
Si algo caracteriza al nuevo gobierno norteamericano es que se mueve por las ocurrencias del albardán que lo encabeza. Perdónenme la pedantería de haber recurrido al diccionario, se agotan los adjetivos y este, que define a la vez a un bufón y a un truhan, tiene un hermoso origen árabe en bard?n «fresco de mollera, necio». Es significativo que nuestro albardán coincida con los fascismos en su fe en la autarquía como salvadora de la economía y garante de la riqueza nacional, pero sería atribuirle una elaboración ideológica de la que carece definirlo como fascista.
El esperpento que el albardán representó con los aranceles el miércoles 2 de abril, que finalmente no llegaron a estar ni un día en vigor, solo prueba su escasa formación económica, la mediocridad de sus colaboradores, sobre todo aduladores, y que su administración es cualquier cosa menos fiable. Lo más probable es que no se recupere la disparatada lista que presentó de forma circense en los jardines de la Casa Blanca, ahora suspendida, y que se asienten el arancel general del 10%, puede que incluso con rebajas, y algunos específicos, independientemente de lo que suceda con China.
El sábado por la mañana transcendió que el gobierno norteamericano tenía interés en hablar con el gran país asiático, por la tarde se supo que había establecido exenciones arancelarias, que lo beneficiaban, para teléfonos móviles, ordenadores, microprocesadores, pantallas, discos duros y chips, además de para las máquinas utilizadas para fabricar semiconductores. «Washington recula en su guerra comercial con China», titulaba Le Monde, no pudo buscar un término más apropiado. Parece que Trump descubrió, quizá en YouTube, lee poco, las historias del lápiz de Milton Friedman o de las gafas de Carlos Cuerpo. Apple y otras compañías tecnológicas se salvan. Poco dado a admitir derrotas, filtró el domingo e insistió este lunes en que esas exenciones eran temporales, aunque no les puso fecha límite. También anunció, sin precisar más, nuevas tasas para medicamentos y semiconductores, pero que podría eximir a los automóviles. Su verborrea podrá agotar al mundo, pero es inagotable. De lo que no cabe duda es de que la profesión de funcionario de aduanas se ha tornado de alto riesgo en Estados Unidos, estar al tanto de las tasas vigentes exige dedicación completa las 24 horas del día y aun así es fácil equivocarse, tendrán que pedir un suplemento salarial para atención psicológica.
Si algo demostró el porcentaje de electores que inclinó la balanza hacia los republicanos el pasado noviembre es que hay un sector de la sociedad que se mueve más por el bolsillo que por la ideología. Lo mismo sucede con el círculo de megamillonarios que lo arropó inicialmente. Un proteccionismo desmesurado, que provocase inflación, recesión y aumento del paro, conduciría a una derrota electoral en las legislativas del próximo año, dividiría al partido republicano y, dado el gran número de charcos en los que se mete, hasta podría ocasionarle a Trump una salida anticipada de la presidencia. En cualquier caso, le va a costar recuperar el equilibrio de la economía y no solo porque sea esa una cualidad de la que carece, una vez perdida la confianza, no es fácil lograr que los mercados la recobren. La incontinencia verbal no ayudará.
Independientemente de su magnitud, incluso de que algunas pudiesen estar justificadas, el establecimiento unilateral de tasas aduaneras, sin respetar los tratados comerciales previos y las normas internacionales, es un acto de agresión y como tal debiera ser tratado por los países afectados. La chulería matonesca de que hace gala el bermejo albardán es intolerable para cualquier país, o gobierno, que conserve un mínimo de dignidad.
La arrogancia y la mala educación caracterizaron siempre a los movimientos fascistas, pero la grosería de Donald Trump tiene poco parangón en la historia. Su frase, pronunciada antes de recular: «Os digo que estos países nos están llamando, besándome el culo. Se mueren por hacer un trato: ‘Por favor, por favor, hagamos un trato, haré lo que sea, haré lo que sea, señor», mereció un editorial de ABC, pero fue acogida con un atronador silencio por los líderes de los países aludidos.
