
Alumnos de danza del Conservatorio y neoprofesionales llevan las piezas del asturiano Tono Ferriol al Auditorio de Oviedo, con música de Debussy, Stravinsky y Copland, agrupadas en el programa Ella. Danza Sinfónicas. La OSPA, dirigida por Antonio Méndez, acompaña en directo la muestra escénica y brinda una excelente Appalachian Spring, la suite para ballet compuesta por Copland para Martha Graham
02 abr 2025 . Actualizado a las 22:09 h.Que en Asturias se puede (y se debe) estudiar danza se ha dicho desde esta cabecera muchas veces y desde muchos puntos de vista; así lo demuestra la exhibición del programa de danza que el pasado viernes, 28 de marzo, ofrecieron los alumnos de 5º y 6º de danza del Conservatorio Profesional de Música y Danza, junto a bailarines neoprofesionales, en el Auditorio Príncipe Felipe de Oviedo, capitaneados por el joven bailarín-freelance asturiano Tono Ferriol (Tiñana, Siero, 2002). Y, a su lado, la música en vivo de la Orquesta Sinfónica del Principado de Asturias (OSPA), conducida por el maestro Antonio Méndez. Ella. Danzas sinfónicas es el nombre de conjunto del programa, que pretende «poner en valor todo lo que hacen las mujeres, que, de siempre, lo han tenido todo mucho más difícil que nosotros», decía el joven bailarín asturiano al finalizar la representación, afincado ahora en Bélgica. El programa, dividido en dos partes, también se presentó el día anterior en el Auditorio de Pola de Siero.
Con esa declaración de intenciones a modo de carta de presentación, un total de 21 bailarines, entre estudiantes y neoprofesionales, acometieron este primer acontecer coreográfico pautado por Ferriol (asistido por Glen Lambrecht), un neoclásico de corte contemporáneo, en un programa con montajes para la asombrosa (y siempre nueva) música de Debussy, Stravinsky y Copland. Las archiconocidas piezas musicales, algunas de ellas, si no todas, ya muy coreografiadas, tuvieron momentos de excelente traslación musical bajo la batuta del maestro Antonio Méndez, caso de Appalachian Spring (1944) de Aaron Copland (1900-1990). El Auditorio se llenó de un sonido maduro, muy apegado al ballet estadounidense, en una pieza creada en su día para la gran Martha Graham, la coreógrafa del siglo XX que más tarde fue arreglada como suite de concierto. Un lujo musical que ocupó íntegramente la segunda parte del programa. Antes del receso, en la primera mitad de la velada, vimos (y oímos) lo coreografiado para Preludio a la siesta de un fauno (1894) de Claude Debussy y Pulcinella Suite (1920) de Igor Stravinsky.
Pero hablemos de lo bailado. Si el ballet con música en directo es la mejor idea, no lo es tanto cuando orquesta y bailarines están al mismo nivel, una formación delante de la otra o en paralelo, para fundir en el mismo plano visual lo que se mueve delante con lo que está detrás, la orquesta (que a su manera también se mueve); lo que resulta, a veces, en evoluciones coreográficas raramente ensuciadas, por así decir, a ojos del público; en fin, que la coreografía no se muestra bien. Eso sí, el espíritu provinciano lo aplaude mucho todo, aunque haya cosas que objetar: orquesta y bailarines, así, como que no; y más teniendo en cuenta lo bueno de la última pieza, de la que se hablará más adelante. Hay quien dirá que menos da una piedra. En Asturias se han visto cosas muchísimo peores, y de todos los estilos dancísticos, con música u orquesta situada en otro sitio. Sin ir más lejos en el mismo concejo de Siero.
De lo bailado, diremos que la primera parte del programa resultó algo más floja que la segunda, quizá por el entrañamiento de las piezas musicales en sí mismas, dada la abstracción del tempo musical (fraseos + identidad + coda final), comprimido en muy poco pentagrama; para un novel, es siempre mucho más difícil montar sobre una de estas piezas que hacerlo sobre partituras más extensas, donde la potencia dramática de la música es inherente al discurso desde su mismo inicio. Para ilustrar esto último nos referiremos a lo creado por Copland; un compositor que, además de ser mucho compositor, permite teorizar un discurso bailado concreto, o al menos intentarlo.
