesia acoge con regocijo al espécimen «2791», que en Oviedo tiene de fan a Jesús (¡vaya por Dios!) Sanz Montes y no, que nos tienes muy abandonados, Señor, al arzobispo de Santiago de Compostela. Una Iglesia patria que, a diferencia de otras, puso y pone obstáculos en la investigación de la pedofilia. ¿Quién da más?
Y si, finalmente, hacéis papa a un anti Francisco, que la obra de las obras, la de Miguel Ángel en la Capilla Sixtina, caiga sobre vuestras cabezas. Amén.
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