Es comprensible que la UE intente evitar una ruptura total con Estados Unidos, pero no es aceptable que se deje humillar. El retraso durante 90 días de la aplicación de los aranceles más brutales no ha evitado que se mantengan el general del 10% y los del 25% para el acero, aluminio y automóviles, la respuesta de la UE ha sido una especie de «gracias por no cobrarnos más», no ha aplicado ninguna tasa recíproca, que en este caso sí lo sería. Canadá y China han actuado con más firmeza, tiene sus riesgos, pero dejarse intimidar no es una buena carta de negociación.
Por encima de los aranceles, convendría manifestarle al deslenguado patán que Europa no es una colonia y que todos los países del mundo, aunque sean pobres como Lesoto, merecen respeto. Por favor, trátenos de usted, debería ser lo primero que le dijese el próximo enviado de Bruselas a la peculiar corte de los milagros de Washington. El patriotismo de tebeo de Santiago Alcázar y Pepín Figaredo ha señalado a nuestro presidente del gobierno que su deber, y el del resto de los dirigentes de la Unión, es humillarse y acudir a besarle el culo a quien desprecia e insulta a sus países. Nunca mostraron muchas luces, pero sorprende que todavía haya quien crea que lo suyo es amor a la patria.
Por su parte, el señor Núñez Feijoo corroboró el viernes que el problema de las derechas españolas con la historia no se limita a la memoria democrática. Quizá considere muy lejano el año 1898, a pesar de su impacto, que lo mantiene como una fecha de referencia, pero atribuir a la alianza de España con Estados Unidos más de un siglo de antigüedad es una afirmación tan altisonante como vana. Cabe recordarle que no se estableció hasta 1953, bajo el poco democrático gobierno del general Franco, y que sus términos y consecuencias políticas deben considerarse, como mínimo, discutibles. Es recomendable que los políticos lean, hacerlo los ayudará incluso en su expresión oral, y un mínimo conocimiento de la historia contribuirá al acierto de sus decisiones, le aconsejo que aproveche su permanencia en la oposición para rellenar las lagunas de su probablemente superficial formación en la enseñanza secundaria.
Casi milagroso puede considerarse que PP y PSOE, el gobierno y el primer partido de la oposición, hayan encontrado un punto de acuerdo en la reacción contra la agresión norteamericana. Bien está que perciban que no es una cuestión partidista y que, igual que en Europa, exige en España una respuesta transversal. Junts ya ha intentado torpedearlo, esperemos que nadie le conceda el triunfo de echarlo abajo.
Por lo demás, continúan la masacre de Gaza y la guerra de Ucrania, nada bueno puede esperarse de esta administración norteamericana. Con la amenaza de aranceles desmesurados, como había hecho antes con la innecesaria humillación a los inmigrantes o la supresión de las ayudas a los países pobres, ha vuelto a demostrar su desprecio por la vida humana y especialmente por los más débiles y desafortunados. Netanyahu tiene las manos libres y de Ucrania solo interesan la posibilidad de robarle sus riquezas a cambio de muy poco y la perspectiva de poder culminar la reconciliación con la Rusia de Putin.
La estúpida vanidad del bermejo albardán lo conduce a una verdadera obsesión por pasar a la historia, podría dejar de esforzarse, ya se ha ganado un lugar preeminente como el presidente más ridículo y detestable que nunca han tenido los Estados Unidos de América. Lo peor es que una parte notable de los norteamericanos sea incapaz de verlo. Comentaba John Carlin, en su artículo del domingo en La Vanguardia, que un reciente estudio publicado por The New York Times desvela que el 30% de los norteamericanos lee al nivel que puede esperarse de un niño de 10 años. Carne de pantallas y de redes sociales, fácil público para telepredicadores y charlatanes. En su opinión, las grietas que comienza a mostrar el trumpismo, las encuestas comienzan a serle desfavorables, se deben al caos económico que está provocando, no a motivos ideológicos. Bien está que eso pueda conducir a la derrota de los republicanos, pero queda el problema de fondo. El fracaso del sistema educativo estadounidense, quizá buscado, es una bomba de relojería para la democracia. Tomemos nota.
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