Preludio a la siesta de un fauno es una partitura sin aparente estructura, o más bien desigual, cuyo tema principal, un hilo de flauta travesera, mueve toda la composición, que se ve enriquecida a cada nuevo avance por armonizaciones y ritmos. La presencia de los bailarines en el escenario, emociones al margen, estuvo correcta en una serie coreografiada un tanto previsible (y algo raquítica) siguiendo la línea de los grandes coreógrafos europeos a los que siempre se suele acudir cuando se empieza (Kylián, Van Manen, McGregor o, por qué no decirlo, el mismo Duato) y de lo que Glen Lambrecht también está acostumbrado a hacer. Se notó, como no podía ser de otra manera —era la pieza que abría plaza—, la cortedad en las evoluciones de algunas secuencias y fraseos coreográficos, donde en los saltos se cae a plomo, otorgando a los cuerpos de casi todo el elenco —en fase de experimentación aun— demasiado peso, y sin llegar a plasmar sutileza alguna en el aire. No obstante, es evidente que el estudiante y el neoprofesional deben tener oportunidades de brega escénica para saber lo que es morir precisamente como alumno e ir naciendo, si se da, como artista. Estudiantes aprendiendo en escena, el otro sitio donde hay que ejercitarse. Y enriquecerse; también de humildad. Por ese lado, estupendo.
La pieza de Stravinsky siguió un poco la estela de la primera, pero estuvo más asentada en escena; los nervios ya habían cedido y el fluir del neoclásico fue a mejor, estuvo menos contraído. Una obra más barroca en concepto y estilismo. El paso a cuatro, hacia la mitad de la pieza, estuvo atinado, justo, equilibrado y bien medido. Buen momento. Lo mismo que el recurso de las batutas, que resulta original y honesto, o el uso de la gorguera. (Pero qué tendrá el pasado que tanto llama a la puerta).
La suite de Copland trajo el final de la velada y cerró el examen de posgrado de Ferriol, que estudió en el Conservatorio asturiano y se graduó en el Mariemma de Madrid en 2020, y quien dijo de lo vivido, tras acabar la representación: «La verdad que están siendo unos días impresionantes y estoy muy contento: primero por tener la oportunidad de hacer algo así, y segundo porque estoy en mi tierra, en mi casa». El sierense, ataviado de traje chaqueta y moño, ha tenido la suerte de que su padre trabaje en la OSPA para allanar un camino que de otra manera hubiera sido difícil abrir, y para otro aspirante puede que directamente imposible. La orquesta asturiana, por cierto, tiene abierta la convocatoria hasta el próximo 16 de abril para cubrir el puesto de gerente. (A ver si las cosas, internamente, van sonando mejor).
Lo coreografiado para Appalachian Spring fue de menos a más en todo: en el montaje y en la ejecución e interpretación. Con apreciable intención de querer contar algo con lectura dramática, se nota que Ferriol se ha preocupado de entender muy bien qué quería decirle la música antes de empezar a montar. Es decir, ha hecho los deberes. Y eso está bien, de hecho es por dónde hay que empezar; entre otras cosas, porque así se traslada corporalmente mejor a los bailarines lo que quieres hacer. Y, a su vez, el bailarín comprende a la primera lo que tiene que hacer con la música, entendiéndola en toda su plenitud. La ejecución de la pieza fue creciendo en armonía, ejecutoria y dramaturgia, tirando de elementos escénicos sencillos: las flores, el suelo, el agrupado para recrear la muerte, el paso escultórico; es decir, ordenando la danza en escena con sentido narrativo. Así, sí; ese es el camino.
Cuando entra el pulso de componer danza para que otros la bailen y se empieza a coreografiar, al principio se hace por imitación y no se tiene tanto una visión de obra como de danza; es decir, se tiene el vehículo pero no el mapa completo del tesoro. Y esto es así en un doble sentido: primero, porque se tira de lo que uno está acostumbrado a bailar; y, segundo, por el estilo dancístico con el que uno más se identifica, que por lo general suele ser aquel en el que se siente cómodo, mejor dicho, seguro. No cabe hacerlo de otro modo. Pero de ahí a la verdadera creación, como algo genuino, hay un trecho muy largo. En algunos casos tanto que la idea de ser coreógrafo o coreógrafa finaliza antes de empezar; y casos de hombres y mujeres, con nombres y apellidos, incluso importantes, hay así muchos, desgraciadamente, en la danza española, y algunos asturianos. Todo esto amén de que se disponga o no de asistentes coreográficos que nos echen una mano en eso tan importante de la dramaturgia escénica, que, esencialmente, siempre se encuentra en la Literatura. Uno ha de encontrar su propio camino, y bendecir el hecho de haberse mostrado en esto con sinfónica de por medio. Otra cosa es lo que quizá deba y pueda mejorarse.
Pero, volviendo al principio, de lo que no cabe duda es de que quien quiera aprender a bailar debe hacerlo en el Conservatorio de Música y Danza de Gijón, que es el del Principado de Asturias. Es una realidad: la formación de mejor calidad en danza, en ballet, en Asturias es pública. El ramillete de alumnos de 5º y 6º de danza ha hecho, aunque mejorable, un buen papel. Porque tan justo es decir que falta ligereza, más técnica y charme, como que el grupo en su conjunto ha destilado sentido de cohesión, disciplina de aula, sentido de elenco; o sea, que había ganas de bailar para hacer una obra: lo esencial. Por todo ello, es importante decir que el Conservatorio asturiano es la única institución que, además de impartir los únicos estudios oficiales profesionales de danza, tiene sobradas muestras de calidad docente, y no solo por los alumnos que se van fuera y hacen cosas de mayor y menor enjundia, sino por la garantía de los estudios en sí y la habilitación profesional del profesorado, caso de Juan Antonio Martín, jefe del departamento de Danza, y del resto del cuadro docente que imparte esta materia: Susana Bango, Mercedes Cardás, Nieves Marina Fernández, Paloma Fernández, María José Fernández, Mónica García, Susana González, Verónica Martínez, Ana Rosa Melero, Amanda Pérez, Belén María Ponga, Sonsoles Rodríguez y Miren Nekane.
Sin duda, y a ojos del observador, de lo más bonito de la velada del viernes fue ver desde lejos la excitación de estudiantes, bailarines, madres, padres y profesores; entre otras cosas, porque hasta cierto punto (solo hasta cierto punto) el hecho de que uno de la tierra haga algo con la OSPA y tenga cierta producción detrás mola mucho. Esperemos que lo de Tono Ferriol no evolucione en los entornos, advenedizos e influencias de la sociedad de la estupidez, porque sería bastante lamentable. Hay base, cierta estructura y cierta mirada humilde y sensible. Y eso, ahora, en este acontecer de la cosa escénica, no es poca cosa. Muy al contrario; a seguir con criterio, crítica y ánimo: estudiando y buscando. Promesa.
Programa. Ficha técnica y artística
Ella. Danzas sinfónicas
Coreógrafo: Tono Ferriol / (Asistente coreográfico: Glen Lambrecht)
Estilismo: Marta Pardo y Ria Van Looveren
Atrezzo: Carla Fanjul Huergo
Iluminación: Carlos Dávila y Koen De Clerk
Orquesta Sinfónica del Principado de Asturias (OSPA)
Director: Antonio Méndez
Primera parte
Preludio a la siesta de un fauno
Claude Debyssy (1862 — 1918)
Alumnos de 5º y 6º curso del Conservatorio de Música y Danza junto bailarines neo-profesionales
Igor Stravinsky (1882 — 1971)
Pulcinella Suite. (Sinfonía, Serenata, Scherzino, Tarantella, Toccata, Gavotta, Vivo y Minuetto-finale
Alumnos de 5º y 6º curso del Conservatorio de Música y Danza junto bailarines neo-profesionales
Segunda parte
Aaron Copland (1900 — 1990)
Appalachian Spring Suite (25’)
Alumnos de 5º y 6º curso del Conservatorio de Música y Danza junto bailarines neo-profesionales
Auditorio Príncipe Felipe, 28 de marzo, a las 20:00 h. Duración aproximada: 1.30 minutos. Oviedo, 2025.
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